Hace Aproximadamente veinte años, comencé el estudio de la Ciencia Cristiana. Mi interés por este estudio se despertó en una época cuando era evidente que era muy necesario cambiar de vida. Mi esposo Ken y yo teníamos cuatro hijos pequeños que eran un verdadero gozo para nosotros, pero debido a que mi esposo era adicto a las drogas, nuestra vida era muy inestable. Su adicción a la heroína había durado doce años durante los cuales había sido encarcelado con frecuencia.
A pesar de que mi esposo dependía de las drogas, yo lo amaba profundamente y quería conservar nuestro matrimonio, no sólo por mí sino también por nuestros hijos. En cierta forma, siempre había percibido que la adicción realmente no formaba parte de él, ya que era una persona muy buena y muy amable. Aun así, yo no sabía qué hacer al respecto, y a medida que transcurría el tiempo, parecía que nuestro matrimonio no se salvaría.
Un día fui a visitarlo a una cárcel local pensando que tal vez podría ser la última vez (ya que había decidido dejarlo). Cuando hablábamos por medio de un teléfono y nos mirábamos a través de una pequeña ventana habilitada para los visitantes, me dijo que había oído sobre la Ciencia Cristiana y que tenía el propósito de ser un Científico Cristiano. “¿Qué es la Ciencia Cristiana?” le pregunté. Cuando trataba de explicármelo, recuerdo que pensé que todo lo que fuera bueno para él definitivamente contaba con mi aprobación.
Al principio sólo observaba y escuchaba, creyendo que sólo mi esposo necesitaba cambiar. No obstante, una vez que comencé a leer los artículos del Sentinel, y luego a estudiar el libro Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, me sentí diferente. Este estudio despertó en mí la necesidad de ver al hombre como Dios verdaderamente lo creó, espiritual, puro, perfecto y libre.
De manera que comenzamos un nuevo camino en nuestra vida. Ken fue liberado de la cárcel donde había recibido mucha ayuda y aliento de un capellán de la Ciencia Cristiana que lo visitaba. Empezamos a asistir a una iglesia filial local e inscribimos a nuestros hijos en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana.
Poco tiempo después de eso, cuando mi esposo regresó del trabajo, noté que nuevamente estaba bajo la influencia de las drogas. Mi corazón se estremeció. No obstante, minutos antes yo había estado leyendo un artículo en el Christian Science Sentinel que incluía esta cita de los Salmos: “Considera al íntegro, y mira al justo; porque hay un final dichoso para el hombre de paz”. Decidí no mencionar las drogas, ni hacer preguntas, ni condenar como siempre había hecho en el pasado. Pensé que esto era lo que debía hacer si deseaba ver la prueba de que el hombre perfecto de la creación de Dios era la naturaleza espiritual verdadera de mi esposo.
Pasó el tiempo sin que hubiera nuevos incidentes relacionados con las drogas. Nuestra vida y actividades diarias se volvieron más estables a medida que compartíamos y vivíamos lo que estábamos aprendiendo sobre Dios y el hombre por medio de nuestro estudio de la Ciencia Cristiana. Un día le pregunté a mi esposo si recordaba ese preciso momento cuando por última vez había hecho uso de las drogas. El me contestó: “Sí, pero ya no sentía ninguna atracción”. No tuvo más necesidad de las drogas. Había sanado por completo. Paralelamente, otros rasgos falsos que teníamos comenzaron a desaparecer y el crecimiento espiritual que cada uno iba experimentando se hizo cada vez más notorio.
Habíamos estado asistiendo a una iglesia filial con regularidad. Cierto día alguien nos preguntó si habíamos pensado en hacernos miembros de la iglesia. En ese entonces, yo deseaba mucho ser miembro de la iglesia, pero todavía fumaba. Varias veces había intentado dejar de fumar, pues sabía que esto era un requisito para solicitar la afiliación a la iglesia. Mi esposo ya había sanado del vicio de fumar, pero mis esfuerzos humanos por abandonar este hábito habían fracasado.
No obstante, obtuve un formulario de afiliación a la iglesia, preguntándome cual sería el paso siguiente que debía dar. Sané en ese preciso instante. ¡No lo podía creer! Desde ese momento no sentí más ninguna necesidad de fumar. Poco tiempo después de mi curación, descubrí este pasaje en Ciencia y Salud que creo explica mi curación: “Los pensamientos inexpresados no los ignora la Mente divina. El deseo es oración; y nada se puede perder por confiar nuestros deseos a Dios, para que puedan ser modelados y elevados antes que tomen forma en palabras y acciones”. Esta experiencia aumentó mi creciente convicción de que la Ciencia Cristiana es en verdad la Verdad que sana.
En el transcurso de los años, nuestra afiliación a La Iglesia Madre y en distintas ocasiones a iglesias locales, nos ha traído innumerables bendiciones, incluso muchas oportunidades de servir, y nos ha mantenido protegidos, firmes en esta manera de vivir basada en el Principio. Continúo orando diariamente para seguir las enseñanzas de Cristo Jesús más fielmente. Con el corazón lleno de gratitud a Dios por la Ciencia Cristiana, deseo compartir las siguientes palabras de un himno muy amado (del Himnario de la Ciencia Cristiana):
Inmensa es mi esperanza,
la senda libre está;
Dios mi tesoro guarda,
conmigo El andará.
Orange, California, E.U.A.
Deseo confirmar el testimonio de mi esposa. Los sucesos que ha relatado ocurrieron tal cual los describió. Además deseo agregar que todas estas curaciones han sido permanentes. Los cambios que se produjeron en nuestra vida como resultado del estudio de la Ciencia Cristiana, fueron inmensos, y el bien que continúa fluyendo en nuestra vida nos hace sentir una permanente deuda de gratitud a Dios.
Referente al testimonio de mi madre, deseo agregar que, aunque sólo tenía siete años de edad cuando se efectuaron estas curaciones, fui testigo de que ocurrieron. Estoy muy agradecida.