Yo Habia Pasado varias semanas en la cárcel del condado, en un estado de depresión y desaliento. Esperaba ser trasladado a una institución para la rehabilitación de drogadictos. Mi encarcelamiento fue la culminación de casi catorce años de actividad criminal relacionada en su totalidad con el uso de drogas. Durante ese período estuve constantemente en dificultades con la justicia.
Estaba casado, y tenía cuatro niños, entre las edades de cuatro y nueve años. Usted seguramente puede imaginarse la clase de experiencia que esos catorce años fueron para mi esposa. Ella estaba casi decidida a renunciar a nuestro matrimonio.
En la cárcel yo había comenzado a leer la Biblia. Cuando fui transferido a otra dependencia carcelaria, noté que alguien había dejado ejemplares del Christian Science Sentinel y de The Christian Science Journal en un librero. Los leí todos. Como consecuencia de lo que había estado leyendo en la Biblia, y lo que estaba experimentando en mi propio pensamiento, los artículos simplemente me abrieron los ojos a muchas cosas que antes me había preguntado. Comencé a asistir a los servicios religiosos de la Ciencia Cristiana en la cárcel. También hablé con el capellán de la Ciencia Cristiana en la prisión sobre Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, [el libro de texto de la Ciencia Cristiana escrito por Mary Baker Eddy, Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana].
El impacto que la Ciencia Cristiana tuvo en mi pensamiento y en la manera en que me vi a mí mismo, produjo en mí un cambio radical. Hubo un cambio notable en mi comportamiento, y mucha curación en cuanto a mi carácter. Cuando salí de esa institución, comencé a asistir a los servicios religiosos en la iglesia.
Pero ese fue un año muy turbulento. Me di cuenta de que no había aprendido a resistir a la tentación de la manera que se necesitaba para llevar a cabo ese cambio tan radical en mi carácter. Alrededor de un año después fui confinado nuevamente en la unidad para drogadictos.
Pero esta vez sabía que lo que debía hacer era aprender a practicar la Ciencia Cristiana de una manera eficaz, sobre una base diaria. El capellán me ayudó a lograrlo.
Al estudiar la Ciencia, me di cuenta de que yo mismo había contribuido en gran manera a la magnitud de los problemas que tenía. Ahora realmente sentía el deseo de contribuir de alguna manera a lograr soluciones. Y cuando, finalmente, ya casi llegaba al final de la condena, estaba haciendo progresos más firmes.
Mi esposa se interesó rápidamente en la Ciencia Cristiana. Ambos nos hicimos miembros de una iglesia filial y de La Iglesia Madre. Ella amaba mucho la Ciencia Cristiana. Nuestros hijos iban a la Escuela Dominical. Supongo que éste fue un cambio más drástico para ellos que para nosotros, porque las perspectivas que tenían antes eran nulas.
Hace más de veinte años que vivo libre de drogas.
Trabajé en el Comité Institucional de la Ciencia Cristiana en nuestro estado. Quizás fue el resultado de un sentido de gratitud. No, creo que fue más que eso. Creo que, habiendo vivido todos esos años ese estilo de vida criminal, que es una expresión del error, realmente deseaba tener algo que ver con la influencia sanadora.
Se tiene mucho temor al crimen. Las personas se sienten vulnerables, y este temor parece estar dirigido personalmente a las personas que entran y salen de la prisión. Una de las primeras cosas que aprendí cuando comencé a estudiar la Ciencia Cristiana fue que, como dice la Sra. Eddy en Ciencia y Salud, “la mente mortal, no la materia, es el criminal en todo caso; y al tomar en cuenta los móviles, la ley humana juzga el crimen con acierto, y los tribunales sentencian equitativamente”.
Mi esfuerzo por medio de la oración me permitió reconocer que este problema del crimen no se puede manejar meramente desde un punto de vista humano. Uno nunca va a poder encontrar una solución humana simplemente construyendo prisiones o estableciendo programas de rehabilitación. Mientras continuemos pensando en términos de personas que son criminales, y cárceles, no creo que progresemos mucho en nuestro intento de detener el aumento del crimen y de enfrentarnos con los enormes desafíos de encarcelar a una porción significativa de la población.
El problema es básicamente un error de concepto sobre quién y qué es el hombre. Pero esa clase de problemas son imposiciones al pensamiento, imposiciones a nuestro pensamiento. Cuando la gente se involucra en actividades criminales, la motivación para cometer los delitos surge de esa imposición, de un falso sentido de lo que es el hombre, de lo que es la vida. Puedo darles un ejemplo de mi propia experiencia.
Antes de conocer la Ciencia Cristiana yo era gerente de ventas de una compañía. En aquel momento estaba en libertad condicional, y hacía alrededor de un año que había dejado las drogas. Me estaba yendo bastante bien en ese trabajo.
Una tarde la secretaria de la oficina me concertó una cita para presentar nuestros productos en la casa de un cliente. Aún puedo recordar claramente cómo, mientras me dirigía a esa cita, se me ocurrió la idea de que conocía a alguien en un pueblo, no lejos del lugar donde tenía la cita, que por lo general tenía heroína, y la vendía. Y en lugar de comprender y reconocer que el origen de ese pensamiento era la mente mortal — a la cual Jesús llama el “mentiroso” y “asesino”— comencé a pensar en lo cerca que me encontraba de ese traficante de heroína.
Nunca llegué a la cita, aunque cuando salí de la oficina mi intención había sido ir allí. En lugar de hacerlo, terminé en el otro pueblo. Y al poco tiempo caí nuevamente en las redes de la droga, y volví a la cárcel. Pero el verdadero criminal, el verdadero origen de ese crimen, fue ese pensamiento, y la creencia de que yo no sabía cómo contrarrestar esa sugestión mental.
Cuando uno levanta el velo comienza a ver que la fuente de este tipo de pensamiento es lo que la Sra. Eddy llama sugestión mental agresiva, el supuesto poder del mal para eliminar el bien. En mi experiencia, no fue simplemente un pensamiento vago y pasajero. Fue un pensamiento persistente, molesto y agresivo que con el tiempo me hizo perder aquel trabajo, y produjo toda una sucesión de dificultades que me afectaron a mí y a mi familia.
Incluso si uno piensa que ese tipo de sugestión criminal nunca lo tentará personalmente, cada uno de nosotros debe estar dispuesto a renunciar al falso sentido de que hay un hombre criminal, y reemplazarlo con la comprensión de lo que significa que Dios es el creador del hombre.
Pienso que sería más fácil explicar lo que deseo expresar diciendo lo que no es el hombre de Dios. No es un mortal. Para mí el hombre es exactamente lo que nos dice el primer capítulo del Génesis: la imagen y semejanza de Dios. Siempre me gusta comenzar por el hecho de que Dios es Principio. El es el creador. Si el hombre es la imagen y semejanza de Dios, la única causa y creador, entonces el hombre no es un creador, sino el reflejo de Dios. La relación entre Dios y el hombre es la relación de causa a efecto, o de Padre e hijo. Esto es lo que la vida de Jesús demostró de una manera tan única y práctica.
Ese concepto es de gran ayuda para mí porque elimina esa sensación de que necesito hacer algo en el hombre que su Hacedor aún no ha hecho. Me ayuda a ver que la curación y la reforma se producen como resultado del reconocimiento de la existencia espiritual verdadera tal como ya es. La curación es lo que se manifiesta como resultado de nuestro reconocimiento del hecho de que lo que Dios ha hecho es perfecto.
Al orar de esta manera, día a día voy alcanzando una comprensión más clara y cabal de quién es y qué es el hombre. ¡Y voy reconociéndome cada vez más como ese hombre! Esto me da una perspectiva totalmente diferente sobre la idea de la curación.
No creo que haya ninguna forma de establecer instituciones humanas que nos garanticen un sentido perdurable de seguridad y de estar exentos de la actividad criminal, mientras estemos dispuestos a aceptar la creencia de que el hombre es material y de que la existencia es gobernada por las leyes materiales. Necesitamos comprender mejor la ley de Dios.
Creo que la rehabilitación tiene una función importante. Pero para la humanidad, la rehabilitación comienza cuando cada uno de nosotros rehabilita su propio pensamiento, lo que estamos dispuestos a aceptar como verdadero acerca de Dios, de nosotros mismos y de nuestro prójimo. Si no tenemos el valor de aceptar la responsabilidad que implica comprender más profundamente lo que significa que el hombre de Dios esté libre de toda tendencia criminal, no podremos seguir adelante. Necesitamos comenzar por sanar nuestro propio pensamiento.
No os conforméis a este siglo,
sino transformaos por medio
de la renovación de vuestro entendimiento,
para que comprobéis cuál sea
la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.
Romanos 12:2