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Reconozcamos que Cristo Jesús es nuestro Salvador

Del número de diciembre de 1992 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


En Mas De una ocasión, cuando he ido taxi o en autobús, he notado esta frase puesta en la cabina del conductor: “Jesucristo es mi Salvador”. Es obvio que esta declaración tranquiliza a los conductores, que son mis amigos, en medio de la diaria exposición a los peligros del camino. Y me hizo pensar más profundamente acerca de lo que realmente significa identificar a Cristo Jesús como el Salvador.

Un “salvador” es alguien que salva, que trae salvación, que da seguridad. Puesto que Cristo Jesús dedicó su vida a enseñar acerca de la bondad y totalidad infinitas de Dios — su Padre, nuestro Padre — es en este ámbito de cómo vivimos, y actuamos con los demás y pensamos, que su obra nos trae salvación.

Cristo Jesús fue enviado por Dios para salvar al mundo de la falsedad de que la vida está separada de Dios, el Espíritu, y que cualquier cosa desemejante al Espíritu, Dios, puede influir la vida del hombre.

La Ciencia Cristiana enseña que Cristo Jesús es por cierto la luz, el Mostrador del Camino, el Salvador de la humanidad. Cuando estudiamos el Sermón del Monte, en el Evangelio según Mateo, los capítulos 5, 6 y 7, podemos regocijarnos ante las instrucciones espirituales prácticas y salvadoras que nos da. Por ejemplo, sobre el tema de la venganza, nos pide que amemos a nuestros enemigos.

Con respecto al Sexto Mandamiento en el libro del Exodo: “No matarás”, y el Séptimo acerca del adulterio, Cristo Jesús nos enseña a encarar el mal en sus raíces advirtiéndonos que debemos protegernos contra los malos móviles que quisieran guiarnos a cometer esos pecados. De hecho, aclara que los pensamientos y las intenciones que gobiernan el corazón del hombre determinan de tal manera quién es el hombre, que incluso el mirar a una mujer para codiciarla ya sería adulterio. Sobre el tema de este método práctico y sabio, la Sra. Eddy escribe en Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras: “Jesús dijo que ver con anhelo cosas prohibidas era violar un precepto moral. Daba mucha importancia a la acción de la mente humana, acción no visible a los sentidos”. Este mismo libro incluye un capítulo entero —“Reconciliación y eucaristía”— que examina en gran detalle cómo podemos obedecer más plenamente sus enseñanzas y así participar de su vida.

La exaltación de Cristo Jesús sobre todas las figuras bíblicas y las del mundo en general se debe no sólo a su nacimiento virginal, sino al hecho de que fue capaz de demostrar que su espiritualidad estuvo intacta a través de su vida terrenal, a pesar de todas las pruebas por las que pasó. Incluso en la cruz fue capaz de expresar amor, al perdonar a los perpetradores de esa tragedia y al confiar a su madre al cuidado de Juan. La exaltación de Cristo Jesús sobre los sentidos materiales — la ascención — fue su último acto sublime, que demostró al mundo su linaje divino.

La persona humana de Jesús no está más en el mundo; no obstante, los Científicos Cristianos se regocijan en el Cristo, la Verdad, o el poder de Dios, que Jesús encarnó y el cual continúa salvando al mundo de todos los males. Este Cristo, siempre presente en la consciencia de cada uno de nosotros, nos capacita para tomar decisiones en armonía con el bien infinito, con el Amor, la Vida y la Verdad. El Cristo les habla a todos: cristiano o no, creyente o ateo. Cristo me habla a mí y a ustedes. Cuando supimos cómo responder a una pregunta en el colegio o en los tribunales, fue el Cristo quien nos inspiró. Cuando nos libramos de ser la víctima de un accidente o de una estafa, o sanamos de una enfermedad, fue el Cristo que estaba obrando.

La Sra. Eddy explica en Ciencia y Salud: “El Cristo es la verdadera idea que proclama al bien, el divino mensaje de Dios a los hombres que habla a la consciencia humana. El Cristo es incorpóreo, espiritual — sí, la imagen y semejanza divina, que disipa las ilusiones de los sentidos; el Camino, la Verdad y la Vida, que sana a los enfermos y echa fuera males, y que destruye al pecado, a la enfermedad y a la muerte”.

Aun cuando el Cristo, este poder de Dios, está siempre con nosotros, cada uno de nosotros tiene que reconocer y estar consciente de él. De esta manera expulsamos todo pecado de nuestro corazón de manera que este poder tan exigente pueda iluminar totalmente nuestra mente.

Como Pedro, que negó que conocía al Maestro, ¿hemos tenido que encarar, alguna vez, situaciones desagradables que nos han hecho descubrir los errores enterrados profundamente en nuestra consciencia y al mismo tiempo nos han hecho examinar nuestro corazón para ver qué lugar y qué amor le estamos dando a Cristo Jesús?

He sido Científico Cristiano durante varios años, y hace poco descubrí una clase de ingratitud hacia Cristo Jesús en mi pensamiento. Durante la sesión de una clase en la universidad donde estoy cursando estudios de posgrado, un profesor cristiano introdujo el nombre de Jesús e incluso mencionó a Dios en su material de enseñanza para la clase. Mientras yo tomaba notas, mentalmente me pregunté qué tenía que ver Jesús con una clase universitaria. De hecho, en cierto grado, yo estaba, inconscientemente, de acuerdo con el punto de vista prevaleciente en los círculos académicos y científicos de que las cosas relacionadas con Dios y la religión indican debilidad. Por ejemplo, decirle a un naturalista que “Dios es el creador del universo, incluso el hombre”, puede tomarse como pereza y renuencia a ir más al fondo en una investigación científica.

Pero al pensar acerca de mi propia honesta experiencia al tratar de seguir el ejemplo de Cristo Jesús, comprendí que mi indignación realmente no se justificaba. Durante mi educación superior y otras circunstancias, yo ya había demostrado en cierto grado el poder del Cristo, que Jesús poseía y había demostrado tan perfectamente. Yo había sanado de malaria mediante la oración con la ayuda de un practicista de la Ciencia Cristiana; al ir caminando hacia la universidad, por muy poco me libré de un accidente al afirmarme en las palabras del Salmo noventa y uno; y muchas veces he demostrado la inteligencia divina durante mis exámenes. Pero a pesar de todas esas experiencias, no fue sino hasta que desperté de la desviación mental que tuve, al aceptar la indiferencia del mundo respecto al lugar que ocupa Jesús, que comprendí que necesitaba estar profundamente agradecido a Cristo Jesús, por todo lo que enseñó e hizo.

Decimos que amamos a Dios. Nos gusta que nos llamen cristianos y Científicos Cristianos. Nos gusta ir a la iglesia, leer las Escrituras, hablar sobre religión. ¿Pero sinceramente reconocemos que Cristo Jesús es nuestro Mostrador del Camino y nuestro Salvador? Tal vez estemos acostumbrados a considerarlo un gran profeta en vez de pensar en él en términos de obediencia a lo que él exige de nosotros: amar a Dios y amor a nuestro prójimo. Tal vez nos sintamos inducidos a pensar que sólo nosotros comprendemos la Palabra de Dios, de manera que nos molestamos cuando otros hablan de ella. Esta actitud no nos permitirá recibir todas las bendiciones que vienen del poder del Cristo.

Mis amigos que son conductores de taxis y autobuses y que colocaron en sus cabinas las palabras “Jesucristo es mi Salvador”, en cierto grado dieron un gran paso. Pero el paso mucho más importante, y el más exigente, es el expresar fidelidad, nuestra fidelidad a la verdad que Jesús enseñó al llevar a la práctica sus enseñanzas. Fundamentalmente, la verdadera exigencia de ser cristiano es comprender lo que Cristo realmente es y expresarlo en todo lo que pensamos y hacemos. De esta manera, no sólo contribuiremos de la manera más plena a la salvación del mundo, sino que tendremos un goce anticipado del cielo, de la armonía.

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