¿Que Sucede Cuando captamos una vislumbre de la totalidad del Amor divino, de Su eterna presencia, y reconocemos la realidad de la presencia del Amor aquí y ahora?
Debido a la naturaleza infinita del Amor divino, esta eterna presencia se manifiesta de innumerables maneras. Pero lo cierto es que lo que vemos y experimentamos es bueno porque el Amor es Dios y Dios es todo el bien.
Dondequiera que nos encontremos ahora, o hayamos estado, o debamos estar mañana, podemos tener la seguridad de que el Amor divino está, ha estado, y estará allí, llenando todo el espacio. Como leemos en Jeremías: “¿No lleno yo, dice Jehová, el cielo y la tierra?”
Pero al sentirse desalentado, tal vez alguien podría decir: “Está muy bien decir que el Amor está siempre presente, pero en este momento no lo siento; mi pasado, presente y futuro son tristes, llenos de dolor, aflicción, pérdida y escasez”.
¿Cómo podemos verdaderamente sentir en forma más real esta presencia afectuosa, consoladora de Dios? La Ciencia Cristiana nos dice que debemos dejar de vernos como mortales que tienen que luchar y esforzarse, y aceptar más plenamente lo que realmente somos: los hijos puros, inocentes, de Dios, el Amor divino, allí mismo donde aparecen los mortales enfermos o pecadores. Podemos hacerlo ejercitando nuestros sentidos espirituales que Dios, o el Alma, nos da. Es preciso estar dispuestod a dejar de luchar con un problema y ceder a la verdad espiritual que este sentido espiritual nos está revelando.
¿Cuáles son algunos de los hechos espirituales que establecen el vínculo con la eterna presencia del Amor divino y nos ayudan a sentirnos incluidos y abrazados por el Amor? Uno de esos hechos es que, como la Biblia nos dice, el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios (véase Gén. 1:26, 27). Por lo tanto, el hombre es, en realidad, tan inocente y puro como Dios, su creador. La Biblia nos asegura: “Amados, ahora somos hijos de Dios” (1 Juan).
Cuando Cristo Jesús salvó a la mujer sorprendida en adulterio le dijo: “Ni yo te condeno; vete, y no peques más”. La perdonó y le dijo que dejara de pecar. Nosotros también podemos abandonar la vieja creencia teológica de que somos mortales pecadores y enfermos, que no somos merecedores del amor de Dios, y podemos aceptar la nueva idea de que, en realidad, somos los hijos inocentes de Dios. Una vez que aceptamos que somos inmortales, y no mortales con una visión limitada, entonces podemos percibir más del bien que el Amor divino ya ha provisto para nosotros. Una experiencia que tuve puede ayudar a ilustrar estos hechos.
Una noche sentí un dolor insoportable provocado por un absceso en la encía. Me era imposible dormir, sentarme en calma o pensar con claridad. Pedí a Dios que me indicara qué necesitaba saber. Una voz interior me dijo: “Hijo eres de Verdad, de puro corazón”, que reconocí como las palabras de un himno del Himnario de la Ciencia Cristiana. Este mensaje angelical era exactamente lo que necesitaba, porque se me había presentado la sugestión de que debía haber cometido algo muy malo para merecer semejante castigo. Asimismo, pedí a un practicista de la Ciencia Cristiana que me apoyara con mis oraciones. Me aseguró que yo no estaba recibiendo ningún castigo y que podía sentirme abrazada por el amor de Dios.
El efecto de esta verdad fue que pude dejar de caminar por la habitación, quedarme quieta y comenzar a percibir la evidencia del Amor a mi alrededor, y a sentirme agradecida por ello. Al principio parecía un esfuerzo enorme, algo así como escalar una montaña muy empinada; pero pronto me convencí de que eso era lo que tenía que hacer. Había sido como una niña pequeña agitándose inquieta en los brazos de su padre, sin sentir por ello el gozo pleno del abrazo. Ahora tenía que tranquilizarme y deleitarme en el amor de Dios que todo lo envuelve.
Afuera soplaba el vendaval y comencé a sentirme agradecida por el techo que nos protegía. Continué expresando gratitud hasta que me sentí lo suficientemente tranquila para volver a la cama y dormir. Dormí varias horas y cuando desperté el dolor intenso había desaparecido. Pude pensar con claridad y continuar con el trabajo del día. El absceso había sanado.
Aprendí varias e importantes verdades de esta curación:
1. La totalidad del Amor nos brinda un sentido de paz.
2. En esa calma del pensamiento podemos ver que el hombre es inocente y puro.
3. Podemos también percibir y sentir la evidencia de la totalidad del Amor allí mismo donde nos encontramos y sentirnos agradecidos por ello.
En Ciencia y Salud la Sra. Eddy nos explica qué es lo que parece ocultarnos el bien y qué podemos hacer para sentirnos unidos al bien: “Son la ignorancia y las creencias falsas, basadas en un concepto material de las cosas, lo que oculta a la belleza y bondad espirituales. Comprendiendo eso, Pablo dijo: ‘Ni la muerte, ni la vida, ... ni lo presente, ni lo porvenir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios’ ”.
Si alguna vez nos parece estar separados de Dios, el bien, podemos ceder al entendimiento espiritual de la eterna presencia del Amor y de la inocencia del hombre como hijo de Dios. Entonces, por más grandes que parezcan nuestros problemas o por más distantes que nos sintamos de Dios, siempre podemos redescubrir nuestra unidad con El. Podemos lograrlo reconociendo con gozo y gratitud el bien que está a nuestro alcance, la evidencia misma de la presencia del Amor.
¿No se venden dos pajarillos por un cuarto?
Con todo, ni uno de ellos cae a tierra
sin vuestro padre...
Así que, no temáis; más valéis vosotros
que muchos pajarillos.
Mateo 10:29, 31