Skip to main content Skip to search Skip to header Skip to footer

Se obtiene curación al estar dispuestos a servir a la iglesia

Del número de junio de 1992 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Llega El Momento en que después de aceptar las verdades básicas de la Ciencia Cristiana y de haber sanado mediante la oración, nuestra gratitud desborda y anhelamos servir a la Causa. Esta gratitud desbordante es natural y hallamos iglesias filiales deseosas de aceptarnos, pues la necesidad es grande.

No obstante, ¿qué decir si de pronto nos detenemos y nuestro entusiasmo empieza a vacilar? Esta vacilación es la oposición de la mente carnal a que sirvamos a la única Causa que garantiza la destrucción de esa mente. Si percibimos la imposición con claridad, la expulsamos de nuestro pensamiento y dejamos que nuestros deseos puros sigan adelante libremente.

En mi propia experiencia, cuando he podido soltar esos frenos en mi alegre deseo de servir, siempre he experimentado mucha curación.

Por ejemplo, cuando se me pidió que formara parte de la comisión directiva de mi iglesia filial después de sólo cuatro años de saber acerca de la Ciencia Cristiana, acepté de inmediato. Pero luego empecé a preguntarme si no había, en realidad, aceptado algo fuera de mis posibilidades.

En ese entonces, yo seguía una carrera artística por la noche, mientras trabajaba de día en una oficina. Tenía dos reuniones mensuales en la comisión, reuniones de comité (todas por la noche), y otras responsabilidades como miembro de la comisión, así que me pregunté cómo podría ocuparme de las otras actividades de mi vida.

Pero había algo dentro de mí que se rebelaba contra este obstáculo a mi fervor por ayudar a la Causa que me había ayudado tanto. Había algo en mis reservas que me incomodaba. Ese algo era el Cristo, el mensaje de la Verdad que viene de Dios. Yo había aprendido de la Ciencia Cristiana que debido a que estoy hecho a semejanza de Dios, Dios, la Mente divina, es la fuente de todos mis pensamientos verdaderos. Y que yo soy uno de Sus pensamientos, una de Sus ideas, y no un mortal de carne y sangre, sino un ser inmortal y consciente.

Este mensaje del Cristo consoló esas dudas carnales con el hecho de que soy un ser espiritual impecable, y despertó mi sentido de justicia. Sabía que la justicia es uno de los principales atributos de Dios, o Principio divino, y, por lo tanto, es innato en mí porque soy Su imagen. Este sentido espiritual de justicia me dijo que yo no estaba equivocado al expresar genuina gratitud y deseo de servir.

Percibí que la Ciencia Cristiana es el don de Dios, que mis curaciones se debieron a Su gracia, y que incluso mi deseo de servir vino de Dios, el Espíritu. Sabía que no podía negar o reprimir algo divinamente engendrado y que no era posible que Su propósito pudiera dañarme. Esa fue una inspiración fundamental: que debido a que Dios es Amor divino y totalmente bueno, al hacer Su voluntad sólo sería bendecido.

Los tres años que serví en esa comisión estuvieron llenos de maravilloso crecimiento espiritual. Aprendí lecciones de humildad, sabiduría y de bondad cristiana que todavía guían mis móviles y actos. Para mí fue natural transferir lo que estaba comprendiendo mediante mi trabajo en la iglesia a otros asuntos. Abordé muchas situaciones de manera diferente, con más resultados sanadores que si hubiera seguido mi primer impulso. Y, con el tiempo, mis enfoques empezaron a cambiar; se volvieron más semejantes al Cristo.

Mientras trabajé en la comisión, se presentaron muchas ocasiones para recurrir al Manual de la Iglesia Madre por Mary Baker Eddy, la Fundadora de La Iglesia Madre. Mi gratitud por ésta, la mayor de las causas, desarrolló otra dimensión a medida que reconocía la misión de la Sra. Eddy como Guía actual, y sentía el impulso de saber más acerca de su vida.

Al leer acerca de la extraordinaria dedicación, abnegación y esfuerzo que dedicó la Sra. Eddy para escribir Ciencia y Salud y fundar su Iglesia, sentí un deseo irresistible de continuar esa lucha. Me sentí lleno de admiración ante la oportunidad de trabajar para algo que no sólo me había sanado, sino que era tan correcto.

Un beneficio inesperado fue el sentido inapreciable de compañerismo y aliento cristianos que compartía con otros miembros de la iglesia. Puesto que antes de conocer la Ciencia Cristiana yo no era cristiano, jamás había experimentado esto antes. La misión pastoral mundial del movimiento de la Ciencia Cristiana se estaba volviendo más vívida mediante mis oraciones y actividad para comunicarme con la comunidad donde está nuestra iglesia. ¡Qué gozo renovado fue (y todavía es) ser un soldado cristiano y contribuir con mi manera individual de expresar el toque sanador que anhela la humanidad!

Hubo curaciones físicas que estuvieron también relacionadas directamente con el trabajo de la iglesia. Un caso tuvo que ver con repentinos y severos síntomas de que tenía un virus estomacal. A medida que me aferraba en oración a las verdades espirituales que un practicista había afectuosamente compartido conmigo por teléfono, recordé las palabras de Cristo Jesús que aparecen en el Evangelio según Mateo y que se leyeron en una reunión de la comisión esa semana: “El espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil”.

Esto inmediatamente me hizo recordar la declaración de Pablo en 2 Corintios: “Confiamos, y más quisiéramos estar ausentes del cuerpo, y presentes al Señor”. Entonces percibí que no vivo en una materia débil (o fuerte), sino en el Espíritu poderoso. Esta convicción me capacitó para sentir el bello amor de Dios por encima de los síntomas, y me sentí completamente bien en menos de veinticuatro horas.

Todas estas bendiciones y más han sido consecuencia de una sencilla confianza en el hecho de querer servir para expresar gratitud. Además, tuve que estar dispuesto a dominar metafísicamente las sugestiones carnales que, si no las hubiera refrenado, me hubieran hecho renunciar. ¡Miren lo que hubiera perdido!

La Sra. Eddy nos dice en la primera frase del Prefacio de Ciencia y Salud: “Para los que se apoyan en el infinito sostenedor, el día de hoy está lleno de bendiciones”. Mi práctica actual de la curación cristiana científica tiene una deuda considerable con la experiencia que tuve en la iglesia filial. Las demostraciones que tengo hoy en día están edificadas sobre el servicio que brindé sin trabas ayer.

¿Qué decir en cuanto a usted? No es ni muy tarde ni muy temprano para aceptar el compromiso. Muy pronto se le hará la pregunta que hizo David: “¿Quién quiere hacer hoy ofrenda voluntaria a Jehová?” (1 Crónicas). Deje que su agradecido corazón lo guíe.

Para explorar más contenido similar a este, lo invitamos a registrarse para recibir notificaciones semanales del Heraldo. Recibirá artículos, grabaciones de audio y anuncios directamente por WhatsApp o correo electrónico. 

Registrarse

Más en este número / junio de 1992

La misión del Heraldo

 “... para proclamar la actividad y disponibilidad universales de la Verdad...”

                                                                                                          Mary Baker Eddy

Saber más acerca del Heraldo y su misión.