Cuando Doy O recibo un regalo, siempre pienso en una parienta que guardaba celosamente todos los regalos que recibía en las Navidades, cumpleaños o días de las madres, sin usarlos jamás. Cuando murió los encontramos todos en los cajones de su cómoda o en los armarios. Aparentemente los desenvolvía, los miraba y los volvía a envolver con sus lindos papeles y cintas, y luego los guardaba para un futuro. Eran de ella, pero nunca los usó ni los disfrutó. Esto me hizo preguntar: ¿Utilizo yo todos los regalos que recibo, especialmente el más importante y precioso de todas las épocas: el amor de Dios que Cristo Jesús demostró a toda la humanidad? Hablando de lo que Cristo Jesús hizo, el libro de Juan declara: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios”.
En un comentario sobre este pasaje, la Sra. Eddy hace una pregunta que lleva a la reflexión, y que me ha hecho ver, desde un punto de vista completamente distinto, este regalo de amor: “¿Es la filiación espiritual del hombre un don personal que se le ha otorgado, o es la realidad de su ser en la Ciencia divina?” (Escritos Misceláneos). Después de todo, la Biblia nos dice que Dios creó al hombre a Su imagen. Si realmente somos la imagen y semejanza de Dios, tenemos una herencia espiritual; reflejamos la pureza, la totalidad y la indestructibilidad de la Deidad. La posibilidad de alcanzar esta comprensión de nuestra verdadera naturaleza y de ser sanados por ella, es lo que Jesús, el Mostrador del camino nos ha dado con su ejemplo y demostración.
Al responder la pregunta citada anteriormente, la Sra. Eddy comenta: “Cuando comprendamos la herencia real del hombre, de que no ha sido engendrado... ‘de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios’, comprenderemos que el hombre es el linaje del Espíritu, y no de la carne; lo reconoceremos por medio de las leyes espirituales, y no por medio de leyes materiales; y lo consideraremos como espiritual y no material. Su filiación, mencionada en el texto, es su relación espiritual con la Deidad: no es, entonces, un don personal, sino el orden de la Ciencia divina”.
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