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Nuestro regalo espiritual

Del número de junio de 1992 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cuando Doy O recibo un regalo, siempre pienso en una parienta que guardaba celosamente todos los regalos que recibía en las Navidades, cumpleaños o días de las madres, sin usarlos jamás. Cuando murió los encontramos todos en los cajones de su cómoda o en los armarios. Aparentemente los desenvolvía, los miraba y los volvía a envolver con sus lindos papeles y cintas, y luego los guardaba para un futuro. Eran de ella, pero nunca los usó ni los disfrutó. Esto me hizo preguntar: ¿Utilizo yo todos los regalos que recibo, especialmente el más importante y precioso de todas las épocas: el amor de Dios que Cristo Jesús demostró a toda la humanidad? Hablando de lo que Cristo Jesús hizo, el libro de Juan declara: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios”.

En un comentario sobre este pasaje, la Sra. Eddy hace una pregunta que lleva a la reflexión, y que me ha hecho ver, desde un punto de vista completamente distinto, este regalo de amor: “¿Es la filiación espiritual del hombre un don personal que se le ha otorgado, o es la realidad de su ser en la Ciencia divina?” (Escritos Misceláneos). Después de todo, la Biblia nos dice que Dios creó al hombre a Su imagen. Si realmente somos la imagen y semejanza de Dios, tenemos una herencia espiritual; reflejamos la pureza, la totalidad y la indestructibilidad de la Deidad. La posibilidad de alcanzar esta comprensión de nuestra verdadera naturaleza y de ser sanados por ella, es lo que Jesús, el Mostrador del camino nos ha dado con su ejemplo y demostración.

Al responder la pregunta citada anteriormente, la Sra. Eddy comenta: “Cuando comprendamos la herencia real del hombre, de que no ha sido engendrado... ‘de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios’, comprenderemos que el hombre es el linaje del Espíritu, y no de la carne; lo reconoceremos por medio de las leyes espirituales, y no por medio de leyes materiales; y lo consideraremos como espiritual y no material. Su filiación, mencionada en el texto, es su relación espiritual con la Deidad: no es, entonces, un don personal, sino el orden de la Ciencia divina”.

La frase “el orden de la Ciencia divina” puede parecer un poco extraña. Para mí significa que la relación espiritual del hombre con Dios, como Su hijo, es lo que Dios ha ordenado para el hombre — para todos nosotros — como Su imagen y semejanza. Cuando alcancé la comprensión, aunque parcial, de esta relación ordenada por Dios, con mi Padre-Madre, el Amor divino, tuve una curación que atesoro mucho.

Esta curación tuvo lugar cuando hacía varios años que estudiaba la Ciencia Cristiana, y durante los cuales había tenido muchas curaciones físicas, tanto por medio de mi propia estudio como con la ayuda de un practicista de la Ciencia Cristiana. Durante todo ese tiempo no consulté a ningún médico, ni se me ocurrió hacerlo. Pero, en ese entonces, durante varios meses tuve la evidencia constante de un desorden interno, y aun cuando había orado y trabajado en la Ciencia, no había sanado. De pronto la condición empeoró dramáticamente. Me asusté tanto que, aterrorizada, busqué un diagnóstico médico. Me hicieron varios exámenes, y el viernes de esa semana se me dijo que tenía una enfermedad fatal y que, el lunes siguiente, debía someterme a cirugía.

Débil y llena de miedo me fui a casa, pero nuevamente me volví a la oración y al estudio de la Biblia. También leí Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, como lo había hecho en el pasado cuando me había enfrentado a diversos desafíos.

A medida que oraba fervorosamente, el pánico y el terror cedieron, y pensé en todos los años en los que había sido sanada por medio de la Ciencia Cristiana. Para alarma de los médicos, cancelé la cirugía, y llamé por teléfono a un amigo de muchos años que también era Científico Cristiano. Le conté toda la historia y me recordó cuál era mi verdadero ser, como la amada creación de Dios. También me pidió que estudiara esta declaración de Ciencia y Salud: “La Mente infinita es el creador, y la creación es la imagen o idea infinita que emana de esa Mente. Si la Mente está dentro y por fuera de todas las cosas, entonces todo es Mente; y esa definición es científica”.

Mi amigo gustosamente aceptó orar por mí. Al estudiar humildemente lo que me pidió que hiciera, el siguiente significado de la verdad se aclaró para mí: Dios, el creador, me había creado a mí de Su propio ser, de Su infinita totalidad. Como yo era la imagen y semejanza de Dios, el Espíritu tenía que ser la verdadera sustancia de mi ser, por consiguiente, no podía ser nada más que perfecta, pura y completa. Cualquier cosa que pareciera estar mal en mí tenía que ser una mentira; en un sentido profundo, era una ilusión contraria a la realidad y totalidad de Dios, la Vida infinita.

Comprendí tan claramente mi relación con la Divinidad, que el miedo se apartó de mí y pude dormir plácidamente. A la mañana siguiente, la alarmante señal física había desaparecido, y supe que había sanado. Hace más de diez años que sucedió esta curación y la buena salud y libertad subsiguientes han confirmado la victoria.

Desde entonces nunca he estado tentada de nuevo a buscar un diagnóstico médico, sino que confío plenamente en la Ciencia Cristiana. Esta experiencia me demostró que la filiación espiritual del hombre es su relación espiritual con Dios, no un regalo personal, sino “el orden de la Ciencia divina”.

Todos nosotros podemos encontrar nuestra verdadera relación con Dios; podemos sentir que el poder sanador del Cristo actúa en nuestra vida. Todos tenemos “potestad de ser hechos hijos de Dios” para ver y probar que “no somos engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios”. Nuestra herencia es para ser usada ahora y por siempre, no para guardarla para un indefinido tiempo futuro.

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