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Aprendamos acerca de la Ciencia Cristiana

¿Qué ocurre cuando se la conoce por primera vez?

Del número de junio de 1992 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La Gente Llega a conocer la Ciencia Cristiana de muchas maneras diferentes. Por supuesto, hay quienes se han criado en familias que han conocido y practicado la Ciencia durante mucho tiempo. Para otros es un descubrimiento personal que hacen más tarde en su propia vida.

Haber sido criado en un hogar donde se siente la presencia activa de Dios, puede ser una experiencia maravillosa. Yo no conocí la Ciencia Cristiana de esta manera, así que me interesaban estas familias.

Con el tiempo tuve cuatro amigos de mi edad en la escuela secundaria que habían sido criados en la Ciencia Cristiana. Cuando vieron mi naciente entusiasmo en las cosas que estaba aprendiendo por primera vez, dos de estos amigos llegaron a decirme que a ellos les habría gustado conocer la Ciencia como yo la había conocido, desde afuera, por así decirlo. Pensaban que a menudo ellos la tomaban como algo que se da por sentado y, por lo tanto, no habían explorado lo suficiente el significado y potencial que tenía en su propia vida.

Pude ver lo que querían decir. Para mí, la Ciencia era algo nuevo. Me presentó una manera de vivir y de aprender acerca de Dios y de la Biblia que nunca pensé que sería posible. Hubo otro factor también, el cual se relacionaba con mi adolescencia y que, en aquel tiempo, no comprendí del todo. Este factor era que yo, como muchos otros adolescentes, estaba buscando algo que afirmara mi lugar en el mundo, que me mostrara lo que era valedero y digno de luchar por ello. Y quería sentirme cerca de Dios ya que tanto de lo que me rodeaba estaba tan revuelto y agitado. Lo que estaba aprendiendo se relacionaba con todo lo que hacía, porque la comprensión naciente de la presencia de Dios como Verdad, Vida y Amor divinos significaba curación y salvación de una manera práctica. Y yo estaba experimentando esta presencia divina en la cancha de fútbol y en la de baloncesto, en la clase y en mis actividades sociales. Mi entusiasmo se justificaba.

Pero vi algo profundamente arraigado y estable en la vida de mis amigos, aun cuando en ciertos momentos ellos también tenían sus dudas y sus luchas en la vida. Vi en ellos una manera de vivir y de pensar que no estaba arraigada en el temor a la enfermedad. Había en ellos una expectación natural de curación que emanaba de una experiencia estable y continua de vivir en hogares donde el recurrir en oración a la Verdad y al Amor divinos era algo natural. Por cierto que enfrentaban desafíos, y a veces muy serios. Pero también tenían curaciones, como por ejemplo un día en que uno de mis amigos estaba tontamente bromeando y se cayó de un automóvil en marcha. Ese mismo día presencié la curación física de las heridas de mi amigo. En otra ocasión, a uno de ellos, cuyos padres no eran ambos Científicos Cristianos, pero el que no lo era aceptaba el apoyarse en la Ciencia para la curación, le diagnosticaron cáncer de piel en la cara. La familia optó por confiar en la Ciencia para la curación ya que en el transcurso de muchos años habían visto que era una ayuda práctica. Y así resultó ser el caso en esta situación, porque mi amigo sanó.

Un día una amiga no fue a la escuela, así es que la llamé a su casa en la tarde. Tenía síntomas de paperas y sus padres decidieron que se quedara en casa. Pero los síntomas ya habían desaparecido completamente. Aunque yo estaba leyendo Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por Mary Baker Eddy y había comenzado a percibir algo de cómo la enfermedad así como el pecado podían ceder a la ley de Dios si los pensamientos se liberan del temor, todavía me sorprendía que alguien pudiera sanar tan rápidamente de paperas. De niño yo había sufrido de paperas y fue una experiencia dolorosa y mi recuperación tomó varios días.

Aun con las curaciones que vi en estos amigos, si no hubiera sido por las crónicas que relata el Nuevo Testamento acerca de Cristo Jesús y de sus discípulos, no sé cómo habría podido sentir confianza en que la curación cristiana era posible para mí o que estaba basada en una ley presente e invariable. Las enseñanzas de la Ciencia Cristiana contradicen los razonamientos y experiencias materiales tan comunes, los cuales basan todas sus conclusiones en lo que los sentidos físicos perciben como realidad. Esta Ciencia, por el contrario, destruye las impresiones limitadas de los sentidos con la concreta realidad de la existencia espiritual. Nos damos cuenta de que somos capaces de percibir y comprobar que esta existencia espiritual es real. Y hay un factor determinante en la manera en que la Ciencia Cristiana presenta este descubrimiento y su efecto sanador en nuestra vida. Este descubrimiento no se basa en creencias humanas o poder humano, en planes o deseos humanos. Es una revelación de la absoluta bondad e infinitud de Dios. Entonces, a medida que comenzamos a captar vislumbres de que la naturaleza de Dios es Amor puro, Vida imperecedera y Verdad omnipotente, también comienza a alborear en nosotros una nueva comprensión de lo que es la genuina naturaleza del hombre.

En la vida individual esta nueva comprensión es un nuevo nacimiento; es una renovación de vida que aporta nueva esperanza, nueva inspiración, nueva confianza. Pero hay todavía más: es una renovación de vida que comienza progresivamente a romper la confianza habitual del intelecto humano en la materia, en el materialismo, en la supuesta inalterable “realidad” del pecado, la enfermedad y la muerte. Yo sentí en mi corazón que esto fue fundamental para el cristianismo del Nuevo Testamento.

Ya sea que uno haya sido criado en un hogar donde la Ciencia Cristiana ha sido o no conocida, el descubrimiento individual de la Ciencia descansa en la propia manera de vivir y de aprender acerca de la naturaleza de Dios como el verdadero creador del hombre, creado no como mortal y carnal, sino como la idea divina que refleja la bondad, la gracia y el amor infalibles de Dios. Sobre la base de esta experiencia esencial — de este requisito — de aprender por uno mismo, todos nos encontramos en el mismo terreno.

Hubo muchos que vinieron a Cristo Jesús atraídos por la luz espiritual y la influencia sanadora del Cristo, la Verdad, que brillaba resplandeciente en él. Pero también cada uno traía consigo la propia experiencia de su vida para ser regenerado por el Cristo; en otras palabras, para encontrar que el Cristo — la idea divina de Dios que para el sentido espiritual fue tan perceptible en el Maestro — también tenía que ser importante en la vida de cada uno.

El aprendizaje espiritual, el descubrimiento individual de nuestra propia e inquebrantable filiación con Dios como Su linaje espiritual, se vigoriza con los postes indicadores que marcan el camino. Estas señales discernibles de la cristianización y espiritualización de nuestros pensamientos y vida, tienen que ser reconocidas. Como una brújula, nos mantienen en el curso que conduce directamente a Dios.

Cuando la Sra. Eddy habla de su vida y de lo que aprendió acerca de la respuesta humana a la Verdad, escribe en su libro Retrospección e Introspección: “No de oídas se aprende y ama la verdad espiritual; ni viene esta comprensión por la experiencia de otros. Espigamos mieses espirituales de nuestras propias pérdidas materiales...

“Las señales para el caminante en la Ciencia divina se hallan en la humildad, en los móviles y acciones desinteresados, en el desprenderse de la retórica escolástica, en la liberación del pensamiento de doctrinas decadentes, en la purificación de los afectos y deseos”.

La experiencia de aprender que Dios es la Vida del hombre, que El es nuestra Vida misma, será una experiencia desafiadora. La creencia humana no renuncia a todas sus percepciones, opiniones y temores en un abrir y cerrar de ojos. Pero cada uno de nosotros posee el espíritu de Dios, la sabiduría e inteligencia reflejadas de la Mente divina. Esto es lo que está presente ahora para que cada hombre y mujer descubra, y no hay nada en nuestra experiencia o vida actual que pueda impedir permanentemente que este descubrimiento se realice. Es inevitable que el Amor divino llegue a cada uno de nosotros por medios que nos hagan comprender la totalidad y bondad de Dios y del hombre como Su imagen y semejanza espiritual.

Jehová,
no retengas de mí tus misericordias;
Tu misericordia y tu verdad
me guarden siempre.

Salmo 40:11

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