A Fines Del siglo veinte, evadir la verdad parece haberse convertido en una manera de vivir.
Los políticos la “tuercen” para ser electos.
La publicidad la “crea” para vender productos.
Los funcionarios de las empresas de ahorro y préstamo y los reyes de los bonos sin respaldo la “distorsionan” con el fin de robar millones a la gente.
Los que contaminan el ambiente mienten al mismo tiempo que hablan de la importancia de cuidar la tierra.
El profeta Jeremías, en la Biblia, parecía conocer bien el problema; él dijo: “Hicieron que su lengua lanzara mentira como un arco, no se fortalecieron para la verdad en la tierra”.
En un momento determinado, ¿no nos damos por vencidos y aceptamos el argumento de que éste es un mundo imperfecto, que la verdad es relativa y que ésta es, en realidad, la forma en que se hacen las cosas?
La respuesta es “No; jamás”. Las mentiras y las verdades a medias son como la niebla tóxica. Se multiplican, a menos que nosotros conscientemente hagamos algo al respecto. Para no sentirse ahogada, la sociedad debe esforzarse por lograr una atmósfera similar a la del acto de juramento del testigo en un juicio: “... la verdad y nada más que la verdad, me ayude Dios”.
No siempre es fácil estar del lado de la verdad, porque no siempre la mayoría está a favor de la verdad. Pero elegir la verdad es lo que, en última instancia, nos va a ayudar más a todos. Ya sea que los demás se den cuenta o no, cada vez que uno toma la decisión de apoyar a la verdad, esa decisión les permite a todos respirar, ser libres, tener la oportunidad de percibir y expresar mejor su propia y verdadera dimensión.
De hecho, el hombre no es un pobre mortal que tiene que abrirse paso en el mundo como mejor pueda, tal vez por medio de la deshonestidad y el crimen. El hombre, en realidad, es la expresión de la Mente divina, Dios, y, por lo tanto, la integridad y la verdad son inherentes a la naturaleza verdadera del hombre.
La verdad fue esencial para la explicación de Cristo Jesús “Si vosotros permaneciereis en mi palabra, ... conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”, entonces debe ser muy importante para nosotros.
Mary Baker Eddy escribe en Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras: “La verdad es el centro de toda religión”. Es un gran alivio empezar a reconocer que lo que constituye la religión genuina es la verdad. En vez de pensar que se nos pide creer en algo que es moral y bueno, pero que tiene poca relación con lo que es verdadero en el mundo, podemos ver con mayor claridad que sólo se nos pide creer y entender lo que es verdadero, ahora y siempre.
Podemos abrigar la expectativa de que cuanto mayor sea nuestro progreso espiritual, más vamos a entender lo que es verdadero. En la Biblia (en el libro de Deuteronomio) leemos: “Dios de verdad, y sin ninguna iniquidad en él; es justo y recto”.
La práctica de la curación mediante la Ciencia Cristiana tiene su fundamento en la Verdad divina, absoluta. Si no estuviera basada en lo que es verdadero y sustancial, podría parecer como un desesperado esfuerzo por cambiar la enfermedad y el pecado, que son tan reales para los sentidos materiales. Pero la oración en la Ciencia Cristiana, también llamado “tratamiento”, es eficaz porque Dios es verdadero. El es completamente bueno y es omnipresente. Ciertamente esta Verdad divina, Dios, no podría incluir un proceso injusto y autodestructivo de enfermedad o un proceso autoaniquilador de obedecer los impulsos del pecado. La oración y el sentido espiritual más elevado que resulta de ella, ponen en evidencia que la naturaleza de la enfermedad es un error o equivocación, y no la condición esencial y el proceso irresistible que parece ser.
Cuando uno hace el serio esfuerzo por pensar y vivir partiendo de esta base espiritual, la presencia de la bondad, la integridad y la armonía —“Dios con nosotros” y el hombre como Su verdadera expresión o imagen y semejanza — se vuelve mucho más real y práctica. El invierno pasado, un amigo que es Científico Cristiano tuvo un accidente con una máquina para quitar la nieve. Me dijo que la experiencia lo había ayudado a ver, una vez más, lo práctica que es la oración. Me contó que se había lastimado muy seriamente una mano, el dolor era intenso, y se encontraba en un estado de conmoción. Pero al confiar firme y solamente en Dios, y con el apoyo de un practicista de la Ciencia Cristiana, su mano sanó rápidamente.
No dijo que le fue fácil liberarse de ese aterrador cuadro material, pero se esforzó por lograrlo. Después de limpiar y envolver la mano, tuvo que luchar con el dolor, pero se esforzó por ceder a la Verdad, a la presencia y al gobierno sanador de Dios. A las pocas horas estaba en condiciones de continuar con sus actividades normales. Continuó orando y estudiando y, al día siguiente, pudo ir a trabajar, libre de dolor. Muy pronto, me dijo, la mano presentaba un aspecto normal y podía usarla sin dificultad; lso tejidos y la piel se habían recuperado.
Para quien esté haciendo este tipo de descubrimiento — quien tenga una vislumbre de la naturaleza de la religión como verdad demostrable, práctica, pura — la importancia de valorar la verdad en todos los aspectos de la experiencia humana es evidente de por sí.
Amemos la verdad porque es la forma en que hemos sido creados por Dios. Forma parte de nuestro ser, por así decirlo. Y cada paso que demos en dirección a valorar la verdad y resistir la falsedad, nos acerca más al entendimiento de que Dios es Verdad y a cumplir la promesa de Jesús de que esta verdad, tan importante para todos, nos sanará y nos hará libres.