Hace Poco Un amigo me dio un libro cuyo título es We, the Children [Nosotros, los Niños], publicado en colaboración con el UNICEF. Es una colección de fotografías en color de niños de todos los continentes del mundo. Cada foto cuenta una historia y muestra la inmensa variedad de tipos de educación, ambiente y vida cultural de los niños. A través de estas notables fotografías captamos un indicio de la experiencia colectiva de la niñez, al ver parte de las alegrías y triunfos de los niños, al igual que sus luchas y males.
Este tipo de fotografía nos recuerda que los niños son el recurso más valioso del mundo. En los niños, la elasticidad, la espontaneidad, el afecto y la inocencia, son algo natural. Y, generalmente, poseen un sentido agudo de observación a la vez que el gozo de aprender. En realidad, todos nosotros poseemos estas cualidades. Es cierto que a veces quedan sepultadas bajo las responsabilidades de la vida del adulto; pero en esencia permanecen en nosotros y podemos recobrarlas en la medida en que valoremos y amemos al niño que hay en nosotros.
Para establecer una relación inteligente con los niños y fomentar su bienestar de un modo más intuitivo y eficaz es esencial que descubramos nuestras propias cualidades de niño. Cuando vemos las tristes circunstancias que rodean a tantos niños en el mundo, asumimos esta responsabilidad con mayor urgencia.
Los cristianos siempre han reconocido el amor que Cristo Jesús sentía por los niños. El Maestro reconoció que la inocencia, la pureza y el amor que hay en ellos expresan la naturaleza divina de Su Padre celestial, Dios. En una ocasión, cuando sus discípulos le preguntaron quién era el mayor en el reino de los cielos, Jesús puso como ejemplo a un niño pequeño. Tal como se indica en el Evangelio según Mateo, Jesús dijo: “Cualquiera que se humille como este niño, ése es el mayor en el reino de los cielos”.
Sin embargo, nos sentimos inclinados a pensar que los niños son pequeños y más débiles que los adultos, que carecen de sabiduría y que son vulnerables a toda clase de infortunios. Pero éste no es, en realidad, el mensaje que Cristo Jesús dio acerca de los niños. El Maestro percibió sabiduría y fortaleza en las cualidades que expresaban los niños. La propia niñez de Jesús expresó su fortaleza y madurez. El Evangelio según Lucas dice lo siguiente acerca de Jesús: “El niño crecía y se fortalecía, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios era sobre él”.
Es evidente que Jesús sabía desde una temprana edad, que su relación con Dios era fundamental para el propósito de su vida. Ese propósito era sanar, liberar a la humanidad de la convicción de que el hombre es frágil y desvalido, esclavizado en mayor o menor grado por la herencia, la enfermedad y el pecado. El Maestro enseñó a sus seguidores que, en realidad, todos somos los amados hijos de un mismo Padre, creados a Su imagen y semejanza espiritual y que Dios es la fuente de la salud y el bienestar del hombre.
Como Científica Cristiana, me crié en una familia donde se nos alentaba a orar cada vez que surgía una necesidad. Recuerdo que cuando tenía nueve años, oré a Dios después de un accidente. Esa tarde me había reunido con unos amigos. Ellos me habían prestado una bicicleta que tenía una barra y que era realmente demasiado grande para mí. Nos divertíamos haciendo travesuras y me puse a andar en bicicleta sobre el borde de una cantera de piedra donde estaban haciendo una excavación; me caí de cabeza con la bicicleta encima de mí.
Los otros chicos corrieron a su casa en busca del papá que era médico. El se mostró muy preocupado. Me llevó adentro y me limpió. Le pregunté si podía quedarme sola para poder orar. El sabía que en nuestra familia éramos Científicos Cristianos, y estuvo de acuerdo.
Recuerdo que al orar, sentí el amor de Dios, que me envolvía, consolándome. Una tranquila seguridad de bienestar reemplazó la sensación de conmoción rápidamente. Y más tarde, cuando me llamaron para tomar el té, me había recuperado por completo, ¡y comí con muy buen apetito! Cuando mi mamá vino a buscarme, el médico destacó mi serenidad, mi confianza en que Dios me cuidaba y la rápida mejoría.
Mary Baker Eddy sentía un profundo afecto por los niños. Reconocía en ellos las cualidades espirituales que Jesús amaba y recomendaba a sus discípulos. En Escritos Misceláneos figuran las palabras que una vez la Sra. Eddy dirigió a miembros de su Iglesia: “Amados niños, el mundo os necesita — y más como niños que como hombres y mujeres: necesita de vuestra inocencia, desinterés, afecto sincero y vida sin mácula. También vosotros tenéis necesidad de vigilar, y orar para que preservéis estas virtudes sin mancha, y no las perdáis en el contacto con el mundo”.
¿Por qué son tan valiosas para el mundo estas “virtudes” de los niños? Porque representan la naturaleza del hombre como hijo de Dios, el Cristo ideal que Jesús vivió de un modo tan perfecto. Son cualidades que traen curación a las circunstancias humanas. Cuando las apreciamos y utilizamos, reconocemos en mayor medida, nuestra propia jerarquía y la de todos los demás, como miembros de la familia de Dios. Nos volvemos más flexibles y más receptivos a las nuevas ideas y procedimientos.
Nuestras percepciones espirituales, la oración ferviente y nuestro progreso al comprender y demostrar la Ciencia del Cristo, abrirán nuevos caminos para nutrir el recurso más valioso del mundo: sus niños. Cuando amamos al grado de hacer una diferencia al demostrar al Cristo, la Verdad, día a día en nuestra propia vida, estamos haciendo una verdadera contribución al bienestar de los niños de todo el mundo.