Una Cancion Brasileña tiene este estribillo: “Vivo en un país tropical bendecido por Dios y que es naturalmente bello”. Cuando esta canción era popular, nuestra generación sentía que era un gran privilegio vivir en un país tropical como el nuestro. El bello clima, las riquezas de la naturaleza, la gente simpática; se pensaba que todo esto era una gran ventaja.
Luego, sin embargo, al haber mayor libertad de prensa, se empezó a tomar consciencia de los problemas de nuestro país, y comenzó a haber una tendencia inversa. Los países tropicales, en general, se convirtieron en sinónimo de subdesarrollo, pobreza, mal gobierno y enfermedades endémicas. Y, después de todo, parecía que muchos países tropicales compartían el mismo mal.
Para mí y muchos otros, esta situación precaria planteó una importante pregunta: ¿Será posible que el bien mismo venga de Dios en forma dividida para la humanidad, un hemisferio más favorecido que otro, una región o distrito más favorecido que otro; mayor bien allá arriba, menos bien acá abajo (o viceversa)?
Al volverme a la Biblia en busca de una mayor comprensión de Dios, vi que en las épocas bíblicas los pueblos antiguos creían en dioses nacionales. Cada nación tenía diferentes dioses que se consideraban más fuertes o más capaces que los ídolos de otras naciones, a menos que las cosas empeoraran. ¿No razonamos frecuentemente de la misma manera aun hoy en día? Se supone que algunas naciones tienen fuerzas más poderosas a su favor — ya sea armamentos, tecnología, moneda, filosofías y así sucesivamente — mientras que otros tienen que conformarse con menos. Es como si el único Dios universal no pudiese alcanzar con su generosidad a todos los pueblos.
Cristo Jesús enseñó que Dios es totalmente bueno y provee el bien a todos por igual. Al sanar a los enfermos, resucitar a los muertos y alimentar a las multitudes, Jesús probó que la ley y el alcance de Dios sí se extienden a todos. Al enseñar a sus discípulos a sanar de la misma manera que él lo hizo, el Maestro enseñó que él no era el único que podía conocer y probar la bondad y el Amor siempre presentes de Dios. El prometió: “De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también”. Al seguir el ejemplo de Jesús, nosotros también podemos gozar de la abundancia y el amor infinito de Dios.
Cuando Mary Baker Eddy descubrió y fundó la Ciencia Cristiana,
Christian Science (crischan sáiens) ella expuso el hecho de que las obras de Jesús estaban basadas en la ley espiritual e inmutable, establecida por un Dios universal que es el Principio infinito, el Amor divino. Ella vio que esta ley se podía comprender y que podíamos poner nuestra vida en armonía con la ley de Dios y así experimentar todo lo que es verdaderamente bueno, incluso la curación, la transformación espiritual y la gracia de Dios que satisface las necesidades humanas. En su libro, Rudimentos de la Ciencia Divina, ella definió su descubrimiento — la Ciencia Cristiana — “como la ley del bien, que interpreta y demuestra el Principio divino y la regla de la armonía universal”. Escribió además: “El Amor es imparcial y universal en su adaptación y en sus dádivas. Es el manantial abierto que exclama: ‘Todos los sedientos: Venid a las aguas’ ” (Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras).
Entonces, ¿qué decir de los serios problemas que parecen desafiar los esfuerzos de los tal llamados países en desarrollo (y los desarrollados también, por añadidura)? ¿Qué se puede hacer por ellos?
La Ciencia Cristiana demuestra que la ley de Dios, el bien, está disponible en todos los lugares con la misma fuerza y vigor que en los tiempos de Jesús. Dios está totalmente presente en cada parte del globo y del universo, con la misma cantidad de amor y bien. El es quien pone en vigor Su ley del bien, revelando belleza, inteligencia y provisión para todos. A medida que entendemos esta verdad y la mantenemos en mente y vivimos de acuerdo con ella en todas nuestras relaciones con nuestros semejantes, podemos ver las pruebas de la presencia de Dios dondequiera que estemos. ¿No fue esto lo que justamente hizo Jesús, y las pruebas de curación y la regeneración se esparcieron por los pueblos, demostrando el poder y la bondad siempre presentes de Dios en la vida de la gente? Esto también lo podemos hacer hoy en día.
Hace dos años tuve una experiencia que me enseñó bastante al respecto. Nuestra familia estaba visitando la parte norte de Brasil, que incluye la región del Amazonas. Siempre habíamos vivido en el sur y habíamos oído sobre la belleza natural de esa región del norte. Lo que vimos, sin embargo, sobrepasó en gran manera lo que yo había imaginado. Vimos dunas de arena blanca brillante costeando un mar color esmeralda a un lado, mientras que al otro lado había lagos celestes rodeados por kilómetros y kilómetros de palmas de coco. Pequeñas bahías bordeadas de relucientes playas, eclipsadas por multitud de palmas de coco de todos los tamaños y tonos verdes. En algunos lugares, la arena de la playa era como la espátula de un artista con casi una docena de diferentes colores. ¡Era verdaderamente un paraíso! Sin embargo, mientras contemplábamos las maravillas del paisaje, este pensamiento acosador me asaltaba: “¡Qué pena que la gente esté arruinando estos lugares!” Tal parece que para vencer la pobreza y tener un medio de vida, la belleza de tales lugares tropicales tiene que ser destruida.
Entonces se me ocurrió que la belleza que veía reflejada en un lugar como éste era verdaderamente una indicación de la presencia de Dios y Su creación espiritual. Y me di cuenta de que si tal belleza era un testimonio de Dios y Su bondad, entonces tal belleza tendría que estar acompañada de una inteligencia profunda y espiritual que no era destructiva sino que poseía vida y se conservaba a sí misma, que tal belleza e inteligencia sostendría la vida y también orientaría a la gente a llevar mejores vidas, no a la desintegración ambiental y social. Sentí que podía en la presencia de tal verdad espiritual, confiar en que Dios, el Principio divino, estaría totalmente presente en la vida del hombre. Podía confiar en que todas Sus cualidades son inmortales, incluso la belleza, debido a que El es inmortal.
Este entendimiento de Dios me sostuvo y me sanó algunos días más tarde. Tuve una enfermedad tropical que incluía disentería y fiebre. En un momento dado me encontré casi delirando. Mi oración, sin embargo, para mi propio bien no fue en vano aunque yo parecía estar bastante enferma. Mientras luchaba por mantener mi pensamiento puesto en Dios, recordé que Dios estaba presente, sea cual fuere el testimonio de los sentidos. Para mí, la viveza de los bosques, el vigor de los gigantescos árboles, los bellos colores de los pájaros de esa región, se hicieron símbolos que indicaban la presencia de Dios, la Vida divina. De la misma manera que ya había visto que la belleza y la inteligencia no podían estar separadas porque son cualidades de Dios, ahora me daba cuenta de que la salud no podía estar ausente de la vida del hombre. La belleza y el vigor que presencié en el bosque ahora me indicaban un hecho espiritual más profundo, que la enfermedad no coexiste con el hombre. Con esta comprensión de la unidad y la bondad de la Vida, dormí tranquilamente; todos los síntomas desaparecieron y no me molestaron más. Al día siguiente estaba completamente recuperada.
Esa lección se ha quedado conmigo. El comprender la universalidad de todas las cualidades derivadas de Dios es oración eficaz y purifica la atmósfera del pensamiento mortal que argumentaría que ciertos problemas son inevitables en ciertos lugares. Mi oración se ampliaba mientras viajábamos, y dondequiera que veía señales de destrucción y deforestación, comprendía en mi oración que las cualidades de Dios no se pueden destruir. Comprendí que esta verdad es la ley espiritual. También aprendí que el mantenerme en este tipo de oración ayuda a la humanidad a encontrar las soluciones a estos problemas.
Informes recientes basados en fotografías tomadas desde el espacio demuestran que según los datos del Instituto Nacional de Investigación Espacial, la deforestación de la región del Amazonas en 1990 fue 27 por ciento menor que el año anterior. Esto me indica que estas condiciones se pueden sanar y que hay buena razón y necesidad de nuestras oraciones. No tenemos que aceptar el subdesarrollo o la mala administración de recursos como algo inevitable para cualquier país o pueblo. Podemos orar para ver que todas las cualidades espirituales que pertenecen a Dios se evidencien en todos los lugares a través de Su “gobierno de armonía universal”, y que todas las naciones tienen uno y el mismo Dios, que es imparcial y da todo el bien a todos los pueblos.