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Todo el bien para todas las naciones

Del número de junio de 1992 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Una Cancion Brasileña tiene este estribillo: “Vivo en un país tropical bendecido por Dios y que es naturalmente bello”. Cuando esta canción era popular, nuestra generación sentía que era un gran privilegio vivir en un país tropical como el nuestro. El bello clima, las riquezas de la naturaleza, la gente simpática; se pensaba que todo esto era una gran ventaja.

Luego, sin embargo, al haber mayor libertad de prensa, se empezó a tomar consciencia de los problemas de nuestro país, y comenzó a haber una tendencia inversa. Los países tropicales, en general, se convirtieron en sinónimo de subdesarrollo, pobreza, mal gobierno y enfermedades endémicas. Y, después de todo, parecía que muchos países tropicales compartían el mismo mal.

Para mí y muchos otros, esta situación precaria planteó una importante pregunta: ¿Será posible que el bien mismo venga de Dios en forma dividida para la humanidad, un hemisferio más favorecido que otro, una región o distrito más favorecido que otro; mayor bien allá arriba, menos bien acá abajo (o viceversa)?

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