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Todo depende de tu punto de vista

Del número de junio de 1992 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Una Vez Fui la propietaria de un negocio de bienes raíces en un pueblo pequeño. Nuestra primera oficina estaba ubicada justamente frente a los rieles principales del ferrocarril, que cruzaba por el medio del pueblo.

Una mañana, estaba conversando por teléfono con un cliente de una ciudad muy grande y cercana a la nuestra. Mientras estábamos hablando, pasó un tren por el pueblo, haciendo sonar su silbato. Cuando el cliente oyó esto, dijo: “¡Caramba! Tú ciertamente vives en el campo”.

Más tarde ese día, estaba hablando por teléfono con un agricultor que vivía en el campo a media hora de camino en auto desde nuestra oficina. En esos momentos otro tren pasó mientras conversábamos. Al oír el silbato, el agricultor exclamó: “¡Vaya! Tú verdaderamente vives en el medio de la ciudad”.

Puntos de vista. Ellos hacen toda la diferencia, ¿no es verdad? ¡Qué consideración tan importante es ésta para comprender y demostrar el poder sanador de la Ciencia Cristiana! Debemos preguntarnos: ¿Cuál es el punto de vista en el cual estamos basando nuestra vida? Pablo, en su forma breve de decir las cosas, en su carta a los romanos indica la alternativa que debemos elegir: “Los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu”. ¿Estamos pensando “en las cosas de la carne” o “en las cosas del Espíritu”? No podemos pensar en ambas y a la vez lograr un verdadero progreso en la comprensión de Dios. Puesto que Pablo añade: “Los que viven según la carne no pueden agradar a Dios”.

Cuando pensamos “en las cosas de la carne” estamos mirando a nuestra vida y nuestro mundo como algo material, gobernado por leyes materiales, sujetos a las limitaciones de la mortalidad. Enfrentamos nuestros problemas y desafíos diarios apoyándonos en la mente humana llena de opiniones personales, especulaciones y conocimiento logrados por la información provista por los cinco sentidos.

El punto de vista de estar pensando “en las cosas del Espíritu” cambia todo en nuestro pensamiento y nos muestra el mundo desde el punto de vista de Dios. Dios, el Espíritu, no tiene opiniones, especulaciones o conocimiento limitado basados en las apariencias materiales. Dios sabe. El conoce Su propio Ser, Su perfección, orden, poder, totalidad. Por ser Sus hijos, somos el producto de este conocimiento. Humanamente, aprendemos sobre el propósito, la protección y el poder que provienen de Dios cuando vivimos desde una perspectiva espiritual.

El Nuevo Testamento frecuentemente nos exhorta a abandonar la base material y tomar la espiritual. Nos dice: “Poned la mira en las cosas de arriba,” y “no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven”. Estos son solamente dos ejemplos de los muchos que hay.

Es en nuestros pensamientos y en las acciones que tomamos como resultado de estos pensamientos que abandonamos lo material por lo espiritual. Pablo está apelando al pensamiento. Este llamado está basado en las enseñanzas de Cristo Jesús. Su Sermón del Monte establece muy claramente la relación que existe entre el motivo y la acción, y la necesidad de espiritualizar nuestros pensamientos.

Muchas veces no estamos lo suficientemente conscientes de los procesos de nuestro pensamiento para darnos cuenta de que estamos todo el tiempo eligiendo nuestro punto de vista. El hombre de negocios en la ciudad y el agricultor en el campo probablemente no estaban conscientes de que eran solo sus perspectivas las que determinaban sus opiniones de dónde estaba yo. Este pequeño ejemplo es, de hecho, inofensivo y trivial. Pero no todas nuestras apreciaciones basadas en un punto de vista material son tan inofensivas. Porque es desde este punto material que las penas del mundo — el pecado, la enfermedad y la muerte — llegan a nuestra experiencia. Y es desde el punto de vista espiritual que tienen que ser sanadas.

El bien que recibimos al tener la disposición de cambiar la base de nuestro pensamiento y elegir lo espiritual, se hizo evidente para mí en una experiencia que tuve mientras trabajaba en el negocio de bienes raíces. Un hombre llamó indagando sobre unas tierras boscosas que habíamos anunciado. Dijo que ya había encontrado otra parcela que pensaba satisfacía su necesidad, pero que él y un amigo tenían tiempo disponible ese sábado y les gustaría ver la propiedad que aparecía en nuestra lista. Todo lo que pude pensar fue la pérdida de tiempo que esto sería. Era obvio que solamente estaba buscando algo que hacer ese sábado por la mañana. La parcela estaba a una buena distancia de nuestra oficina, y había una actividad planeada en mi casa a la cual tenía gran interés en asistir. No era una situación muy prometedora desde el punto de vista material. Pero tomé tiempo durante la semana para orar, para encontrar un criterio espiritual en relación con el cliente y yo.

Yo sabía que ambos éramos la expresión de Dios y que Dios gobierna toda acción. Esta acción no es ni destructiva ni infructuosa sino que es armoniosa y está llena de propósito. El bien siempre está presente porque Dios siempre está presente. Yo estaba llena de estas ideas el sábado por la mañana.

Como resultado, el tiempo que empleamos examinando la parcela fue muy interesante y placentero. Se estableció una relación muy cordial, y pude estar en casa a tiempo para participar en la actividad que allí se celebraba.

El lunes el cliente llamó y dijo que había decidido comprar la propiedad que le había enseñado. El trato se cerró justo una semana después de haber mostrado la propiedad. Esta fue la venta más rápida y sin problemas que jamás había tenido.

Las conclusiones y opiniones humanas basadas en los puntos de vista materiales siempre son imperfectas, transitorias y fragmentarias. Nunca son correctas, perdurables o poderosas porque no están basadas en la realidad de la totalidad de Dios. El hecho espiritual de que realmente sólo existe lo que Dios sabe, crea y gobierna es el único punto de vista desde el cual podemos razonar correctamente. Pensar desde otras bases no es ni satisfactorio ni productivo.

Cuando miramos la historia, encontramos que las opiniones humanas van y vienen. Lo que se acepta en una época no se acepta en otra y luego puede venir de nuevo como algo aceptado. ¿Por qué, entonces, en cualquier momento dado, estamos tan seguros de que nuestras conclusiones humanas basadas en el razonamiento material son importantes, válidas y duraderas? A medida que nos damos cuenta de que solamente son parte de la creencia general de que somos materiales, influidos por el amor propio, la terquedad o la justificación propia, empezamos a buscar una base más firme y perdurable desde la cual razonar. Estamos preparados para tomar el consejo de Jesús en el Sermón del Monte y edificar sobre la roca del entendimiento espiritual en vez de en la arena de la creencia mortal.

Los hechos espirituales no son gobernados por la opinión humana. Para que el pensamiento humano pueda empezar a acercarse a lo divino, tiene que empezar a ceder a los hechos espirituales y con el tiempo perderse totalmente en ellos. En este ceder somos receptivos a lo que Dios, la única Mente, siempre nos está diciendo sobre nuestra perfección espiritual presente. A medida que aceptamos esta Mente como la única Mente, abandonamos cada vez más la mente mortal o carnal con toda la mortalidad que la acompaña.

Este progreso es descrito por la Sra. Eddy, en su libro Ciencia y Salud. Ella escribe: “Las mal concebidas creaciones del pensamiento mortal tienen que ceder el lugar finalmente a las gloriosas formas que a veces vemos en la cámara oscura de la Mente divina, cuando el cuadro mental es espiritual y eterno”.

En realidad, no hay dos puntos de vista, material y espiritual. Hay solamente un punto de vista: Dios y lo que El sabe. Cuanto más pronto pongamos nuestro pensamiento de acuerdo con esta única realidad, más pronto experimentaremos la sabiduría, la libertad y el gozo que ésta incluye.

Nuestra alma escapó cual ave
del lazo de los cazadores;
se rompió el lazo, y escapamos nosotros.
Nuestro socorro está en el nombre de Jehová,
que hizo el cielo y la tierra.

Salmo 124:7, 8

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