Al Finalizar las vacaciones de verano, cuando regresábamos a Lisboa en auto desde una playa en España, mi madre se sentía cansada y el perro hacía mucho ruido. En un momento dado mi madre detuvo el automóvil para que mi amigo Pedro y yo dejáramos de alborotar con el perro en el asiento trasero. En Portugal sólo se puede viajar en el asiento delantero si uno es mayor de doce años, así que mi amigo se pasó adelante.
Luego, cuando mi madre trató de poner el auto en marcha, éste no arrancó, así que se bajó y se sentó a llorar, diciendo que estaba cansada, que el auto seguía sin arrancar y que además estábamos a cinco kilómetros del pueblo más cercano. Entonces oré a Dios. Casi al instante apareció un hombre que nos preguntó qué era lo que ocurría. Mi madre le explicó que el auto no arrancaba, pero él logró ponerlo en marcha. Le agradecimos su ayuda y continuamos nuestro viaje. ¡Yo sabía que Dios había cuidado de nosotros!
Lisboa, Portugal
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