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Encontremos la identidad del hombre en el Cristo

Del número de septiembre de 1993 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Alguna vez te has preguntado: ¿Quién soy yo?.. . ¿Por qué existo?.. . ¿Soy algo más que este cuerpo material que llevo a cuestas? ¿Nací para vivir una vida más o menos material antes de envejecer y morir? ¿Es en realidad la vida tan temporal y desechable?

¿Acaso no sabemos en nuestro corazón que somos mucho más que la oscuridad terminante que nos pinta el mundo? Obtenemos vislumbres de algo mucho más hermoso, libre y duradero. Por ejemplo, lo que experimentamos en una amistad verdaderamente buena y duradera apunta a algo que va más allá de la futilidad de la materialidad. Lo que hace a la amistad lo que es, no tiene nada que ver con un cuerpo o personalidad material. El corazón de la amistad no se puede identificar físicamente, y, sin embargo, es muy real.

¿Qué fue lo que les permitió a Cervantes o a Calderón hablarnos a través de los siglos? ¿Acaso no sabemos intuitivamente que la inspiración moral y espiritual de la grandeza de la literatura, el arte y el teatro no se puede haber originado en una masa de materia denominada cerebro? Todo lo que llega a nosotros—la visión, belleza y profundidad del corazón—nunca se va a poder observar a través de un microscopio moderno. En el caso de una novela iluminadora, sólo podríamos encontrar las moléculas que forman el papel, la tinta y el encuadernado, y perderíamos totalmente las cualidades e ideas que son mucho más duraderas y significativas.

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