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Una economía cuyo fundamento es sólido

Del número de septiembre de 1993 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


"¡Esta Lloviendo!" anunció un miembro de la familia. Después de cuatro años de sequía, en una región seca como la nuestra, esto era motivo de gran celebración. Irónicamente, acababa de ver en el noticiero los rostros de desesperación en un pueblo pequeño arreciado por lluvias torrenciales y que a la vez luchaba contra una seria inundación. (¡Cuánto deseaba que nos enviaran esa agua que no deseaban!)

Estas imágenes de contrastes —mucho y poco, tener y no tener— nos confrontan hoy con una frecuencia sin precedente. Vemos tiendas repletas de mercancía y naciones casi muriéndose de hambre. Vemos familias que luchan para que sus modestos ingresos cubran sus gastos mientras que amistades y vecinos gozan de gran prosperidad.

Cuando tratamos de acabar con la disparidad económica en la vida humana, nuestra mira frecuentemente se vuelve hacia iniciativas atrevidas, una nueva política fiscal, O simplemente una renovación. A pesar de que estas formas de abordar una situación pueden ser útiles, es un hecho que cualquier economía —ya sea global o personal— siempre será inestable hasta cierto punto, y a menudo injusta, si está basada en recursos limitados y sujeta a la parcialidad, la corrupción, la avaricia y las altas y bajas del mercado.

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