Hace varios años, una vecina tuvo un altercado con otro vecino. Yo vivía entre los dos, y cada uno parecía que pensaba que yo era un portavoz contra el otro. Yo apreciaba a mis dos vecinos y oré en diferentes ocasiones para que hubiera una solución amorosa. Cada vez que oraba, me sentía mejor, y, al recordarlo, sé que nos ayudó a todos; pero sentía que había algo más que resolver.
El momento crucial llegó cuando oraba, no por mi vecindario inmediato, sino por el vecindario del mundo en general y los rehenes de Oriente Medio en particular. A mí me parecía que había dos aspectos en ese conflicto, uno caracterizado por el odio y otro por el temor. Al orar más profundamente sobre esto, comprendí que ambas partes estaban atrapadas en sus emociones. El enemigo no era un asunto de otras personas sino una definición material material de la vida. Era una creencia de que nos gobierna algo aparte de Dios, el bien; que debemos temer ser controlados por algún otro poder cuyos puntos de vista opuestos causan mucho odio. Sin el sentido del gobierno y cuidado benevolentes de Dios, cada posición parece ser necesaria.
Después de haber orado más y estudiado la Biblia y los escritos de la Sra. Eddy, me di cuenta de que conocer el control amoroso de Dios nos libera de las ataduras del temor y el odio. Entendí con renovada claridad que mantendremos nuestro bienestar a medida que reconozcamos que nuestra verdadera identidad espiritual no puede estar encadenada a estas emociones (porque no están basadas en el hijo de Dios).
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!