Hace varios años, una vecina tuvo un altercado con otro vecino. Yo vivía entre los dos, y cada uno parecía que pensaba que yo era un portavoz contra el otro. Yo apreciaba a mis dos vecinos y oré en diferentes ocasiones para que hubiera una solución amorosa. Cada vez que oraba, me sentía mejor, y, al recordarlo, sé que nos ayudó a todos; pero sentía que había algo más que resolver.
El momento crucial llegó cuando oraba, no por mi vecindario inmediato, sino por el vecindario del mundo en general y los rehenes de Oriente Medio en particular. A mí me parecía que había dos aspectos en ese conflicto, uno caracterizado por el odio y otro por el temor. Al orar más profundamente sobre esto, comprendí que ambas partes estaban atrapadas en sus emociones. El enemigo no era un asunto de otras personas sino una definición material material de la vida. Era una creencia de que nos gobierna algo aparte de Dios, el bien; que debemos temer ser controlados por algún otro poder cuyos puntos de vista opuestos causan mucho odio. Sin el sentido del gobierno y cuidado benevolentes de Dios, cada posición parece ser necesaria.
Después de haber orado más y estudiado la Biblia y los escritos de la Sra. Eddy, me di cuenta de que conocer el control amoroso de Dios nos libera de las ataduras del temor y el odio. Entendí con renovada claridad que mantendremos nuestro bienestar a medida que reconozcamos que nuestra verdadera identidad espiritual no puede estar encadenada a estas emociones (porque no están basadas en el hijo de Dios).
Me interesé en el relato de uno de los rehenes que había sido liberado. Este hombre relató que mientras estaba en cautiverio aprendió que mientras se apoyara en la mano de Dios no tenía porqué aceptar las limitaciones mentales y físicas de estar prisionero. Continuamente buscó expresiones de amor y expresar amor. Después que lo liberaron, los médicos que lo examinaron indicaron que no tenía ninguna de las cicatrices emocionales o físicas del cautiverio. El ex rehén indicó que, en realidad, él salió enriquecido de toda esta experiencia.
En un momento en que me sentí profundamente conmovido por lo que estaba aprendiendo acerca de lo que es la verdadera libertad, pude percibir con más precisión las cadenas mentales que mantenían a mis vecinos prisioneros del odio y el temor. Pero como una madre o un padre que ve a su niño angustiado, sentí el renacer de un gran afecto hacia cada vecino, que eliminaba cualquier sentimiento negativo que hubiera tenido. Sé que estaba vislumbrando el amor libertador y puro que Dios tiene para cada uno de Sus hijos; y el aparente control de odio y temor se desvaneció en el afecto que radiaba de ese amor.
Después de esto, el altercado terminó. Una vecina admitió que algún cambio de su parte podía ayudar e hizo concesiones definitivas que anteriormente ella no había querido hacer.
Estos vecinos ya no discuten, y nuestro vecindario ahora parece más fuerte y más unido, habiendo pasado por lo que pasamos y habiendo visto que el amor y la consideración vencen el odio y el temor.