Imaginemos El Asombro de los magos cuando vieron al niño Jesús, la manifestación humana del Hijo de Dios, o el Cristo. “Al entrar en la casa, vieron al niño con su madre María, y postrándose, lo adoraron; y abriendo sus tesoros, le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra”. Mateo 2:11.
La venida del Cristo — el mensaje salvador de Dios, de la Verdad y el Amor — es aún una maravilla. Proporciona a la humanidad la evidencia total de la Ciencia divina del ser que revela a Dios como el creador del hombre y al hombre como la semejanza espiritual de Dios.
El Cristo se revela al entendimiento humano sólo a través del sentido espiritual. Pero en cualquier caso de necesidad, cuando recibimos al Cristo en nuestra consciencia humana, y nos sometemos y obedecemos a él con todo amor, nuestra individualidad espiritual se manifiesta de manera visible y clara para todos. La Sra. Eddy da en Ciencia y Salud la siguiente interpretación metafísica, derivada de la Biblia, del significado del término Cristo: “La divina manifestación de Dios, la cual viene a la carne para destruir al error encarnado”.Ciencia y Salud, pág. 583. “El error encarnado” es error de pensamiento manifestado en el cuerpo. Cuando el Cristo reemplaza la creencia material errónea en la consciencia humana, la verdad espiritual se manifiesta en el cuerpo por medio de la curación. Esto prueba que el hombre es el reflejo de Dios. Dado que Jesús representó tan plenamente la venida del Cristo en lo humano, se le llamó Jesús el Cristo, o Cristo Jesús.
El Cristo revela el hombre perfecto de la creación de Dios. Dado que Dios es Espíritu — el Padre y Madre del hombre — éste es enteramente espiritual; y este hombre perfecto y espiritual es la identidad verdadera y eternamente sustancial de cada uno de los hijos de Dios. Esta es la verdad acerca de cada uno de nosotros, aunque parezca que hayamos sido formados por un padre y madre humanos. El nacimiento de Jesús fue menos obstruido por la creencia humana de un origen biológico y físico del hombre que el nuestro porque su madre humana, María, una virgen, reconoció conscientemente la presencia y el poder divinamente creadores de Dios. Ella aceptó el cumplimiento de la profecía, la aparición del Hijo de Dios en la carne. Si el Cristo no hubiese aparecido en la carne a través de Jesús, no habríamos tenido su ejemplo para seguirlo, su ejemplo de triunfar sobre la limitación humana por medio del Cristo.
El camino de Jesús estuvo lejos de ser fácil. Leemos en Isaías una descripción profética de la experiencia terrenal del Mesías, plenamente evidente en la vida de Jesús: “Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto”. Isa. 53:3. Pero el profundo conocimiento que tenía Jesús de su origen, identidad y propósito espirituales fue lo que le impulsó a elevarse en todo el camino hasta la total resurrección de la creencia en la mortalidad y continuar hasta la ascensión total por encima de toda creencia mortal. Estos sucesos trascendentales fueron la culminación de la misión de Jesús fielmente desempeñada en la tierra como se describe en 1 Juan: “Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo”. 1 Juan 3:8. La Sra. Eddy dijo de Jesús: “El ‘varón de dolores’ sabía que el hombre pleno de gozo, su identidad espiritual, o Cristo, era el Hijo de Dios; y que fue la mente mortal, no la Mente inmortal, la que sufrió. La manifestación humana del Hijo de Dios fue llamada el Hijo del hombre, o sea, el hijo de María”.Escritos Misceláneos, pág. 84.
La vida, enseñanzas y obras de Jesús ilustran los efectos de la venida del Cristo. El Cristo destruye el pecado, la enfermedad y la muerte, las obras diabólicas de la creencia material.
No hay nada misterioso acerca de la venida del Cristo. Dios y Su expresión perfecta, el hombre, están en verdad siempre presentes para ser percibidos y comprendidos. La “venida” está en nuestra acogida del Cristo, la Verdad. Cuando los magos recibieron al Mesías en sus corazones, esto hizo que abrieran “sus tesoros” y los ofrecieran como regalos en honor del Cristo. El recibir al Cristo nunca ha dejado y jamás dejará de transformar a ningún ser humano por su poder.
Cuando permitimos que el Cristo aclare en nuestro pensamiento la verdadera naturaleza de Dios y el hombre, y el gozo espiritual desplaza la aflicción en nuestra consciencia, nuestro rostro resplandece. Cuando permitimos que el Cristo aclare en nuestro pensamiento la sanidad del Alma y su reflejo, y la salud reemplaza la enfermedad en nuestra consciencia, nuestro cuerpo manifiesta salud. Cuando permitimos que el Cristo aclare en nuestro pensamiento nuestra eterna santidad e inocencia por ser hijos de Dios, y dejamos que la piedad desaloje la iniquidad en nuestros móviles y actos, nos limpiamos del pecado. Y cuando permitimos que el Cristo aclare en nuestro pensamiento la inmortalidad de la Vida y de la manifestación de la Vida, el hombre, y permitimos que el amor a la Vida reemplace el temor a la muerte en nuestra consciencia, progresivamente demostramos el ser inmortal del hombre.
Recibamos al Cristo en el Día de Navidad y todos los días. En la exacta proporción en que recibamos al Cristo, nuestra vida ilustrará, a través de nuestro propio discipulado cristiano y sanador, que la venida del Cristo ciertamente “deshace las obras del diablo”. ¿Acaso podríamos mostrar una más clara evidencia de nuestra gratitud por la vida y obras de nuestro querido Maestro?