Llego La Hora de cenar y nuestra hija, de dos años de edad, nuevamente no quería comer sus verduras. Le pedí que comiera los frijoles, pero ella se negó y pidió una galletita.
“Si no comes los frijoles, no te doy postre”, le dije. Ella se quejó y empezó a enfadarse. Pero me quedé inmóvil, decidido a que ella terminara la cena. Pronto hizo un alboroto. Decidí salir de la habitación y orar en busca de una solución.
Nuestra lucha por imponer nuestra voluntad no había producido nada más que infelicidad y rencor. Y mientras oraba, empecé a preguntarme si era tan importante que ella comiera sus frijoles esa noche después de todo. ¿Acaso no era más sencillo olvidar todo lo ocurrido y darle una galletita?
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