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Oremos por nuestra Iglesia

Del número de diciembre de 1994 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Poco Despues De hacerme miembro de una filial de la Iglesia de Cristo, Científico, y ante mi total falta de experiencia, quería aprender a orar cada vez mejor por mi iglesia. Cuando la Comisión Directiva de la iglesia sugería que todos los miembros oraran por la Escuela Dominical, yo no sabía por donde empezar. Yo pensaba: “Querido Dios, ayuda, por favor, a nuestra Escuela Dominical”. La oración era una petición legítima que yo le hacía a Dios, y provenía de un deseo correcto. Pero no era un ejemplo de la oración que se basa en una verdadera comprensión de Dios.

Gradualmente fui aprendiendo a orar de manera diferente, afirmando en la oración la realidad espiritual, o sea, que Dios siempre sostiene a Su idea espiritual y perfecta, la Iglesia, y negando la posibilidad de que algo desemejante a Dios pudiese formar parte de ella.

Para orar por nuestra iglesia filial o por La Iglesia Madre, La Primera Iglesia de Cristo, Científico, en Boston, Massachusetts, E.U.A., la descripción de Iglesia que se encuentra en el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud escrito por la Sra. Eddy, es un buen punto de partida. Parte de esa descripción dice: “La estructura de la Verdad y el Amor; todo lo que descansa en el Principio Divino y procede de él”.

Si en nuestra oración reconocemos que ésta es la verdadera naturaleza espiritual de la Iglesia, la veremos expresada en mayor medida en la institución humana que se describe en Ciencia y Salud en los siguientes términos: “La iglesia es aquella institución que da prueba de su utilidad y eleva a la raza humana, despierta al entendimiento dormido de las creencias materiales para que comprenda las ideas espirituales y demuestre la Ciencia divina, y así echa fuera a los demonios, o el error, y sana a los enfermos”.Ciencia y Salud, pág. 583.

Cuando en mi iglesia filial aparece algún problema, pienso de la siguiente manera: “¿Es posible que ‘la estructura de la Verdad y el Amor; todo lo que descansa en el Principio divino y procede de él’ pueda incluir algo erróneo, algo falto de sabiduría o de principio? ¿Es posible que haya algo falto de amor o deshonesto en la estructura del Amor, en la estructura de la Verdad? ¿Puede haber una obstinación tenaz o justificación propia?” Estas características no provienen del Principio divino, y por lo tanto, no existen en la idea divina, la Iglesia. Y debido a que no existen, podemos confiar en que veremos la curación de estos elementos en nuestras iglesias locales.

Preguntas como las que figuran arriba, me ayudan a orar, a discernir tanto el problema como la verdad específica sanadora que lo corrige. Un punto de vista acerca de la Iglesia que acepta que se compone de mortales imperfectos que expresan obstinación y son desagradables el uno con el otro, que carecen de sabiduría, integridad o vitalidad, es una percepción falsa. Comenzamos a corregirla cuando comprendemos qué es realmente la Iglesia, entendiendo que es una idea divina, totalmente armoniosa. También es necesario que veamos con mayor claridad el verdadero ser de cada miembro. De acuerdo con el primer capítulo de la Biblia, el hombre fue creado “a imagen de Dios”, y es, por lo tanto, espiritual y bueno y refleja la voluntad de Dios y Su amor, sabiduría e integridad.

Cuando oramos para comprender estas verdades y nos esforzamos por ponerlas en práctica, los errores que parecían tan manifiestos en nuestra iglesia o en sus miembros, comienzan a parecer menos reales con lo cual van dejando de perturbarnos. Pero además de encontrar paz para nosotros mismos, contribuimos a que se produzca una curación palpable en nuestras iglesias. En la misma proporción en que vemos y demostramos la verdad, el error es desenmascarado y destruido.

Esta curación sigue el camino que trazó el ejemplo de Cristo Jesús. La Sra. Eddy describe en Ciencia y Salud este proceso de curación: “Jesús veía en la Ciencia al hombre perfecto, que aparecía a él donde el hombre mortal y pecador aparece a los mortales. En ese hombre perfecto el Salvador veía la semejanza misma de Dios, y esa manera correcta de ver al hombre sanaba a los enfermos”.Ibid., págs. 476–477.

El paso siguiente, después de reconocer la bondad y la inteligencia del hombre de Dios, es vivir ese reconocimiento. Esto implica que expresemos en mayor medida las cualidades divinas. También requiere vencer tanto la tentación de criticar las actos ajenos como la creencia de que nosotros debemos decirles a los demás lo que deben hacer porque si no lo hacemos no van a hacer lo correcto. Ceder a estas tentaciones constituye una negación de las verdades espirituales que afirmamos en nuestras oraciones.

A veces se requiere muchísima persistencia para poder ver a cada miembro como una expresión del Amor divino, y entonces vivir esta oración, esforzándonos por tener sólo pensamientos llenos de amor, semejantes a los de Dios, unos de otros. Pero es un esfuerzo que vale la pena, por arduo que parezca, pues es una oración que sana. En ocasiones, percibo que lo único que debo cambiar son mis propios sentimientos contra alguien o acerca de una determinada situación. Otras veces, lo que ocurre es que algún problema en el modo de hacer las cosas es corregido o una decisión que no es muy sabia es revertida. Cuanto mayor parece ser la magnitud del error, mayor es la dedicación con que debo perseverar en la oración, hasta comprender que no existe en absoluto ningún mal en la Iglesia verdadera, porque Dios está gobernando a Su Iglesia y mantiene esta idea pura en todas sus expresiones.

Es útil también recordar que la influencia sanadora del Cristo está siempre presente. En Ciencia y Salud leemos: “El Cristo es la verdadera idea que proclama al bien, el divino mensaje de Dios a los hombres que habla a la consciencia humana”.Ibid., pág. 332. El Cristo “proclama el bien” a cada uno de los miembros de la Iglesia. La convicción cada vez mayor de este hecho, y de la verdad de que el hombre es receptivo a los mensajes de Dios, nos demuestra que sólo en raras ocasiones es necesario que un miembro le indique a otros miembros lo que deberían o no deberían hace. La oración basada en esta convicción trae como resultado una mayor expresión de inteligencia, lozanía y amor en las actividades de nuestra Iglesia.

A veces, cuando necesito ayuda para sentirme inspirada o para ver la verdad, pregunto en silencio: “Padre amado, ¿qué necesito saber? ¿Cómo debo orar respecto a esta situación?” Y luego presto atención al los pensamientos que me llegan y los utilizo en la oración. Cundo pedimos a Dios ayuda para sanar una situación discordante — con la comprensión de que la armonía esta realmente siempre presente — El siempre nos contesta.

El orar de esta manera me ayuda a no albergar pensamientos de critica ni juicios sobre los miembros, que no estén de acuerdo con mis puntos de vista. En una oportunidad, tuve cierta dificultad en llevarme bien con un miembro de mi iglesia filial. A pesar de lo afectuosa y paciente que yo trataba de ser, parecía que ella siempre estaba en desacuerdo con todo lo que yo decía o hacia. Yo sabía que otros miembros de la iglesia también tenían dificultades con ella. Al orar sobre esta situación, pude ver que no había un problema personal entre ella y yo, sino que se trataba del mal impersonal, la sugestión de que había otra presencia aparte de Dios, que la Sra. Eddy llama magnetismo animal, que intentaba producir discordia entre los miembros dela iglesia. Cuando lo percibí, comencé a orar para saber que en realidad el magnetismo animal no tiene poder alguno para producir disensiones. El mal no tiene poder verdadero, porque Dios es todopoderoso. En realidad, el mal no esta presente en ningún lugar porque Dios es omnipresente. Puesto que el mal no tiene presencia ni poder, realmente es nada; no puede invadir la verdadera Iglesia. Es incapaz de destruir el amor y la armonía que forman pare de la estructura del Amor. También comprendí que debido a que el Amor divino expresa eternamente amor y armonía en la Iglesia, es natural que los miembros de la iglesia expresen entre ellos amor fraternal.

Un día, mientras hablaba por teléfono con esta persona, se enojó tanto conmigo que bruscamente cortó la comunicación en la mitad de nuestra conversación. Me sentí herida y un poco resentida.

Pero luego me dirigí a Dios. Mi llamada silenciosa fue: “¿Qué puedo hacer para amarla?” La respuesta llegó a mi pensamiento llena de suavidad y dulzura: “Dios la ama. Dios la ama y yo reflejo el amor que Dios tiene para con ella”. Esta verdad espiritual hizo desaparecer los sentimientos de rechazo y resentimiento. Sentí el amor que Dios tenía por ella.

A partir de ese momento, comenzamos a llevarnos muy bien. Más aún, varias veces se esforzó por hacer algo agradable por mí. Otros miembros de la iglesia también comenzaron a sentir un aprecio mucho mayor por ella. Por mi parte, nunca olvidaré la sagrada experiencia de sentir el amor de Dios.

Al orar por mi iglesia de estas diferentes maneras, he obtenido una comprensión más profunda de muchas verdades espirituales, como asimismo cierta medida de sabiduría humana. He logrado sentirme tranquila en esas ocasiones en que no compartía ciertas medidas adoptadas en las reuniones de miembros de la iglesia o por la Comisión Directiva. La paz que siento proviene de saber que Dios está realmente gobernando a Su Iglesia y a todos Sus hijos. El resultado de esta oración ha sido traer curación, curación tanto a mi pensamiento como a nuestra iglesia. ¡Cuánto deberíamos alabar a Dios por Su amoroso y sabio gobierno de toda Su creación, incluso Su Iglesia!

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