Martin Luther King (h), al escribir sobre el movimiento revolucionario de los derechos civiles que él conducía, dijo que era un acto que se basaba por completo en el amor, en el amor puro, o ágape del Nuevo Testamento. El Dr. King afirmó: “Desde sus comienzos, el movimiento estuvo regido por una filosofía básica. Después, este principio fue enunciado en diversos casos, como resistencia no violenta, falta de cooperación y resistencia pasiva. Pero, en los primeros días de la protesta, ninguna de estas expresiones fueron mencionadas; la frase que se escuchó más a menudo fue: ‘amor cristiano’ ”.A Testament of Hope, ed. James M. Washington (New York: Harper Collins Publishers, 1991), pág. 16.
El Dr. King continuó con la definición de lo que significaba para él el poder esencial de ese amor que Cristo Jesús encomendó a sus seguidores a que expresaran hacia cada hombre y cada mujer, y en especial, hacia sus opresores o enemigos. “Agape”, dijo King, significa entendimiento, buena voluntad redentora para todos los hombres. Es un amor rebosante, que es puramente espontáneo.. . No es movido por cualidad o función alguna de su objeto. Es el amor de Dios que opera en el corazón humano. El Dr. King también afirmó: “Agape, no es un amor débil y pasivo. Es el amor en acción. Agape es el amor que busca preservar y crear comunidad.. . perdonar, no siete veces sino setenta veces siete para restaurar la comunidad”.Ibid., págs. 19, 20.
En un mundo donde el espíritu de “comunidad” muchas veces parece ser quebrado o al borde del quebranto, este amor es tremendamente necesario. Ya sea en los centros de las ciudades o en vecindarios suburbanos, en guerras desgarrantes como la de Bosnia o del Oriente Medio, en las familias, en los lugares de trabajo o aun en las iglesias, la “comunidad” debe descubrir el amor espiritual para encontrar renovación y progreso. Resulta claro, sin embargo, que este amor no es algo que la gente puede simplemente fabricar. El amor puro hacia nuestros semejantes, hombres y mujeres, que es perfectamente capaz hasta de “bendecir a los que os maldicen”, tiene que desarrollarse primeramente en nuestro amor a Dios y en nuestra comprensión, a través de la gracia, del amor infalible e imparcial que siente Dios por cada uno de nosotros.
En su obra Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy, hace esta observación: “ ‘Dios es Amor’. Más que eso no podemos pedir, más alto no podemos mirar, más allá no podemos ir”.Ciencia y Salud, pág. 6. El Amor divino, el único Dios infinito, es nada más y nada menos que Todo-en-todo. El Amor divino es todo-poder y toda-presencia. Nada tiene sustancia, realidad, significado o actividad genuinos, a menos que esté impulsado por el Amor infinito. Esa es la razón por la cual el hombre — nuestro verdadero ser — debe reflejar el Amor divino. Esa es la naturaleza misma de nuestra identidad e individualidad por ser la creación de Dios. Somos en realidad la expresión espiritual del Amor, la eterna manifestación del Amor. Y el poder del amor puro del creador — el poder de sanar, de reformar, de redimir, de vencer el odio — se percibe en la experiencia humana solamente cuando comprendemos y aceptamos que su verdadera fuente es Dios, que su universalidad rodea a todos los hijos de Dios, y que sus exigencias son que vivamos el amor del Padre de una manera altruista y humilde y con buena disposición. En otras palabras, sentirlo y expresarlo en todo lo que pensamos, decimos, esperamos, planeamos y hacemos. Cuando comenzamos a cumplir este propósito, podemos realmente ver los efectos de la curación y transformación que se está operando en nuestra propia vida y en el mundo que nos rodea. Esto nos ayuda a comprender la razón por la cual la Sra. Eddy también pudo escribir: “ ‘Que.. . nos amemos unos a otros (1 Juan 3:23) es el consejo más sencillo y profundo del inspirado escritor”.Ibid., pág. 572.
¿Sencillo? Tal vez, porque en realidad no hay nada menos complicado, menos enredado con la confusión del materialismo, menos abrumado por los valores humanos, que simplemente amar al otro solamente por lo que él o ella es como hijo o hija de Dios. Pienso que esto tiene algo que ver con lo que me dijo un amigo muy querido, que recientemente pasó momentos muy difíciles, cuando me comentó que había llegado a sentir dentro de su corazón que la única cosa realmente importante de la vida es el amor.
¿Profundo? Tal vez, porque amarnos el uno al otro, tal como la Biblia nos pide que hagamos, refleja el significado que abarca todo y el propósito inherente del Amor divino, ilimitado e insondable, el Alfa y Omega de toda vida y de todo ser. Tal como lo proclama Ciencia y Salud. “La profundidad, anchura, altura, poder, majestad y gloria del Amor infinito llenan todo el espacio. ¡Eso es suficiente!” Ibid., pág. 520. Y pienso que este significado tan profundo, también tiene mucho que ver con que mi amigo haya llegado a sentir que la única cosa verdaderamente importante en la vida es el amor.
Cada vez que leemos los Evangelios en el Nuevo Testamento, no podemos dejar de sentirnos admirados por la manera tan gráfica y conmovedora en que el Salvador dirigía a sus seguidores en el arte y la ciencia del amor. Eso penetraba en todo lo que él hacía, en todo lo que él enseñaba. Tanto en el Sermón del Monte, donde nos instruyó en la manera en que debíamos orar aun por los que podían ser nuestros perseguidores, o en sus parábolas, donde, por ejemplo, nos hizo ver el afecto total e inagotable de un padre, aun por un hijo que abandonó su hogar y su familia. O en el abrazo que prodigó sin ningún temor (y su curación) a un leproso “inmundo”. O a través de su propia agonía en el huerto de Getsemaní, donde Jesús renunció a todo vestigio de voluntad humana en aras de la humanidad. O aun desde la cruz, donde demostró el poder imperecedero de perdonar a quienes lo habían crucificado en “el madero maldito”. En todos estos hechos, fue expresado el “más sencillo y profundo” propósito del verdadero cristianismo.
Jesús declaró a sus discípulos: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros”. Juan 13:34, 35. Este amor — la expresión del amor de Dios — de hecho se mantuvo como la señal más infalible de la devoción con que cada uno siguió al Cristo. Y hoy, continúa haciendo lo mismo por cada uno de nosotros.