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Una protesta que da resultado

Del número de diciembre de 1994 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La Gente Instintivamente protesta contra la injusticia y la opresión. Nuestras protestas pueden ser muy privadas: una carta a un legislador o una exclamación de indignación durante las noticias de la tarde. Pueden ser públicas y despertar gran apoyo, tales como las manifestaciones en masa o las marchas. Cualquiera que sea la forma que tomen, tenemos la esperanza de que nuestras protestas puedan en alguna forma contribuir a que se produzca un cambio para bien.

Tal vez, por lo general, no pensemos en protestar sobre nuestra salud, pero esta forma de protesta es muy útil cuando está basada en la comprensión espiritual de la omnipotencia de Dios, y de la realidad del amoroso cuidado que El tiene por cada uno de nosotros. Dios lo abarca todo; es el Amor todopoderoso. El poder protector e inspirador de Su amor está siempre al alcance de nosotros. Las notables curaciones que hizo Cristo Jesús demuestran este hecho y muestran que la enfermedad nunca ha sido la voluntad de Dios.

Cuando el Maestro se enfrentaba a una enfermedad o lesión, él restablecía el cuerpo a las condiciones normales de salud y armonía, y dijo: “No puedo hacer nada por mí mismo; según oigo, así juzgo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió, la del Padre”. Juan 5:30. El Maestro nos enseñó que tenemos el derecho de protestar contra la enfermedad, el dolor y el pesar que va con éstos porque no están de acuerdo con la “voluntad del Padre”.

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