EL ESCOLASTICISMO ALTERA LA BIBLIA DE JERONIMO
En el siglo XII, un libro escrito por Pedro Lombardo, un erudito italiano, provocó, inadvertidamente, más alteraciones en la Vulgata. El libro de Lombardo, Las Sentencias, constaba de cuatro tomos de enseñanzas sobre algunos aspectos de la teología, tales como la Trinidad y los Sacramentos. Pero la cosa más notable acerca del libro eran las numerosas citas de los Padres de la Iglesia y del uso de un complejo razonamiento teológico que fue conocido como “escolasticismo”. Con el tiempo, este libro muy ortodoxo se convirtió en el texto oficial de la teología de la Iglesia Católica durante la Edad Media.
Trágicamente, a principios del siglo XIII, eruditos de París entremezclaron los comentarios escolásticos de Lombardo en una nueva edición de la Biblia de Alcuino. El resultado fue la “Biblia de París”, una edición que tiene un texto formado capa sobre capa de la teología escolástica. Los estudiantes de la Universidad de París pronto diseminaron este nueva Biblia de un solo tomo por toda Europa.
A principios del siglo XIV, era deplorable la condición de la Vulgata de Jerónimo. Sin embargo, la gravedad de esta situación la conocían sólo la élite de los eruditos, aquellos que tenían algún conocimiento de latín, griego y hebreo. La gran mayoría de los ciudadanos laicos no podían entender estas lenguas. El latín ya se había extinguido cientos de años atrás. Y con el tiempo tomó su lugar una nueva familia de lenguas llamadas “lenguas vernáculas”.
LAS NUEVAS LENGUAS POPULARES
Las nuevas lenguas vernáculas incluyeron los idiomas modernos que usamos ahora en la civilización de Occidente: las lenguas romances como el francés, español, portugués e italiano; y las lenguas germánicas como el alemán e inglés. Lo importante en lo que respecta a la Biblia es que la gente que hablaba estas nuevas lenguas en la Edad Media, no tenía ningún contacto con el latín y con la Biblia Latina que la Iglesia tenazmente mantenía como el único texto oficial, la sola y única versión de las Escrituras que se debía utilizar en los servicios religiosos de la iglesia o para ser leída por el clero.
Pero es un hecho que el analfabetismo predominaba en la mayoría de los clérigos y nobles. Y aun si la gente común hubiera sabido leer, la Iglesia les prohibía leer la Biblia. A principios del siglo XIII, en el punto más álgido de su poder, las autoridades de la Iglesia bloquearon completamente cualquier posibilidad de que una persona de mediana cultura pudiera familiarizarse con las Escrituras, cuando ellos declararon que era ilegal que los miembros laicos siquiera tuvieran su propia Biblia, mucho menos leerla.
LA BIBLIA EMPIEZA A LLEGAR A LA GENTE
Sería tarea de los grandes héroes de la Reforma ofrecer a la gente la Biblia escrita en lenguas comunes. Y el tener disponible las Escrituras, por fin, en las lenguas vernáculas, proporcionaría un fuerte incentivo a los hombres y mujeres comunes para aprender a leer. Sin embargo, aun durante la Edad Media, algunos valientes innovadores dieron a la gente porciones de la Biblia en un lenguaje que podían entender.
LA PRIMERA BIBLIA GOTICA
El rey Ulfilas fue el primer reformador que dio la Biblia a su gente en su lengua nativa, el gótico, en el siglo IV. Nacido de un padre gótico y de una madre cristiana de Capadocia (en lo que es ahora Turquía), la temprana educación de Ulfilas incluyó el estudio del griego y el latín, así como también el gótico. Cuando era joven se involucró con el trabajo misionero cristiano. Más tarde llegó a ser obispo. Llamado a menudo el “apóstol de los godos”, Ulfilas con el tiempo tradujo la mayor parte de la Biblia Griega Bizantina a la lengua gótica. Su Biblia es la única obra literaria importante que dejó la civilización gótica.
LAS BIBLIAS ANGLOSAJONA E INGLESA
La única Biblia que los anglosajones conocían — y cuyo contacto con ella fue solo indirecto — fue el texto de la Vulgata Latina que Agustino y Ceolfrido llevaron a Inglaterra desde Roma a comienzos del siglo VIII. Sin embargo, sólo los monjes tenían contacto directo con estos manuscritos, y la mayoría de ellos no podía leer latín.
El pueblo de aquel tiempo pensaba que profanaría las Escrituras al traducirlas a una lengua común que cualquiera podría entender; ellos consideraban que estas lenguas no merecían comunicar la Palabra de Dios. Pensaban que la única lengua santa era el latín.
La historia de la Biblia vernácula inglesa, en realidad comenzó a fines del siglo VII con Caedmon, el primer poeta anglosajón que era cristiano. Caedmon era pastor de vacas en el monasterio de la zona de Whitby, y una noche vio a un ángel que le dijo que escribiera una canción sobre la creación. La siguiente mañana, de acuerdo con la leyenda, se dio cuenta de que había podido — por primera vez en su vida — escribir exquisitas líneas de poesía en los complicados versos en anglosajón que eran populares en Inglaterra en aquel entonces.
Después de que terminó su himno sobre la creación, Caedmon (o alguien que escribía en su nombre), escribió una serie entera de poemas relatando de nuevo las historias de la Biblia del Génesis, Exodo y Daniel, como también de los Evangelios. Estas piezas resonaban con una inspiración profética y mística, pero se alejaban de la Biblia en sí.
Más adelante, en el siglo IX, el poeta Cynewulf de la región central de Inglaterra, contó la historia de la crucifixión de Jesús de una manera aún más libre y más imaginativa que la de Caedmon. Y en aquel entonces, el Rey Alfredo el Grande de Wessex, promovió una revitalización de la instrucción que incluía la traducción de partes de la Biblia al anglosajón. De acuerdo con la tradición, el mismo rey empezó la traducción de los Salmos justo antes de su muerte. Sin embargo, sus traducciones eran sólo para los clérigos y la nobleza. Nunca pensó que la gente común debía leerlas.
Le tocó al sacerdote y escritor Aelfric, en el siglo X, finalmente ofrecer a la gente común gran parte de la Biblia. Inspirado por su patrocinador, el Conde Ethelweard, Aelfric escribió una viva serie de sermones con abundantes citas de la Biblia, todas traducidas a un anglosajón bueno y claro. Y, con el patrocinio de Ethelweard, Aelfrid puso estos sermones, así como el Pentateuco, en forma de libro para que otros sacerdotes los pudieran leer.
Sin embargo, Aelfric era un pionero que no tenia buena disposición. Se negó a traducir al inglés los Evangelios, temiendo las represalias de la Iglesia. Y le dijo a Ethelweard, en el prólogo de su traducción del Génesis: “No me aventuraría y no traduciré ningún libro de la Biblia después de este libro”. Afortunadamente, otro erudito de la Biblia (uno que logró permanecer anónimo), se aventuró a traducir al inglés los Evangelios, mientras Aelfric todavía vivía. Esta traducción, conocida como el West Saxon Gospels nunca fue usada en un servicio de iglesia, y tuvo que ser circulado en forma privada. Pero, finalmente, le ofreció a la gente la historia completa del evangelio en su lengua nativa.
Con la invasión de los normandos en 1066, se redujo considerablemente la difusión de la recién nacida Biblia en inglés. Cuando los normandos arrasaban el país, se apoderaron de los monasterios y otros centros de enseñanza, imponiendo el francés y el latín como lenguas dominantes.
A pesar de esto, una corriente incontrolable empezó a desarrollarse en el pensamiento de los ingleses de aquel tiempo. Era el deseo ferviente — especialmente entre las mujeres y otra gente poco instruida que no tenían la oportunidad de aprender latín — de leer la Biblia en su propio idioma. Silenciosa pero inexorablemente, este grupo de cristianos dedicados a la oración, creció. Con el tiempo, en el siglo XIV, el fervor de estos hombres y mujeres ingleses se convirtió en una estridente expresión. Y en las últimas décadas de ese siglo, este movimiento de gente común encontró a su primer gran adalid en la persona de un profesor de Oxford llamado Juan Wiclef.
LAS PRIMERAS BIBLIAS EUROPEAS
De manera paralela al desarrollo de la Biblia en el pueblo inglés, hubo un movimiento similar en Alemania, los Países Bajos, Francia, Italia y España. En Alemania, por ejemplo, los primeros libros vernáculos de los Salmos aparecieron en los siglos IX y X, como resultado del renacimiento de la erudición en la época de Carlomagno. Estos estaban escritos en diferentes dialectos. Entonces, hacia fines del siglo X y comienzos del siglo XI, un monje maestro de escuela llamado Notker hizo uso de una fina traducción al bávaro alemán de los libros de los Salmos y del libro de Job, como una expresión de afecto por la lengua alemana que estaba en desarrollo.
En la parte sur de Francia, en el siglo XII, Pedro Valdés, o Waldo, un próspero comerciante y apasionado lector de la Biblia, dio todas sus posesiones a la caridad y emprendió una carrera como predicador de los pobres de Lyons. Furioso con las restricciones de la Iglesia sobre la lectura de la Biblia, Valdés comisionó la traducción del Nuevo Testamento a la lengua provenzal. Luego dio estos textos al pueblo a través de sus seguidores, todos los cuales eran “pobres” predicadores como él. Cuando el Papa dijo a estos “Waldesianos” que detuvieran la predicación y la distribución de las Biblias, Valdés respondió que él tenía que obedecer a Dios, no a los hombres. La Iglesia lo excomulgó en 1184.
Los seguidores de Valdés se esparcieron por toda Europa y emprendieron una campaña secreta para ofrecer la Biblia al pueblo. Pero, con el tiempo, los Waldesianos — junto con algunas sectas relacionadas de Alemania, Italia y Francia — fueron objeto de una gran inquisición por parte de la Iglesia. Inquisidores dominicanos y franciscanos viajaron a través de toda Europa interrogando a los miembros de estas sectas que leían la Biblia, y los llevaban a juicio por violar la prohibición de la Iglesia en contra del estudio de las Escrituras. Sin embargo, los Waldesianos que pudieron escaper, se refugiaron en los valles de Italia, Francia, España y Alemania.
En cada uno de estos países, los pueblos influidos por los Waldesianos se unieron en los siglos XIII y XIV para exigir que la Biblia completa estuviera en sus propios idiomas. La Vulgata, argumentaban, se había corrompido sin esperanza y no la entendía el pueblo que no sabía latín. Pero más importante que esto, las lenguas vernáculas de ese momento tenían suficiente fluidez, precisión, amplitud en la elección de la palabra, y belleza para apoyar las grandes y memorables versiones de las Escrituras.
Brillantes eruditos, poetas y escritores estaban efusivamente extendiendo los límites de sus lenguas vernáculas. De modo que era natural que los eruditos de la Biblia, encantados con las nuevas revelaciones de los estudios en griego y hebreo, quisieran hacer lo mismo. Quizás sintieron lo que ahora parece muy claro, que la Edad Media ya había pasado. Y la edad de oro de la traducción de la Biblia estaba al alcance de la mano.