Si Tuviera Que describir a un amigo mío, lo haría de la siguiente manera: Es una persona que se pone muy contenta cuando ayuda a la gente, especialmente a aquellos que no han tenido muchas oportunidades y que necesitan sentir más confianza. Le gustan los arroyos, ríos y lagos. Trata de escuchar a todos aunque no esté de acuerdo con lo que se esté diciendo. Su mejor esfuerzo es el único esfuerzo que realmente conoce. Le agradan las rosetas de maíz acarameladas. Se ríe de sí mismo hasta que se le caen las lágrimas. Recuerda muchos detalles y hechos que son muy importantes para él. Su dedicación a la tarea que ha elegido es tan consagrada que con sólo mirarle la cara uno puede ver que resplandece.
Si bien la impresión que ustedes pudieron formarse de él es parcial, podría tal vez parecerse a la de uno de sus amigos. El mundo que nos rodea está lleno de gente, gente que podría describirse de diversas maneras. Los documentos de identidad y las licencias para conducir muestran la altura, el peso, el color del cabello y el de los ojos. Pero la gente que conocemos bien son mucho más que eso para nosotros. Se habrán dado cuenta de que no incluí ninguna de esas características en la descripción de mi amigo. No obstante, ustedes saben mucho más acerca de él que si yo les hubiese proporcionado sólo esos datos estadísticos.
Es posible mirar a la gente, e incluso a nosotros mismos, con ojos que no ven al hombre mezclado con nada material. En un mundo embelesado con el cuerpo, la musculatura y la belleza física — que depende de hábitos alimenticios, aparatos para hacer gimnasia, cirugía plástica, ansiedad y frustración —, es bueno ampliar y cambiar nuestro punto de vista y ver la verdadera naturaleza espiritual de la gente.
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