No Se Puede Eludir la gran misión que Jesús le dio a todo discípulo. Aun así, todavía se les pregunta a los conferenciantes por qué sus mensajes están dirigidos más hacia el público en general, especialmente el recién llegado, y aparentemente menos hacia brindar nueva inspiración a los Científicos Cristianos. Detrás de la pregunta puede estar la desalentadora presunción que las conferencias son algo “para unos pero no para otros”, que son para una clase de pensadores y no para otra. Sin embargo, la experiencia muestra que decididamente éste no tiene que ser el caso. Los discípulos son alimentados por el mismo pan de Verdad que ellos reparten a los demás. Además, el propósito sencillo es siempre el de “contar la historia” que “algunos nunca oyeron”.Himnario de la Ciencia Cristiana, N.° 414.
Dondequiera que iban los profetas del antiguo Israel, daban sus mensajes en el nombre de Dios. Quien tenía oídos para oír, oía. Entre sus escuchas se encontraban los que ya estaban familiarizados con su visión y muchos que no lo estaban. Los profetas hablaban de lo que habían visto y conocido a través de lo que Dios les había revelado de Sí Mismo, lo que habían aprendido por medio de Su Palabra. Sus palabras eran inspiradoras, espontáneas, provocativas, apremiantes. Vinieron anunciando la presencia y la validez de las exigencias del Todopoderoso, el gran YO SOY, que demanda que se le conozca y se le responda.
En ocasiones, esto despertó oposición. Muchos que escucharon las palabras ¡no captaron el mensaje! Algunos no parecieron ser receptivos, envueltos en sus propias opiniones sobre la vida con las que estaban familiarizados. Entre los que perdieron el mensaje hasta se encontraban algunos de los compañeros cercanos de los profetas. Se deben de haber quejado impacientemente de que ya habían escuchado el mismo “capítulo y versículo” antes, y no obstante, también podían sentirse perturbados por las nuevas ideas y exigencias que se les hacían. A pesar de eso, el hecho mismo de que tenemos la Biblia muestra que de todos los oyentes, algunos pocos sí escucharon. Unos pocos permitieron que las ideas divinas los alcanzaran y abrazaran. Ellos respondieron honesta y sinceramente a esas ideas. Lo mismo es verdad hoy en día.
Cuando Jesús habló de la semilla sembrada en diferentes suelos: pedregales o suelos quemados por el sol, espinosos o la buena tierra, hablaba por experiencia. Enormes multitudes ya lo habían seguid. Había pasado incontables horas hablando con sus propios discípulos. Algo de esto pudo haber parecido sin fruto o un fracaso. Sin embargo, aquellos que tenían oídos para oír, oyeron. Aquellos cuyo sentido espiritual había despertado, respondieron. La prueba de que el mensaje había logrado su objetivo fue la verdadera regeneración, la curación, la transformación espiritual, el estímulo de obedecer la ley moral y espiritual.
La Sra. Eddy habla del anhelo que tenía Jesús de que lo entendieran, de su paciente esfuerzo por despertar a quienes ya deberían haber estado despiertos. “Jesús pacientemente persistió en enseñar y demostrar la verdad del ser. Sus discípulos vieron ese poder de la Verdad sanar a los enfermos, echar fuera el mal y resucitar a los muertos; pero la finalidad de esa marvillosa obra no fue espiritualmente comprendida, ni siquiera por ellos, hasta después de la crucifixión, cuando su inmaculado Maestro se presentó ante ellos vencedor de la enfermedad, del pecado, de la dolencia, de la muerte y de la tumba”.Ciencia y Salud, pág. 136–137.
Cristo Jesús no desatendió las necesidades genuinas de sus seguidores más cercanos, en cuyas manos estaba confiando la divulgación más amplia de su propia misión. Pero él también sabía que lo que necesitaban por encima de todo era obtener una confianza más profunda en Dios que sólo se consigue al practicar y predicar lo que él les estaba enseñando. Escogía cuidadosamente los momentos en que hablaba en privado y en público, describiendo vívidamente el reino siempre presente de la Vida espiritual. Fue divinamente impulsado a transmitir esta realidad sagrada a toda la gama del pensamiento general. Ya fuera expresado audiblemente o abrigado en silencio, el mensaje divino, o Cristo, no fue dirigido tanto hacia “afuera donde estaban ellos” ni hacia “adentro donde estamos nosotros”, porque por su naturaleza era omnímodo. Después de todo, el reino de Dios está al alcance de todos.
La Ciencia Cristiana es la explicación lógica, universalmente válida y aplicable, del cristianismo vital que Jesús ilustró. La Sra. Eddy escribió Ciencia y Salud para abrazar al mundo con el mensaje del Consolador. El libro ampara a todos dentro de sus páginas. Las conferencias sobre la Ciencia Cristiana dan a conocer al público el Consolador que ya está presente. Debido a que el libro incluye a todos, la conferencia que presenta sus enseñanzas debe hablar a la totalidad de la gente: al agnóstico, al profundamente religioso, al que adora desesperadamente el azar, al enfermo y atemorizado, al inmoral y amoral, al que busca y cuestiona, al que está cómodo en la materia, al que está enfadado, al hambriento.
A medida que los Científicos Cristianos van comprendiendo la amplitud de la Ciencia que los ha influido tanto, entienden por qué las conferencias deben tener la misma amplitud en su alcance. Los interrogantes principales que hay en el pensamiento del público a menudo no son los interrogantes que creemos que son o que deben ser. Pero nuestra Guía esperaba que las conferencias trataran directamente estos asuntos y las tergiversaciones y distorsiones de sus enseñanzas y de su vida.
En el capítulo “Respuesta a algunas objeciones” del libro de texto, ella trata la pretensión actual que sostiene que la oración es ineficaz, cuando menciona su propia experiencia “antes y después”. En la página 351 de Ciencia y Salud, ella se identifica compasivamente con la angustia de quien ha orado sin éxito describiendo su propio desaliento en una situación similar. Entonces ella cuenta cómo su oración se volvió eficaz mediante el pronto auxilio del sentido espiritual: “Era la presencia viviente y palpitante de Cristo, la Verdad, que sanaba a los enfermos”.
La Sra. Eddy define la labor del conferenciante como “ahondando para llegar a lo universal y elevándose por encima de los teoremas a lo trascendental, lo infinito — sí, a la realidad de Dios, el hombre, la naturaleza, el universo”. Luego, en la misma carta se refiere a la necesidad de “desafiar la indiferencia universal, el azar y los credos”.The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, pág. 248.
La indiferencia es apática, despreocupada y cruel. La indiferencia, a veces aun más que el odio, se opone a las fuerzas sanadoras del Amor. Hoy día el mundo está luchando con la indiferencia fría y masiva a los problemas individuales y de millones. La conciencia ha sido insensibilizada por una diversidad de influencias, visibles e invisibles. Las guerras étnicas y la ausencia de orden civil amenazan la supervivencia de países enteros donde la naturaleza humana parece estar furiosamente fuera de control. El vacío que ha dejado el derrocamiento de gobiernos represivos no es simplemente una tragedia política e histórica encaminada hacia un destino inevitable. Estos temas afligen la consciencia del público que pide a gritos curación. Al exponer y extirpar la indiferencia, las conferencias auténticas de la Ciencia Cristiana ayudan tangiblemente al inocente a encontrar seguridad y socavar lo que frecuentemente se consideran conflictos “inevitables”.
La mente mortal puede argumentar que algunas situaciones son irremediables, pero la conferencia presenta serenamente los hechos sanadores y soberanos. Quita el velo a las soluciones que da el Amor divino a los males aparentemente indominables. Aborda verdaderamente los “credos” perniciosos de la opinión humana al describir persuasivamente el efecto disolvente que tiene el amor del Amor. Esclarece el papel de la ley espiritual como el opuesto que corrige la fascinación con la suerte, o el deseo de obtener satisfacción en la materia. Es necesario contar esta “buena nueva” de la Ciencia del Cristo y se contará una y otra vez. La proclamación valiente que descansa en la práctica honesta hallará buena tierra y oídos abiertos, y el mensaje no se perderá cuando se digan las palabras.
