Al comienzo de este siglo los cristianos leían, bastante indiscriminadamente, los numerosos escritos sagrados que se encontraban en circulación. Estuvieron de acuerdo sobre el valor que tenían los cuatro Evangelios, así como también los escritos de Pablo, Pedro, Santiago y Juan. Sin embargo, también percibieron que había cierto valor en algunas de las versiones alternativas de la historia del evangelio, en los Evangelios de la Verdad, Felipe, Hebreos y Pedro. Y los primeros líderes de la Iglesia, habían confiando en y citado otros escritos cristianos, entre ellos las Enseñanzas de los Doce Discípulos; la Epístola de Bernabé, los Hechos de Tomás, de Mateo, de Pedro, de Pablo y varios apocalipsis.
Sin embargo, hacia la mitad del siglo, algunos fervorosos herejes, forzaron a los líderes de la Iglesia a hacer sus primeros intentos para formar un canon de escritos cristianos. Uno de estos herejes fue Marción, un hombre que quizás originalmente nunca tuvo el propósito de dejar la Iglesia. Era un rico propietario de barcos en Sinop, una ciudad de la actual Turquía. Se afilió a la iglesia en Roma alrededor del año 140 d.C., pero finalmente se levantó en contra de la teología ortodoxa de la congregación romana y organizó su propia iglesia. La iglesia romana lo excomulgó en el año 144 d.C. Sin embargo, Marción comenzó a ganar conversos por todo el Imperio Romano y los organizó en comunidades.
Básicamente, Marción vio al cristianismo como el Evangelio del Amor, excluyendo totalmente el concepto hebreo de ley. De hecho, rechazó completamente la Biblia hebrea, y pensó que de los escritores del Nuevo Testamento, sólo Pablo entendió por completo la clara diferencia entre la ley hebrea y la gracia cristiana. Entonces, recopiló su propio conjunto de Escrituras, que incluyeron sólo diez cartas de Pablo y un Evangelio, el libro de Lucas. Corrigió todos esos libros en forma notable, eliminando todas las referencias a la ley o la tradición judía.
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