En Una Ocasión me puse bastante indispuesta. Mi esposo me cuidaba, llevaba a los niños al colegio, e inclusive salía corriendo del trabajo para llegar a casa al mediodía y servirme el almuerzo. Yo estaba tan grave que no podía ni leer ni estudiar, pero podía orar por mí misma. Pasé muchas horas recordando muchas de las verdades que había aprendido acerca de Dios y el hombre a través de los años. ¡Qué mina de verdades espirituales tenía cuando tan desesperadamente las necesitaba!
El trabajo consagrado de una dedicada practicista de la Ciencia Cristiana cumplió un papel importante en el proceso de curación. Yo me sentía muy enferma para hablar con ella, pero ella compartía las ideas con mi esposo y él me las transmitía. No recuerdo haber hablado acerca de qué enfermedad podía tener, o haber hablado sobre los síntomas físicos. La enfermedad fue sanada y lo que recuerdo no es el nombre de una enfermedad sino lo que aprendí acerca de la eficacia de la oración para cambiar la evidencia material, y la renovada certeza de que las curaciones espirituales son completas y permanentes. Nuestra salud está a salvo cuando la dejamos por completo en manos de Dios.
Curaciones como ésta son acontecimientos importantes tanto en la vida de aquellos que las viven como en la vida de los que han sido testigos de ellas. Refuerzan la convicción de que el poder espiritual es más que adecuado para romper las ligaduras de las teorías basadas en la materialidad.
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