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El poder reformador de las Escrituras

Esta serie ilustrada que se publica en el Heraldo trata sobre la dramática historia de cómo se desarrollaron las Escrituras en el mundo a lo largo de miles de años. Se concentra en los grandes reformadores que escribieron y tradujeron la Biblia. Muchos dieron su vida para hacer que la Biblia y su influencia reformadora estuviera al alcance de todos los hombres y mujeres.

El rey Jacobo encarga su Biblia

Primera parte

Del número de octubre de 1995 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Alas diez de la mañana del 24 de marzo de 1603 — pocas horas después de la muerte de la reina Isabel — el rey Jacobo VI de Escocia, heredero al trono británico, se convirtió en el rey Jacobo I de Inglaterra. A las pocas horas, integrantes de todos los círculos religiosos y políticos que deseaban hacerle llegar sus buenos augurios, se dirigieron velozmente hacia la frontera norte de Escocia para saludar al nuevo rey. Calvinistas, católicos romanos y anglicanos de posición intermedia, todos deseaban ser los primeros en felicitar al monarca y pedirle algún favor especial.

Jacobo no desilusionó a sus nuevos súbditos. La escena del rey y su séquito, trasladándose lentamente hacia el sur de Inglaterra, resultó ser una celebración maravillosa. Entusiasmado con su recién adquirida función real, Jacobo estaba encantado de conceder favores. Entre Edimburgo y Londres confirió más de trescientos títulos de caballero, otorgó centenares de cargos nuevos, concedió innumerables peticiones, y repartió incontables sumas de dinero y parcelas de tierra de la Corona.

Sin embargo, algunas de las peticiones que le fueron hechas a Jacobo no tenían posibilidad alguna de ser concedidas. Por ejemplo, los católicos que fueron severamente oprimidos bajo el reinado de Isabel pidieron al rey que les permitiera practicar libremente su religión. Y algunos puritanos radicales le solicitaron a Jacobo la separación de los obispos de la Iglesia Anglicana para introducir una organización democrática al estilo calvinista. Por lo tanto, sólo una de las numerosas peticiones religiosas que recibió Jacobo le pareció razonable: la “Petición Milenaria” de los puritanos.

LA PETICIÓN MILENARIÁ


Es probable que fuera en la heredad de Sir Oliver Cromwell, en Hinchingbrook — donde el buen caballero agasajara con extrema generosidad al rey en su camino al sur — que tres influyentes ministros puritanos le presentaran la Petición Milenaria. Su nombre proviene de las casi mil firmas que contenía de ministros altamente respetados y que contaban con el apoyo de los líderes puritanos de todo el país.

Los pedidos de los milenarios eran moderados. Simplemente pedían una reunión ecuménica entre los obispos de la Iglesia y los puritanos, para que las “cosas que estaban mal en nuestra Iglesia” pudieran decidirse de una vez por todas con la participación del rey, actuando como juez. Ellos deseaban conversar sobre las prácticas que preocupaban a muchos hombres de la Iglesia, tales como utilizar la cruz en los bautismos, la exigencia de que los ministros usaran ropa especial, el hecho de que muchos ministros no predicaran sermones a sus congregaciones (y que muchas veces ni siquiera se acercaran a las iglesias) y la lectura de los libros Apócrifos en los servicios religiosos de las iglesias.

Jacobo simpatizó de inmediato con la Petición Milenaria e hizo saber a los puritanos que les concedería una “conferencia”. Luego les anunció que la reunión tendría lugar en el palacio real de la Corte de Hampton, a unos quince kilómetros al oeste de Londres, el 14 de enero de 1604.

Pero a medida que se acercaba la fecha de la reunión de la Conferencia de la Corte de Hampton, Jacobo tuvo que tranquilizar a todas las partes involucradas. Los obispos temían que el nuevo rey accediera a todas las demandas de los puritanos y hasta aboliera por completo las jerarquías de la Iglesia. Por su parte, los puritanos tenían temor de que Jacobo los avergonzara públicamente al negarse a otorgarles cualesquiera de sus pedidos. La verdad era que nadie sabía con exactitud cómo lo resolvería Jacobo. Era un hombre con un humor muy variable, aunque asombrosamente tolerante tanto con los puritanos como con los católicos (de hecho, su esposa era católica). Era un hombre totalmente dispuesto a negociar y un pacificador.

Una cosa era segura. Jacobo vio la conferencia que estaba por celebrarse como una oportunidad que no se podía perder para lanzar un proyecto que él consideraba era de suma importancia para su éxito como rey, la traducción de una nueva versión de la Biblia en inglés.

JACOBO, ERUDITO DE LA BIBLIA Y PACIFICADOR


La educación que recibió Jacobo en Escocia fue poco común. Cuando tenía apenas un año, se convirtió en rey de ese país debido a la abdicación de María, su madre, reina de los escoceses. Ella había sido obligada a abdicar y luego puesta en prisión a raíz del escándalo que la conectara con el asesinato de su marido. Los enemigos políticos de María tenían, además, otra preocupación: ella era una católica romana muy devota. Por esa razón, se ocuparon de que el joven rey fuese separado de su madre y que creciera bajo el cuidado de tutores que fuesen calvinistas estrictos, el conde Mar y su esposa.

El conde contrató un equipo de brillantes y apasionados eruditos calvinistas para que educaran a Jacobo. Entre esos educadores se destacaban George Buchanan y Peter Young, quienes consideraban que cuanto más entendiera Jacobo la Biblia, tanto mejor rey sería algún día. Por lo tanto, cuando tenía cuatro años, le impusieron una disciplina dos veces al día que comprendía lingüística, teología y estudios científicos que incluían la lectura de la Biblia en latín, griego, hebreo, inglés y francés. A los ocho años, Jacobo podía traducir con facilidad cualquier pasaje de la Biblia del latín al francés y del francés al inglés.

En 1582, cuando era todavía un adolescente, Jacobo tomó las riendas del gobierno de Escocia y tuvo que recorrer una línea muy fina entre los calvinistas presbiterianos de la poderosa Iglesia escocesa y la aristocracia católica. Para hacerlo, se apartó de su educación calvinista y se convirtió en un dedicado pacificador — un promotor de la unidad religiosa nacional — cuidando de no ofender a ningún grupo religioso.

El joven rey también se apoyó mucho en las Escrituras como su guía para reinar. Años más tarde, Jacobo le aconsejó a su hijo, el príncipe Enrique, que estudiara la Biblia. Le dijo: “Todo la religión que al presente profesamos, tanto yo como mi reino, está basada sobre las claras palabras de las Escrituras, sin las cuales, todos los puntos de vista de la religión son superfluos”.

Pero Jacobo no recurría a las Escrituras para obtener ventajas políticas para sí mismo. Escribió un libro titulado The Trew Law of Free Monarchies (La verdadera ley de las monarquías libres), donde cita numerosos pasajes de las Escrituras para probar que la función de rey fue “fundada por Dios”.

Jacobo era un político demasiado inteligente como para tomar partido en el tira y afloja que había sobre las diferentes versiones de la Biblia. El sabía que si respaldaba la Biblia calvinista de Ginebra, ofendería a los católicos, y que si apoyaba a la Biblia de Rheims o a la Biblia de los Obispos, ofendería a la Iglesia de Escocia. De modo que en el año 1601 propuso una traducción totalmente nueva de las Escrituras a la Asamblea General de la Iglesia de Escocia. Pero la Asamblea hizo caso omiso de su sugerencia.

De manera que Jacobo sólo podía esperar el día en que fuera rey de Inglaterra. Quizás entonces podría persuadir a los obispos anglicanos a que hicieran una traducción nueva de la Biblia, una Biblia ecuménica que uniera a los protestantes y católicos de Escocia e Inglaterra. Pero Jacobo, en su interior, esperaba algo más de su nueva Biblia. Tenía la esperanza que de algún modo, se convertiría en el gran pacificador de Europa y llegaría a ser en todas partes una garantía contra las facciones religiosas beligerantes, hasta lograr un reino mundial de “Hermosa Paz”.

(Este es el primero de seis artículos sobre la Biblia King James.)

Todo buena dádiva y todo don perfecto
desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual
no hay mudanza, ni sombra de variación.

Santiago 1:17

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