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Encontremos la luz

“Sentí que estaba parada en una puerta... ”

Del número de octubre de 1995 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


¿A quién no le vendría bien tener más luz?, ¿más claridad en momentos de duda? Y si estamos en medio de nuestra propia búsqueda de luz, a veces ayuda oír las experiencias de otros que están encontrando que “resplandeció en las tinieblas luz”, como lo describe el Salmista. Esta columna incluye algunas experiencias que pueden ser útiles para los que están buscando nuevas respuestas. Los relatos son anónimos, para que los autores tengan la oportunidad de expresarse libremente sobre su anterior estilo de vida y sus pasadas actitudes que pueden haber sido considerablemente diferentes de lo que ellos actualmente valoran. Fue necesario condensar el tiempo en la narración de estas experiencias, las que no intentan contar una historia completa, sino que muestran algo de la amplia gama de buscadores y el camino por el cual la luz del Cristo, la Verdad, restaura, redirige y regenera vidas.

Era El Primer día de mi segundo año de estudiante en la universidad. “Sara”, gritaron al unísono tres chicas cuando di vuelta a la esquina del pasillo, con mi valija en la mano. Dos de ellas eran mis amigas del año anterior: Amy y Heather. La otra era Stacy, la única estudiante que quedaba del año anterior en el piso de mi dormitorio, aunque no la conocía muy bien.

Sabía que Stacy era Científica Cristiana, y yo tenía curiosidad acerca de eso, pues sólo sabía que los Científicos Cristianos no van al médico cuando están enfermos, no toman bebidas alcohólicas ni fuman. Había oído que algunos de ellos habían sido acusados de no llevar a sus hijos al médico. Yo tenía una parienta que era Científica Cristiana, pero puesto que mi abuelo, mi bisabuelo, tres tíos, dos tías, y ahora una hermana y mi madre, todos están en la profesión médica, jamás había considerado que había una verdadera alternativa al tratamiento médico.

En una de nuestras primeras conversaciones le pregunté a Stacy qué hacía ella cuando estaba enferma o tenía un accidente. “Yo oro”, me dijo. “Reconozco que Dios es todopoderoso, el bien omnipresente, y que yo soy hija de Dios, hecha a Su imagen, y, por lo tanto, mi verdadera identidad sólo expresa la perfección del bien. Esto pone mi experiencia física más de acuerdo con la realidad espiritual y soy sanada”.

La posibilidad de que yo fuera la hija de Dios era muy atrayente y reconfortante. Pero espiritual y perfecta... seguí maravillada: ¿podía ser esto verdad? Si Dios existe, El es espiritual y el bien infinito, entonces tiene que ser verdad. Pero no estaba segura acerca de confiar en Dios. Estando en la universidad, me pregunté si había algo que quedaba en qué confiar, puesto que estaba descubriendo que el conocimiento humano es intrínsecamente imperfecto.

Durante todo el semestre del otoño, y probablemente antes, yo había anhelado algo que me diera estabilidad, consuelo, paz y esperanza. De modo que todo un nuevo mundo de ideas se abrió para mí con estas conversaciones con Stacy. Justamente poco después de que comenzó el semestre, yo estaba escribiendo pensamientos e ideas en mi diario acerca de ser espiritual. Al principio, me era difícil imaginar que yo era espiritual. Me sentía tan lejos de ser perfecta, y de hecho estaba luchando con todo el concepto de identidad.

La pregunta “¿Quién soy yo?” estaba constantemente en mi pensamiento. “¿Acaso soy espiritual?”, fue la pregunta que pronto la reemplazó. Consideré qué significaría aceptar que Dios es el único poder y es completamente bueno, como mi amiga Stacy lo hacía. La Vida de ella ciertamente parecía tener más paz que la mía, y ser más estable, sin los extremados altibajos emocionales que yo estaba experimentando. Algunas veces me había preocupado la sensación de que no valía mucho, de que no era digna de nada en el mundo. Aunque me fuera bien en mis estudios no estaba satisfecha, porque parecía que alguien más siempre era mejor. Sentía que jamás podría ser lo suficientemente buena.

Para el fin del semestre había ido una vez con mi amiga a un servicio religioso en la iglesia, que realmente no comprendí. Leyeron citas de la Biblia y de un libro por la Sra. Eddy titulado Ciencia y Salud, pero no comprendí que los pasajes que leían trataban un tema. Nunca había leído la Biblia y no conocía el otro libro, y me di cuenta de que era difícil concentrarse en lo que se decía. No estaba acostumbrada a escuchar lecturas de la Biblia sin que la persona que leía diera una explicación.

Fui con Stacy a una reunión de la organización de la Ciencia Cristiana en la universidad, “OCC” como la llaman. En esa época me gustó más que el culto religioso porque los que participaban eran de mi edad. Los estudiantes hablaban de problemas con los que me podía identificar, y cómo orar para resolverlos. Las reuniones eran informales, y ellos eran afectuosos y cariñosos, de manera que me sentí bien recibida y muy bien.

Durante ese mes de enero participé algunas veces en protestas en pro de la paz y en contra de la Guerra del Golfo. Sin embargo, me sentía cada vez más desesperanzada y deprimida. Me sentía agobiada con el concepto de que el mal estaba en todas partes y que era muy poderoso. Lloraba todos los días, y el mundo era un lugar oscuro. Cuando estaba por terminar ese mes fui a ver una película sobre Africa del Sur llamada “A World Apart” (un mundo aparte). La película era una vívida representación de una familia sudafricana profundamente comprometida en ayudar a los negros en su lucha contra el apartheid. Este compromiso dividió a la familia. La angustia me venció y tuve que dejar de ver la película a la mitad. Estaba llorando tanto que no podía ver la pantalla.

Traté de controlarme y regresé a mi dormitorio sin llorar, pero tan pronto llegué al cuarto de Stacy en busca de consuelo, empecé a llorar otra vez. Ella me abrazó y salimos al corredor para ir a mi cuarto donde ella empezó a decirme que el mal parece ser real y poderoso, pero puesto que Dios está en todas partes y es infinito y todopoderoso, el mal realmente no puede estar en ninguna parte, no puede tener ningún poder. Ella me explicó que puesto que Dios es el único creador, el único Padre de Sus hijos, lo único que podemos expresar es Su bondad y amor. Stacy declaró firmemente que es una mentira que la naturaleza humana tiene un lado malo que puede dominar al bien, puesto que Dios nos dio dominio sobre toda la tierra, incluso sobre los elementos “terrenales” de la condición humana. El falso concepto de que el hombre es malo y produce el mal no es parte de la realidad espiritual. Stacy también me dijo que como hija espiritual de Dios, tengo que reflejar gozo, paz y dominio; y que la tristeza, el temor y el desamparo no son parte de mi identidad, que por lo tanto podía rechazarlos.

Pasaron casi tres horas antes de que pudiera dejar de llorar. Empecé a sentirme llena de esperanza y pensé que era posible que Dios existiera y que yo no tenía que sentirme agobiada por el mal. Todo de lo que habíamos hablado durante los últimos pocos meses empezó a tener sentido para mí. Yo ciertamente no quería asumir la posición de que la vida no tenía sentido ni esperanza, y que el bien era accidental. Yo no estaba totalmente segura de que tenía fe en Dios, pero estaba deseosa de correr un riesgo para bien, por el Espíritu, y apartarme del mal.

Al dejar de concentrarme en el mal, el control que éste tenía sobre mí disminuyó. Empecé a sentirme aliviada, lúcida, menos preocupada y — por primera vez, en mucho tiempo — llena de esperanza. Antes de que apagara la luz, mi amiga deslizó una nota por debajo de mi puerta, para destacar algo que me había dicho cuando trataba de consolarme. La nota decía: “Dios te ama”. Sonreí y pronto me quedé dormida.

Esa noche sané de mi depresión. Estaba muy feliz el día siguiente cuando Stacy me preguntó si quería ir con ella a la Escuela Dominical para aprender más acerca de Dios, y de mí misma como Su imagen. Sentí que estaba parada en una puerta, haciendo a un lado todas mis viejas maneras de pensar, entrando al desconocido territorio del Espíritu.

Las curaciones que tuve en los primeros meses de oración y estudio me alentaron a continuar con la Ciencia Cristiana. Para el fin del verano, había leído Ciencia y Salud por completo, y la biografía en tres partes de la Sra. Eddy que escribió Robert Peel. Estaba llena de admiración por lo que ella había logrado, y sabía que el libro de la Sra. Eddy era una revelación y no solo alguna teoría.

Esta experiencia ha sido fundamental para mí, puesto que me ha llevado hacia el Espíritu y me ha enseñado que el aceptar que el bien es verdadero no es ser ingenuo, sino poderoso y sanador. El día que necesito aliento recurro al concepto básico de que Dios es el bien, Dios es amor, y Dios me ama, y mi situación mejora. Las situaciones difíciles se resuelven mediante la oración. He aprendido que es necesario y valioso reclamar mi gozo, el cual “nadie os quitará”. Juan 16:22.

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