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Un mundo en busca de sanadores

Del número de octubre de 1995 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Mary W. Tileston incluye en su libro Daily Strength for Daily Needs (Cómo fortalecerse diariamente para responder a las necesidades diarias), el siguiente versículo del Nuevo Testamento: “Que andéis como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra y creciendo en el conocimiento de Dios; fortalecidos con todo poder, conforme a la potencia de su gloria, para toda paciencia y longanimidad”. 1 Col. 1:10, 11.

A continuación de este pasaje de la Biblia, la Sra. Tileston cita las palabras de Frederick William Robertson, un sacerdote inglés: “La verdadera tarea no debe hacerse con lamentos por lo irreparable, sino con lo mejor que hay dentro de cada uno de nosotros. En vez de estar quejándonos por no tener las herramientas adecuadas, debemos emplear bien las que tenemos”.Daily Strength for Daily Needs (Boston: Little Brown and Company, 1994), pág. 89.

Si nos dedicamos a mirar el mundo que nos rodea y comenzamos a enumerar, meramente, todos sus problemas — crímenes en las ciudades, conflictos étnicos, guerras regionales, odios y prejuicios organizados, carencias y pobreza en gran escala en países subdesarrollados, el maltrato de los niños, enfermedades, contaminación ambiental, destrucción de las principales biosferas, la creciente extinción de especies de plantas y animales y así sucesivamente — sería muy fácil caer en una actitud mental de desamparo “lamentando lo que es irreparable”. Si a continuación miramos lo que aparentemente constituyen los únicos y escasos recursos con que contamos para combatir esos males “llevando fruto en toda obra buena” resultaría muy fácil comprobar con tristeza que estamos “quejándonos por no tener las herramientas adecuadas”.

Sin embargo, hubo un sanador que a pesar de haber dedicado un tiempo relativamente corto a su tarea en el mundo, demostró de un modo irrefutable que ninguna condición es irreparable. Probó que cada uno de nosotros posee aptitudes impartidas por Dios para hacer uso de un modo eficaz de las herramientas que Dios puso a nuestro alcance a fin de bendecir a nuestros semejantes, e incluso para traer al mundo la luz de la curación y de la redención del Cristo. Este sanador, fue el Salvador Cristo Jesús.

Generalmente, se considera que el ministerio de curación y salvación que llevó a cabo Jesús, tuvo lugar cuando era un hombre joven y abarcó un período de alrededor de tres años. El bien que nuestro Maestro realizó fue extraordinario. Sanó casos de ceguera, sordera, lepra, defectos congénitos, epilepsia, parálisis. Alimentó a multitudes. Acalló el furor de una tormenta. Redimió a pecadores. Resucitó muertos. Cambió el mundo para siempre.

Jesús no permitió que la evidencia que el mundo ponía ante él — la enfermedad y la carencia, la violencia y la mortalidad — desviara su percepción pura de la realidad divina del reino de Dios, que está al alcance de todos. Debido a que él comprendió y obedeció las leyes de Dios que gobiernan verdaderamente la realidad, pudo utilizar adecuadamente esas leyes para sanar a los demás. Jesús probó que el bien de la creación de Dios, sostenido por Sus leyes, era una realidad permanente. Lo que Dios creó debe expresar al Creador, o sea, la espiritualidad expresa el Espíritu divino; el amor puro y la la gracia, expresa el Amor divino; la integridad expresa la Verdad divina; la vitalidad y la plenitud expresan eternamente la Vida divina.

Esos nombres de Dios, que se basan en la Biblia — Espíritu, Amor, Verdad, Vida y otros que revela la Ciencia Cristiana — nos ayudan a comprender más plenamente la naturaleza infinita y de este modo, entender mejor la naturaleza de Su creación, incluso el hombre. Descubrimos que las cualidades semejantes a Dios, tales como la espiritualidad, el amor, la gracia, la integridad, la vitalidad, la plenitud y muchas otras, son, en realidad, inherentes a cada uno de nosotros. Nuestra propia naturaleza es el reflejo de Dios, y lo que es verdadero para uno de los hijos de Dios, debe ser verdadero para todos Sus hijos.

El entender espiritualmente estas realidades del ser, la realidad de Dios, y la oración, que nos permite comprender específicamente los problemas urgentes que enfrentan la sociedad y los individuos hoy en día, nos dan poderosas herramientas para hacer una diferencia en el mundo. La Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy, extiende este desafío a cada uno de nosotros, en su libro Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras: “Es posible — sí, es deber y privilegio de todo niño, hombre y mujer — seguir, en cierto grado, el ejemplo del Maestro mediante la demostración de la Verdad y la Vida, la salud y la santidad... Oíd estos imperiosos mandatos:“¡Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto!” “¡Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura!” “¡Sanad enfermos!” Ciencia y Salud, pág. 37.

Con un corazón bien dispuesto y una creciente comprensión espiritual de las leyes de Dios, cada uno de nosotros — cualquiera sea la edad, la posición y el lugar que uno ocupa en la vida — puede comenzar a seguir al Maestro, y así ayudar de un modo más eficaz y consecuente, a un mundo tan necesitado de curación. Tal vez no veamos que el mundo se transforma de un día para el otro, ni que mañana mismo todos sus males serán solucionados. Lo que podemos ver es que hay un genuino progreso en esa dirección día tras día y una vida tras otra, a medida que nuestra oración y nuestra obra de curación se amplían para incluir a nuestras familias, nuestros vecinos, nuestras comunidades, nuestros países y a toda la humanidad. Nada es irreparable y tenemos las herramientas necesarias.

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