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El aposento de la oración: fuente inagotable de espiritualidad

Del número de octubre de 1995 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


¿Por Qué Debemos orar? ¿Cómo debemos orar? ¿Cómo podemos hacer que nuestras oraciones sean más eficaces? puede ser muy útil reconocer que si bien la oración no cambia a Dios, sí nos permite percibir más claramente Su presencia y poder; nos ayuda a conocer a Dios. Conocer a Dios no es lo mismo que simplemente saber algo acerca de Dios. Cristo Jesús fue capaz de sanar instantáneamente porque su comprensión de Dios no estaba limitada al conocimiento humano. El estaba profundamente unido a Dios como su padre. Incluso aseguró que él era uno con el Padre, cuando dijo: “... yo soy en el Padre, y el Padre en mí”. Juan 14:11.

La Biblia nos habla acerca de Dios. Y la Ciencia Cristiana nos ayuda a comprender que Dios es Vida, Verdad, Amor, Principio, Mente, Alma, Espíritu. Estos términos sinónimos concuerdan con las descripciones bíblicas de la naturaleza y el carácter de Dios. Pero ¿cómo hacemos para llegar a conocerlo realmente, en lugar de sólo tener información acerca de El? ¿Cómo logramos comprender y amar de una manera consecuente a este Ser divino e infinito, a este creador omnipotente y omnisciente, que es nuestro Padre-Madre?

El Maestro dio instrucciones breves pero precisas sobre cómo orar. Mateo reproduce sus palabras de la siguiente manera: “... cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público”. Mateo 6:6. Mary Baker Eddy nos dice en Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras: “El aposento simboliza el santuario del Espíritu, cuya puerta se cierra al sentido pecaminoso, mas deja entrar a la Verdad, la Vida y el Amor”.Ciencia y Salud, pág. 15.

En Strong’s Exhaustive Concordance of the Bible (Concordancia Detallada de la Biblia, de strong) una de las definiciones de la palabra griega traducida como aposento en la referencia de Jesús a entrar en el aposento, es “fuente inagotable”. El reflexionar acerca de este concepto quizás nos ayude a hacer que nuestras oraciones sean más eficaces.

¿No es razonable que el santuario del Espíritu incluya toda la realidad espiritual, toda la sustancia verdadera: todo lo que es espiritualmente valioso? Por lo tanto, en este aposento — o fuente inagotable — esperaríamos encontrar provisión infinita, todas las ideas buenas y útiles llenando, por decirlo de alguna manera, todos los estantes.

Cuando Jesús multiplicó los panes y los peces y resucitó a los muertos — incluso él mismo resucitó de los muertos — encontró lo que necesitaba entrando en la fuente inagotable de la oración y buscando en Dios, el Espíritu, la sustancia y la vida que parecían faltar. Su oración reveló en forma tangible, la comida que alimentó a las multitudes, y salud y vida cuando la enfermedad o la muerte parecían reales.

Esto no significa que en el aposento hay cosas materiales. Simplemente significa que cuando estamos en comunión con Dios descubrimos lo que Dios conoce y, como Mente divina, El conoce todas las ideas útiles y correctas. Estas ideas correctas están siempre a nuestro alcance — siempre “en stock” — para que, cuando oremos en “el santuario del Espíritu” percibamos estas ideas y cualidades del Espíritu siempre presentes. La consciencia espiritual, que refleja a la Mente única, incluye las realidades fundamentales del ser, la realidad de Dios y de la relación inseparable entre Dios y el hombre; la unidad y perfección de todas las cosas. Por lo tanto podemos recurrir a la Mente divina y encontrar perfecta salud, ya establecida, e invulnerable a cualquier ataque. Encontramos armonía, gozo, paz, comprensión — todos los atributos de nuestro Padre-Madre Dios — y nos damos cuenta de que cada cualidad de Dios es nuestra por reflejo. No es algo por lo que tenemos que rogar para que se nos conceda, o que de alguna manera tenemos que merecer. Sino que ya es nuestro, y lo expresamos en la proporción en que nos esforzamos por seguir las reglas de la oración. Estas reglas están explicadas en el capítulo titulado “La oración” en Ciencia y Salud. Y cuando descubrimos que todo está a nuestro alcance — lo que es real — como por ejemplo la salud y la armonía, toda evidencia de discordancia se desvanece.

En cierta ocasión me encontré en una situación muy difícil. Había comprado un pequeño negocio de expendedores automáticos para trabajar junto con un miembro de mi familia. Pero al poco tiempo yo era la única que me ocupaba de todo. La administración del negocio requería esfuerzo físico — mover los grandes expendedores automáticos de un lugar a otro — y además se descomponían continuamente. El temor y la constante preocupación me agobiaban.

La única alternativa era orar. En medio de la noche y en todo momento en que estaba despierta, recurría a Dios. Recuerdo que en una ocasión me paseaba de un lado a otro frente a una máquina rota, declarando que la Verdad divina, la Mente infinita, estaba siempre presente, y por lo tanto la inteligencia y la sabiduría divinas también estaban presentes, formando parte de mi propia consciencia verdadera. Cuando callé para escuchar una respuesta, me acerqué a la máquina y supe cómo arreglarla.

Ese mismo día me encontré con una persona que no solo podía reparar las máquinas, sino que además me enseñó a hacerlo yo misma. Y muy pronto apareció un comprador que estaba deseoso de adquirir el negocio a un buen precio.

Pero el resultado más valioso de esta experiencia fue consecuencia de la oración constante. Obtuve una confianza más profunda en que Dios es el único poder y que nunca puede dejar de expresar Sus cualidades a través del hombre. Y yo misma comencé a cambiar.

Descubrí y superé numerosos rasgos negativos del carácter, tales como la impaciencia y la voluntad humana. Cuando la oración se transformó en el punto de partida de cada una de mis actividades, aprendí a confiar en la Mente divina, y a seguir sus mandatos con firmeza. Esta mayor receptividad y obediencia me reveló las ideas necesarias para satisfacer todas y cada una de mis necesidades.

La Sra. Eddy da estas instrucciones en el mencionado capítulo “La oración”: “Para orar como se debe, hay que entrar en el aposento y cerrar la puerta. Tenemos que cerrar los labios y silenciar los sentidos materiales”.Ibid., pág. 15. ¿Acaso no se nos está indicando que cerremos la entrada a los conceptos mortales, en lugar de admitir las creencias erróneas?

Encontramos un ejemplo interesante de esta lección en la ocasión en que los discípulos de Jesús no pudieron sanar a un muchacho epiléptico. Véase Mateo 17:14—21. La Sra. Eddy escribe: “Cuando sus discípulos le preguntaron por qué no habían podido sanar ese caso, Jesús, el maestro Metafísico, respondió: ‘Por vuestra poca fe’ (falta de fe); además les dijo: ‘si tuviereis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: Pásate de aquí allá, y se pasará’. Y luego agregó: ‘Pero este género no sale sino con oración y ayuno’ (absteniéndose de admitir las demandas de los sentidos)”.The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, pág. 222.

Entonces, para poder orar eficazmente, debemos abstenernos de admitir el testimonio de los sentidos materiales. La materia que nos agobia, que tememos, y cuyas flaquezas y limitaciones aceptamos, no es la sustancia real, sino la apariencia de sustancia opuesta al Espíritu, Dios. Si estamos albergando “las demandas de los sentidos” — resentimiento, odio, envidia, temor, desaprobación — todavía no hemos entrado en el santuario; no estamos orando ni “ayunando”.

La parábola de Jesús del hijo pródigo ilustra su mandato de orar de la manera correcta y de aprender a conocer a Dios. Véase Lucas 15:11–32. Aparentemente el hijo más joven en la parábola pensaba en la sustancia como en algo que debía ser dividido, algo que pertenecía a algunos y quizás no a otros (como una hogaza de pan).

A través del relato de Jesús nosotros sabemos a dónde lo llevó esa forma de pensar: a descubrir que nada de eso valía la pena. Vivir de una manera imprudente no lo condujo a nada. El hijo pródigo se dio cuenta de que incluso los sirvientes de su padre tenían todo lo que necesitaban; pero también creía que él había perdido su vínculo con su padre, que ya no merecía ser considerado su hijo.

Sin embargo, cuando se humilló lo suficiente como para silenciar los sentidos materiales, descubrió que su padre lo estaba esperando, con una espléndida túnica, y con zapatos y un anillo, símbolos de su linaje. El percibió que la bondad y el amor de su padre no habían cambiado.

Cuando entramos en el aposento mental de la oración, habiendo dejado de lado los conceptos, las limitaciones y las expectativas personales materiales, sentimos la presencia de Dios. Y esta experiencia nos eleva más que ninguna otra. Nos trae curación.

Esto no significa que siempre resulta fácil entrar en “el santuario del Espíritu”, porque muchas veces encontramos resistencia, la cual intenta mantenernos alejados de la oración; quiere que continuemos reflexionando acerca de Dios, y no reconozcamos verdaderamente Su presencia o vislumbremos nuestra verdadera naturaleza como Su hijo. Pero a medida que comenzamos a conocer a Dios a través de la oración, descubrimos una nueva identidad: nuestro verdadero ser. Encontramos todo aquello que parecía faltar, como por ejemplo integridad, honestidad, guía y dirección, paz, misericordia y abundancia. Nos vemos a nosotros mismos más claramente como Dios nos ve y nos conoce, viviendo por siempre en Su presencia, y expresando por siempre Su amor. Este reconocimiento de nuestra semejanza con nuestro Padre-Madre Dios nos brinda la percepción y la orientación necesarias para vivir una vida plena, para superar un concepto limitado de Dios y del hombre.

Dios, el Amor divino, siempre proporciona al hombre ya al universo toda idea correcta y buena. Por lo tanto, cada uno de nosotros puede recibir lo que Dios nos ofrece. Podemos entrar en el aposento de la oración, silenciar los argumentos que podrían negar nuestro linaje, y unirnos profundamente a nuestro Padre único, verdadero y amoroso.

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