Dos Problemas Que no tenían relación entre sí desgraciadamente habían aparecido en mi vida. Mi madre, que estaba de visita en nuestra casa, no estaba con su usual semblante lleno de vitalidad. Apática e indiferente, se movía en forma torpe y lenta, y esto, según había diagnosticado su médico, era consecuencia de una leve apoplejía. También, dos buenos amigos, miembros de la iglesia, se habían vuelto impacientes e irritados el uno con el otro, y yo estaba recibiendo quejas de cada uno de ellos con respecto al otro.
Como Científica Cristiana, conocía el poder sanador de la oración, pero ninguno de mis amigos ni mi madre, que no es Científica Cristiana, me había pedido que orara por ellos. Pero estaba aprendiendo que mientras la Regla de Oro nos impide entremeternos en los asuntos de los demás, el compromiso de seguir el ejemplo de Cristo Jesús establece la obligación de mantener nuestro propio pensamiento lleno del amor divino que no consiente pasivamente la discordancia y el sufrimiento. Entonces, cuando un día desperté en horas de la madrugada, todavía inquieta, me di cuenta de que, más que dormir, necesitaba orar. Me volví a Dios en busca de inspiración.
También tomé un libro escrito por la Sra. Eddy. Este pasaje me llamó la atención: "Recomiendo que los Científicos Cristianos no hagan distinción alguna entre una persona y otra, sino que piensen, hablen, enseñen y escriban la verdad de la Ciencia Cristiana, sin hacer caso del carácter de las personas ya sea correcto o no en este campo de acción. Dejad que el Padre, cuya sabiduría es infalible y cuyo amor es universal, haga las distinciones de los caracteres individuales".No y Sí, págs. 7-8. Uno de los puntos importantes que estaba aprendiendo a través del estudio de la Ciencia Cristiana es que el amarse uno al otro en el contexto de la práctica cristiana no es una opción.
El Nuevo Testamento nos dice: "Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad, mediante el Espíritu, para el amor fraternal no fingido, amaos unos a otros entrañablemente, de corazón puro". 1 Pedro 1:22. El amor es la esencia del cristianismo. Trae al pensamiento individual el poder de Dios, el Amor divino, y, en cierto grado, trae curación a lo que atraiga la atención de uno, de la misma manera que cuando una sola persona que lleva una luz ayuda a otros a ver. El amor cumple la ley sanadora de Cristo, que Jesús resumió en dos mandamientos: amar a Dios con todo el corazón, fuerza y mente, y amar al prójimo como a uno mismo.
El amor no es algo que haya que desarrollar de alguna forma en un carácter sin amor. De hecho, amar es el estado normal del hombre. Puesto que Dios es Amor y el hombre es Su semejanza, es enteramente natural para el hombre reflejar el Amor. Debido a que el amor refleja el Amor, Dios, nunca puede ser separado de Su poder, belleza y gracia, y cada expresión de este Amor poderoso también incluye aquellas características espirituales. El Amor es inmortal; por lo tanto, el hombre expresa al Amor eterna, ininterrumpida y activamente siempre. La fuente es Dios; la expresión es el hombre. Puesto que la fuente es universal, su actividad es, por lógica, amar universalmente; y el hecho de que el hombre es la expresión de ese Amor que incluye a todos, nos lleva a reconocer lo bueno en nuestro prójimo, hombres y mujeres, y honrarlos sin discriminación ni limitación por lo que ellos son: hijos e hijas de Dios.
¿Qué podemos hacer cuando nos encontramos en la disyuntiva de ver los problemas de los demás y de respetar su derecho a buscar soluciones por sus propios medios? La respuesta me vino con claridad aquella problemática noche: simplemente obedecer las indicaciones de Cristo Jesús de amar sin reservas. La ansiedad y el miedo se disolvieron en una ola de amor cuando me di cuenta de que podía amar sin ningún esfuerzo a todos los involucrados por ser los hijos de Dios. Sentí un aprecio tan grande por mis amigos y su devoción a la iglesia, que mi preocupación por ellos simplemente desapareció. Entonces, en vez de estar absorbida con la preocupación por la condición de mi madre, reconocí con gozo cuán agradecida estaba por su carácter amoroso y vivo y por la gran influencia de bien que ella había sido en mi vida. Regresé a la cama con un amor que no se puede expresar con palabras hacia cada uno de aquellos en quienes estaba pensando, y dormí el resto de la noche con mucha paz.
¡A la mañana siguiente mi madre quería ir de paseo! Paseamos por las montañas, anduvimos por caminos sinuosos, visitamos pequeñas tiendas, almorzamos a la orilla de un río en la montaña y, a las cinco de la tarde, una de nosotras ya estaba dispuesta a regresar a casa. Pero mi madre todavía quería ver y hacer más cosas. Su debilidad había desaparecido por completo. No hubo ninguna palabra entre nosotras referente a mi cambio de pensamiento durante aquella noche previa, pero me dijo más tarde esa noche: "No entiendo tu religión, pero sé que me sanó".
¿Cómo pudo suceder esto? La Ciencia Cristiana nos enseña que el amor, siendo una cualidad derivada de Dios, es un agente sanador muy poderoso. Dondequiera que se exprese, en una forma pura y persistente, el pensamiento despierta al Cristo siempre presente para iluminar y sanar. Cuando Jesús expresó ese amor, las multitudes fueron sanadas. El amor de Cristo no requiere que aceptemos la evidencia tanto buena como mala en la naturaleza humana. Por el contrario, nos hace amar lo que ahora percibimos del bien, y nos impulsa a luchar por el progreso espiritual que cada vez más nos permite discernir la semejanza pura de Dios en nosotros y en los demás, y amar a ese hombre espiritual "entrañablemente, de corazón puro".
¿Qué pasó con los dos amigos que estaban enemistados? Durante muchos años desde ese momento, nunca escuché que uno criticara al otro. Ellos expresan mutuamente un genuino respeto que caracteriza la unidad cristiana.
El amor espiritual que hace brillar el camino ante nosotros es mucho más que una emoción humana; es el efecto de la ley liberadora de Dios. Esta influencia sanadora y poderosa disuelve todo lo que sea desemejante a sí misma, así como la luz reemplaza la oscuridad. El amor, el toque de Dios que sana y disuelve las divisiones entre personas, puede lograr un mayor entendimiento y paciencia entre bandos opuestos, razas, así como naciones.
Mary Baker Eddy conocía el gran poder sanador del amor y su influencia en el corazón de cada individuo. Sobre este tema ella escribe: "¡Qué palabra ésta! Con asombro reverente me inclino ante ella. ¡Sobre cuántos miles de mundos tiene alcance y es soberana! Aquello que no se deriva de cosa alguna, lo incomparable, el Todo infinito del bien, el Dios único, es Amor".Escritos Misceláneos, págs. 249-250. A medida que anhelamos aliviar el sufrimiento de la humanidad y contribuir a su progreso, podemos reconocer el tremendo poder del amor espiritual y saber que el talento de expresar el Amor divino es inherente a cada uno de nosotros. El amarnos unos a otros es el resultado natural de amar primero a Dios. Es poner en acción la ley de Dios, la ley de curación y armonía.
