Dos Problemas Que no tenían relación entre sí desgraciadamente habían aparecido en mi vida. Mi madre, que estaba de visita en nuestra casa, no estaba con su usual semblante lleno de vitalidad. Apática e indiferente, se movía en forma torpe y lenta, y esto, según había diagnosticado su médico, era consecuencia de una leve apoplejía. También, dos buenos amigos, miembros de la iglesia, se habían vuelto impacientes e irritados el uno con el otro, y yo estaba recibiendo quejas de cada uno de ellos con respecto al otro.
Como Científica Cristiana, conocía el poder sanador de la oración, pero ninguno de mis amigos ni mi madre, que no es Científica Cristiana, me había pedido que orara por ellos. Pero estaba aprendiendo que mientras la Regla de Oro nos impide entremeternos en los asuntos de los demás, el compromiso de seguir el ejemplo de Cristo Jesús establece la obligación de mantener nuestro propio pensamiento lleno del amor divino que no consiente pasivamente la discordancia y el sufrimiento. Entonces, cuando un día desperté en horas de la madrugada, todavía inquieta, me di cuenta de que, más que dormir, necesitaba orar. Me volví a Dios en busca de inspiración.
También tomé un libro escrito por la Sra. Eddy. Este pasaje me llamó la atención: "Recomiendo que los Científicos Cristianos no hagan distinción alguna entre una persona y otra, sino que piensen, hablen, enseñen y escriban la verdad de la Ciencia Cristiana, sin hacer caso del carácter de las personas ya sea correcto o no en este campo de acción. Dejad que el Padre, cuya sabiduría es infalible y cuyo amor es universal, haga las distinciones de los caracteres individuales".No y Sí, págs. 7-8. Uno de los puntos importantes que estaba aprendiendo a través del estudio de la Ciencia Cristiana es que el amarse uno al otro en el contexto de la práctica cristiana no es una opción.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!