En Una Familia donde se espera la llegada de un bebé, hay una atmósfera llena de alegres expectativas. Los abuelos, las tías, los tíos, toda la familia de ambas partes, están encantados con la noticia.
A medida que la noticia trasciende dentro y fuera de la familia, los futuros padres comienzan a recibir numerosos consejos. Todos desean compartir los beneficios de su experiencia. Si ésta ha sido buena, puede brindar confianza y fortaleza a la futura mamá. Pero si durante el embarazo hubo dificultades, o posteriormente hubo problemas con el bebé y estos inconvenientes se describen con lujo de detalles, pueden llenar de temor y dudas a la futura mamá, haciéndole pensar en la posibilidad de que algunas de estas cosas le puedan ocurrir a ella o al bebé. Esos temores a veces se expresan, pero otras se reprimen, aunque continúan en acecho en el fondo del pensamiento. ¿Qué se podría hacer para que el tiempo de espera hasta la llegada del bebé sea una etapa feliz, libre de ansiedades, lleno de expectativas orientadas hacia lo que es bueno?
Una señora joven a quien conozco, tuvo interés en saber más acerca de Dios. Una de sus amigas le había dado el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud por Mary Baker Eddy. Mientras lo iba leyendo, le encantó ir descubriendo la maravillosa verdad de la bondad absoluta de Dios y del hecho de que Dios es Vida, la única fuente de la vida.
Algunas semanas más tarde, la señora comprobó que estaba embarazada. Durante los primeros meses, no estuvo bien de salud; tuvo hemorragias y luego fiebre. Ella quería recurrir a Dios para obtener la curación, pero el esposo, la madre y el resto de la familia sentían mucho temor e insistieron en que aceptara un tratamiento médico. Como ella era nueva en el estudio que estaba haciendo, accedió al deseo de ellos. Le aconsejaron guardar cama y tomar unas píldoras diariamente, durante el resto de su embarazo. Las tomó durante casi un mes, pero no se sanó. Entonces dejó de tomar la medicación porque sentía que no la ayudaba. Decidió recurrir a Dios por completo, por medio de su estudio de la Ciencia Cristiana. Y muy pronto se sanó.
¿Qué era lo que le dio la convicción de que Dios la iba a sanar? Durante los meses que faltaban para el nacimiento de su hijo, ella estudió a diario para comprender con mayor claridad el verdadero concepto de la creación. En realidad, ningún individuo posee la capacidad de crear vida. La Biblia comienza con las palabras: "En el principio creó Dios los cielos y la tierra". Gén. 1:1.
¿Qué crea Dios? ¿Crea El identidades materiales con cuerpos físicos? Dios no es un ente físico, El es Espíritu. El crea identidades espirituales semejantes a Sí mismo. La mujer percibió que ella no era la creadora de la verdadera identidad espiritual de este niño. Hubo un cambio en su manera de pensar; dejó de ver a la creación como algo físico y se esforzó por lograr la comprensión de su base espiritual. El bienestar de la identidad espiritual del bebé no dependía de ninguna circunstancia o suceso humano. Dependía únicamente del amor y de la protección de Dios. Los temores que había expresado su familia y que ella había incorporado a su propio pensamiento, se desvanecieron.
En el momento en que tenía las hemorragias, el médico le había pedido que se hiciera una ecografía. El informe indicó que la placenta no estaba ubicada en la posición correcta, lo cual, en el momento del parto, podía poner en peligro la vida del bebé y, tal vez, también la de ella. Ella no se asustó por el veredicto. Sabía que, así como Dios crea todas las identidades, crea también toda ley respectiva, por lo cual, había una ley de Dios que ya estaba en operación y que protegería a ambos.
El alimento del bebé y su facultad de vivir no dependían de la naturaleza de la placenta ni de su posición. En Ciencia y Salud, leyó lo siguiente: "El Espíritu alimenta y viste debidamente todo objeto a medida que se evidencia en la línea de la creación espiritual, así expresando tiernamente la paternidad y maternidad de Dios".Ciencia y Salud, pág. 507. El alimento del bebé y su conexión con la vida, no podían ser interrumpidos o desplazados. La sangre y el oxígeno no tenían absolutamente nada que ver con la existencia de una idea espiritual de Dios. El amor de Dios afluía incesantemente hacia el bebé y con poder.
Después de orar de esa manera, el médico le solicitó otra ecografía. Esta vez, el informe indicó que todo estaba perfectamente normal. A su debido tiempo, y sin ninguna dificultad, nació una niña completamente sana.
Entre las acepciones que el diccionario incluye para la palabra "concepción", figuran: "imagen; idea; pensamiento; percepción".
El hombre es la creación de Dios, es concebido por Dios. Dios, la Mente divina, concibe al hombre como una idea, incluyendo en él todas las cualidades semejantes a Dios, tales como vitalidad, inteligencia, gozo y muchas otras. Las ideas de Dios no se conciben hoy ni fueron concebidas ayer ni hace nueve meses. Han existido eternamente formando parte de Su creación espiritual y perfecta. Cuando nace un bebé, lo que aparentemente vemos es un niño humano muy frágil. Pero si ponemos en práctica el sentido espiritual, ese sentido que percibe la presencia de algo que es puro y sagrado, vemos el linaje de Dios como la expresión de la Vida, como manifestación de inteligencia, de Amor, de inocencia. Esta idea tiene su origen en Dios; no comienza en un óvulo. Por lo tanto, no tiene porqué pasar por etapas de desarrollo o evolución físicos o materiales.
Dios formó Sus ideas espiritualmente, a Su propia imagen, tal como lo dice el primer capítulo de la Biblia. Los hijos de Dios no pueden tener defectos congénitos, debido a que no son el producto de dos grupos sanguíneos que tal vez incluyan genes defectuosos. Dios es Padre-Madre a la vez, y no padre por separado y madre por separado.
Cuando Cristo Jesús se encontró con un hombre que era ciego de nacimiento, sus discípulos quisieron saber si ese problema era un castigo por algún pecado cometido por el hombre o por sus padres. Jesús rechazó rotundamente esa teoría. Lo sanó y el hombre de inmediato recuperó la vista. Véase Juan 9:1–7. Jesús estaba siempre consciente de su origen puramente espiritual, del hecho de que era en verdad, el Hijo de Dios. El sabía que todos los hombres eran también, sin lugar a dudas, los hijos de Dios. La pureza era el factor fundamental del origen verdadero, tanto de ellos como de él.
Cuando se presentan problemas con el nacimiento de un bebé, los padres a menudo se preguntan si es por culpa de ellos, por haber hecho algo mal. Hay muchas teorías que explican los defectos de nacimiento. Todas parten de la creencia de que el hombre comienza en un óvulo. La comprensión de las realidades espirituales puede evitar los problemas o, si es necesario, ayudar a sanarlos.
La Sra. Eddy vivió en los Estados Unidos entre fines del siglo XIX y comienzos del XX. Durante su niñez y su juventud, estuvo enferma con mucha frecuencia. Ninguna medicación pudo ayudarla a mantenerse fuerte y sana. Había crecido en medio de una familia donde se leía la Biblia con regularidad. En 1866 sufrió un accidente que un médico consideró muy grave. Ella pidió su Biblia y se sanó de inmediato al leer el relato de una de las curaciones que llevó a cabo Jesús. A partir de ese momento, se dedicó a investigar la Biblia en profundidad. Llegó a la conclusión de que el capítulo 1 del Génesis, el primer capítulo de la Biblia, era el relato verídico de la creación. Percibió que el verdadero hombre espiritual es literalmente la imagen y semejanza de Dios. En su libro Ciencia y Salud ella escribió una hermosa exégesis de este capítulo. Dice así: "No hay más de un creador y una creación. Esa creación consiste en el desarrollo de ideas espirituales y sus identidades, las cuales están comprendidas en la Mente infinita y eternamente reflejadas. Esas ideas se extienden desde lo infinitesimal hasta lo infinito, y las ideas más elevadas son los hijos y las hijas de Dios".Ciencia y Salud, págs. 502–503.
¿No resulta maravilloso saber esto? Aparta de uno la carga de toda falsa influencia hereditaria. Ya no tiene sentido afirmar que un niño es gordo o delgado, o que posee una inteligencia superior o inferior, debido a que sus padres poseen las mismas características. Tampoco ya es posible sentenciar a un niño a tener una enfermedad determinada solamente porque alguno de sus ancestros la haya padecido.
Cuando conocí la Ciencia Cristiana, yo era pediatra. Yo pensaba que la medicina alópata occidental era el único medio para sanar las enfermedades. Pero por otra parte, veía tantas enfermedades para las cuales la medicina no podía ofrecer ningún tipo de ayuda, que a veces me preguntaba cómo debía sentirse un padre ante situaciones como éstas. Por ejemplo, ¿cómo me sentiría yo si me informaran que mi hijo tiene solo algunos meses de vida, o que nunca podrá caminar o que crecerá con deficiencias cerebrales que jamás le permitirán asistir a la escuela?
Al principio, leí solo para satisfacer mi interés los libros y literatura de la Ciencia Cristiana que me daba un amigo. En ese momento, ni siquiera soñaba cuán vastos son los alcances de la ley de Dios, el Amor, y su aplicación para cualquier situación.
Mi despertar llegó de una manera inesperada. Me encontraba trabajando en la maternidad de un hospital público. Se había instalado allí una sala con incubadoras para la atención de bebés prematuros. Una mañana, la enfermera en turno parecía muy triste. Cuando le pregunté el motivo, me señaló un bebé de tres días que había nacido tres meses antes de tiempo. Al nacer, pesaba ochocientos veintiséis gramos. Las enfermeras se esforzaban por brindarle toda la atención que podían, pero todos pensaban que no iba a sobrevivir. Al mirar a ese bebé tan pequeñito, lo primero que pensé fue: "¡Pobre bebé! Todos están esperando tu muerte". Pero de inmediato, y sin un esfuerzo consciente de mi parte, declaré en silencio: "¡Eso no es verdad! Tú representas la Vida eterna y detrás de ti está la fuerza del Todopoderoso". Instintivamente supe con absoluta convicción que ésta era la verdad. Aunque físicamente nada había cambiado, yo tenía confianza en que todo iba a marchar bien. Y así fue. Continuó en la incubadora hasta que pudo tomar su alimento en forma normal. El único tratamiento que recibió fue la asistencia tierna y amorosa de las enfermeras.
Estuvimos controlando su progreso hasta que cumplió un año. Su crecimiento y desarrollo fueron perfectamente normales, tanto física como mentalmente. La base del pensamiento sanador fue el sentido espiritual de la definición de niños que aparece en Ciencia y Salud: "Los pensamientos y representantes espirituales de la Vida, la Verdad y el Amor".Ibid., pág. 582.
Alguien podría decir que la curación de este bebé hubiese ocurrido de todos modos. Que tal vez fue una casualidad. Por el contrario, esta experiencia incluía mucho más de lo que encierra cada curación en la Ciencia Cristiana. Era preciso aprender algo acerca de Dios. Lo que yo veía con ojos humanos y juzgaba con mente humana, no era la realidad de las cosas de la manera en que Dios había dispuesto que fuesen. Allí mismo y en medio de esa misma situación, la permanencia de la Vida divina y la fuerza del Espíritu divino continuaban expresándose serenamente, tal como había venido ocurriendo a través de la eternidad.
Muchas experiencias similares ocurrieron durante el resto del tiempo en que ejercí mi profesión en el campo de la medicina. En muchas ocasiones me vi frente a situaciones tremendas. Como, por ejemplo, ver que al niño se le había brindado toda la ayuda médica posible y, sin embargo, seguía empeorando. ¡Todo parecía tan desacertado, tan injusto! Algo en mí se rebeló. Entonces, me pregunté a mí mismo: "¿Qué es lo que, realmente, está sucediendo?" Entonces, al dejar de mirar el cuadro humano que mostraba a un niño físico, pequeño y frágil, para ver al hijo de Dios — fuerte y completo, inevitablemente perfecto — el niño se recuperaba. Yo estaba aprendiendo a reconocer la presencia y la bondad de Dios de manera muy tangible y viendo el efecto que emana de un pensamiento espiritualizado de ese modo. Finalmente, llegué a la conclusión de que Dios es el único sanador y tomé la decisión de no continuar con la práctica de la medicina.
Jesús sanaba con todo éxito. Para él, no había nada incurable, pues él sabía que para Dios, todas las cosas son posibles. El aceptó la realidad científica de que Dios está siempre presente, manteniendo a Sus hijos en perfecto estado. ¿Podemos probar esto de una manera constante? Por supuesto que sí, en razón de que constituye la verdad y porque esta realidad es una ley. La Sra. Eddy descubrió esta verdad mientras estudiaba la Biblia. Muchas de sus curaciones fueron instantáneas. Una de esas curaciones fue la de un niño cuyas articulaciones estaban anquilosadas. Los huesos en la articulación de su rodilla parecían haberse solidificado. El veredicto médico fue que nunca podría volver a caminar. Sin embargo, después que la Sra. Eddy oró por él, pudo correr y jugar con otros niños. Véase Twelve Years with Mary Baker Eddy por Irving Tomlinson (Boston: The Christian Science Publishing Society, 1973), págs. 55–56.
Las teorías médicas son el producto del pensamiento humano. Todo su razonamiento es de efecto a causa. Se acepta la enfermedad como algo real y luego se presume que una posible causa fue la que produjo ese efecto. A continuación, esa presunción es aceptada como ley. El aceptar la enfermedad como real trae consigo un gran temor. Pero cuando dejamos de contemplar el cuerpo físico y comenzamos a razonar que un Dios perfecto sólo puede producir un efecto perfecto, sentimos Su presencia y Su poder. Este efecto inevitable es la curación.
La comprensión de estas realidades ayudó a una joven mujer que también practicaba la medicina como pediatra en esa época. Sentía curiosidad por descubrir que era lo que me había conducido a abandonar la medicina por algo que se llama Ciencia Cristiana y que ella hasta ese momento nunca había oído mencionar. Hizo muchas preguntas y aceptó de muy buen grado algunos ejemplares del Christian Science Sentinel. Los leyó y llamó por teléfono varias veces haciendo preguntas sobre la Ciencia Cristiana. Alrededor de un año después, su hijo, que aún no había cumplido los cinco años, se enfermó. Durante varios días tuvo fiebre, rechazó todo alimento y presentó síntomas que alarmaron mucho a su mamá. Basándose en las evidencias físicas, el diagnóstico mental que hizo fue de meningitis tuberculosa. En su época de estudiante había visto a varios niños con esa enfermedad. Algunos de ellos no sobrevivieron y los que continuaron con vida presentaban graves problemas, tanto mentales como físicos. El método para realizar un estudio de laboratorio que hubiese confirmado o desechado el diagnóstico, es doloroso y no exento de peligro; por lo cual no quiso someter a su hijo a ese estudio.
En esos momentos de tanto temor, llamó por teléfono pidiendo ayuda por medio de la oración. Recibió la seguridad de que Dios era el verdadero Padre y Madre del niño; por lo cual él estaba completamente protegido bajo el cuidado de Dios. No hay fuerza destructiva en todo el reino de Dios, y era allí donde el niño existía. Dios es Amor. Si ella, como madre humana, haría todo lo que estuviera a su alcance para asegurar el bienestar de su hijo, ¡cuánto más expresa Dios Su amor infinito y poderoso por todo Su linaje! Sus hijos están gobernados por leyes espirituales que no reconocen enfermedad alguna.
Mientras hablaba conmigo, ella no mencionó el nombre de la enfermedad, pero al describirla, se podía ver la causa de su temor. Durante la conversación, todas las teorías que se referían a infección, a susceptibilidad a la invasión de bacterias y a la tendencia invariablemente degradante de la enfermedad, fueron negadas debido a que no pertenecen al orden divino. La consciencia está gobernada por la Mente; es sagrada; no es algo que se aloja en un cerebro. Por lo tanto, no se puede perder ni oscurecer, sino que debe estar siempre clara y alerta. La actividad es una expresión de la Vida, animada, vital, inagotable. No puede ser restringida por ninguna ley física.
Ella embebía estas verdades que prometían al niño una conexión con la vida, una ayuda que ella sabía que no iba a encontrar en las medicinas. Se volvió a Dios con todo el corazón, sin reserva alguna, confiando en el Todopoderoso. El único pensamiento que percibió y al que se aferró firmemente, fue que Dios amaba al niño y jamás había creado algo que pudiese hacerle daño. Antes de las veinticuatro horas, el niño despertó por completo, le sonrió a su mamá con su sonrisa radiante de siempre y pidió algo de comer. Desde ese momento, su comportamiento fue completamente normal. La mamá estaba profundamente agradecida y, por supuesto, quiso saber de qué manera su hijo había sido sanado. Comenzó a estudiar la Ciencia Cristiana con profunda dedicación. Su hijo ha crecido y es ahora un adolescente muy brillante.
Desde un punto de vista espiritual, los niños no son débiles ni están desamparados. No están a merced del cuidado que les dispensan los adultos ni a merced de ninguna autoridad institucional. Puesto que Dios está presente en todas partes, el único poder que está en vigor es el poder del Amor, el bien. La Biblia dice en el Apocalipsis: "Nuestro Dios Todopoderoso reina". Apoc. 19:6. Tenemos la libertad de creer y de actuar con el conocimiento de que no hay otro poder, y de aceptarlo sin dudas ni reservas. Podemos saber que el único poder que puede manifestarse es el poder dulce, tranquilo y totalmente benevolente de Dios. Como linaje del Espíritu, los niños heredan todo lo que su Padre-Madre Dios posee, incluso fuerza, y no debilidad. Nuestra autoridad para reconocer estas verdades es la Biblia.
El Padre-Madre Dios no puede producir algo desemejante a Sí mismo. Su creación debe ser espiritual, perfecta y eterna, tal como El lo es. Dios siendo infinito, Sus ideas son mantenidas dentro de Sí mismo. Nunca están fuera de la totalidad de Su poder; nunca pueden extraviarse de Su cuidado protector. Están gobernadas totalmente por Sus leyes que sostienen la sanidad y la inviolabilidad de cada individualidad.
Este solo y único Dios es el Padre-Madre de todos nosotros, el Padre único y supremo de cada niño, sin excepción. Por lo tanto, todos están totalmente protegidos. Podemos volvernos a Dios, sin la más mínima duda, al cuidar de nosotros y de nuestros niños.
