Todos Los Dias cuando camino de mi auto a la oficina, me saluda un hombre que vive en una caja de cartón apoyada contra la escalera de incendios del callejón posterior. Es siempre cortés y jovial. Hay otros que asoman sus cabezas fuera de sacos de dormir o salen de autos donde han pasado la noche. Por lo general, piden limosna, y algunos se ponen desagradables si no reciben algo. Hay otro muy simpático que vivía en un auto que la policía le confiscó; ahora lava y repara autos para ahorrar lo suficiente para comprar otro coche en que vivir.
Habiendo pasado por ese callejón todas las mañanas durante seis años, he buscado cómo hacer una contribución útil y eficaz para aliviar esta deficiencia urbana.
He encontrado en la Santa Biblia la solución a toda condición difícil, así que es allí donde empecé mi búsqueda de una respuesta. Noté muchas similitudes entre la gente sin hogar en mi ciudad, aquí a fines del siglo XX, y los mendigos a la vera de los caminos, las multitudes pidiendo ayuda, y aquellos sentados al lado del estanque de Bethesda dos mil años atrás, que describe la Biblia.
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