"No Hay Accidentes en el reino de Dios". Este pensamiento me vino cuando estaba en una cama en la sala de emergencia de un hospital, mientras me sacaban radiografías, después de haber sido atropellado por un auto al cruzar la calle en una esquina. Inmediatamente después de ese pensamiento, vino éste: "Si no hay accidentes en el reino de Dios, tampoco puede haber efectos de un accidente".
El testigo principal, un empleado fuera de servicio de la agencia local de ambulancias, describió el accidente diciendo que yo había sido lanzado por el aire y que había caído con la cabeza contra el pavimento. De inmediato llamó a la policía con su teléfono celular, bloqueó el tráfico con su auto para protegerme, y corrió a mi lado. Me recomendó que no me moviera, diciendo que tenía una herida en la cabeza que era profunda y sangraba copiosamente, y que seguramente también tenía otras heridas.
Además de haber orado por mí mismo, supe más tarde que mi esposa había estado orando por mí.
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