"No Hay Accidentes en el reino de Dios". Este pensamiento me vino cuando estaba en una cama en la sala de emergencia de un hospital, mientras me sacaban radiografías, después de haber sido atropellado por un auto al cruzar la calle en una esquina. Inmediatamente después de ese pensamiento, vino éste: "Si no hay accidentes en el reino de Dios, tampoco puede haber efectos de un accidente".
El testigo principal, un empleado fuera de servicio de la agencia local de ambulancias, describió el accidente diciendo que yo había sido lanzado por el aire y que había caído con la cabeza contra el pavimento. De inmediato llamó a la policía con su teléfono celular, bloqueó el tráfico con su auto para protegerme, y corrió a mi lado. Me recomendó que no me moviera, diciendo que tenía una herida en la cabeza que era profunda y sangraba copiosamente, y que seguramente también tenía otras heridas.
Además de haber orado por mí mismo, supe más tarde que mi esposa había estado orando por mí.
Las radiografías sólo revelaron una fractura en el cuello. El personal de la sala de emergencias me limpió las raspaduras y magullones de la cara y las manos, y me cosieron la herida de la cabeza. Me advirtieron que podía tener una posible concusión y sus síntomas. Yo les había dicho que era Científico Cristiano y que no quería recibir medicación alguna; aceptaron mi petición, y caminé de la sala de emergencias a la sala de espera, donde estaba mi esposa para llevarme a casa.
A menudo oro mientras camino por las mañanas. Esa mañana había estado pensando en "La oración diaria" y en "Una regla para móviles y actos", que aparecen en el Manual de La Iglesia Madre escrito por Mary Baker Eddy, Artículo VIII, Secciones 4 y 1. Había estado tratando de percibir la presencia y el poder de Dios.
Estaba agradecido por la protección que ya había sentido. Sin embargo, pronto me di cuenta de que necesitaba expandir mi comprensión del cuidado que Dios tiene por el hombre, y rechazar las creencias tradicionales acerca de los efectos que producen los impactos físicos. Aunque había salido caminando de la sala de emergencias con una leve cojera, al cabo de unas pocas horas me di cuenta de que apenas podía levantar la pierna y el pie izquierdo que, al igual que otras partes del cuerpo, estaban doloridos e inflamados. Usaba un bastón para caminar dentro de la casa.
El practicista de la Ciencia Cristiana a quien le pedí que orara por mí, me había advertido que él y yo no debíamos tratar de cambiar la materia, sino cambiar el pensamiento, obtener una mayor comprensión de la ley de Dios. También me orientó en mi estudio para que rechazara como falsa la creencia general acerca de la manera en que los accidentes afectan al cuerpo. Esta era una forma de defenderme contra la malapráctica mental y el magnetismo animal, que entrañan la ilusión de que el hombre es mortal en vez de espiritual.
A los pocos días ya no necesitaba más el bastón. Las costras y magullones de la cara desaparecieron rápidamente. A las dos semanas reanudé mi tarea como Primer Lector de mi iglesia. Un mes después, mi esposa y yo hicimos un viaje de tres mil doscientos kilómetros a Canadá, que desde hacía tiempo veníamos planeando para asistir a una convención, durante el cual pude llevar mis propias maletas. Poco a poco me recuperé por completo, y reanudé todas mis actividades de costumbre en un período de varias semanas, progresando de manera continua.
Se destacan dos incidentes en el proceso curativo:
Primero, ni bien llegué a mi casa y llamé a un practicista, empecé a tener los síntomas asociados con una concusión. Mi esposa llamó de nuevo al practicista, y él me habló durante varios minutos, repitiendo "la declaración científica del ser" (véase Ciencia y Salud escrito por la Sra. Eddy, pág. 468). Cuando él terminó esta declaración concerniente a la identidad espiritual y buena del hombre, la crisis había pasado y no hubo indicación posterior alguna de concusión.
Segundo, a los ocho días del accidente hice que el doctor me quitara las puntadas de la cabeza. Para ese entonces las costras y magullones habían desaparecido de la cara, pero el médico observó que debajo de la nariz, alejado de las heridas, parecía haber una "infección similar a un eczema", y recomendó un par de medicamentos.
Decidí apoyarme en la Ciencia Cristiana, y al cabo de veinticuatro horas la infección había desaparecido por completo.
Si bien me siento muy feliz por esta curación, estoy aún más agradecido porque la Ciencia Cristiana me trajo un mayor entendimiento del poder y la presencia de Dios.
Lincoln, Nebraska, E.U.A.
Esa mañana, tomé el autobús para ir a la ciudad a un centro de personas de avanzada edad, en donde me desempeño como voluntaria. Durante el viaje, los pasajeros iban comentando que el trayecto del autobús había sido desviado por un accidente. Oré en silencio, afirmando que Dios está siempre a cargo de Su creación y que no pueden ocurrir accidentes en el reino de Dios; que todas las ideas de Dios están seguras y sin daño alguno. Fue una oración breve.
Cuando llegué a destino traté de llamar a casa para hablar con mi marido. Nadie contestó. Por lo general, él toma una ducha luego de su caminata matinal, de modo que esperé veinte minutos y llamé de nuevo. Nadie contestó. Puesto que había mencionado la charla en el autobús, alguien sugirió que mi marido podría haber estado en el accidente. Yo negué firmemente que él hubiera sufrido daño alguno.
Sonó el teléfono, y era un llamado de la sala de emergencias del hospital. Una joven me llevó de inmediato a casa para que recogiera el auto y fuera a buscar a mi marido. Continué orando mientras iba de camino.
Ha sido maravilloso ver como se efectuaba esta curación delante de mis propios ojos, y haber podido hacer pocas semanas después un viaje a Canadá. Dios realmente cuida a todos Sus hijos, y ésta ha sido otra más de las muchas pruebas que mi familia ha tenido a través de los años.