¿Absolutamente Todo? ¿Vender todo por lo que uno ha trabajado toda su vida? ¿Dar a los pobres? ¿Seguir a Jesús?
El hombre debe de haber pensado que lo que se le iba a exigir sería más fácil. Después de todo, él era un hombre bueno; había seguido las reglas. Pero Cristo Jesús le dijo: "Ninguno hay bueno sino uno: Dios". Y el Maestro le dijo que para ser perfecto y tener vida eterna, no era suficiente que obedeciera los Mandamientos sino que tenía que vender lo que tenía y darlo: "a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven y sígueme". Mateo 19:17, 21. El relato de esta conversación en el Evangelio según Mateo dice que el hombre tenía muchas posesiones. Al irse triste, quizás pensó lo que muchos de nosotros hubiéramos pensado: "No puedo simplemente regalar todo lo que me ha costado tanto conseguir. Tengo que pensar en mi familia y en la seguridad para mi vejez".
Hace poco, traté de ir más allá del significado literal de este incidente bíblico y meditar sobre el mensaje espiritualmente inspirado que precisaba recibir de él. Si bien el hombre estaba obedeciendo los mandamientos, al mismo tiempo en su interior ¿acaso no estaba depositando su confianza en las cosas materiales y creyendo que él, solo y sin ayuda, había acumulado grandes tesoros, a pesar de la clase de obstáculos que se le presentaron? ¿Podemos pensar en el consejo que le dio Jesús no simplemente como un pedido literal de vender sus cosas materiales sino como una demanda a renunciar y abandonar ciertas posesiones mentales, todas las creencias en el mal a las que puede haber estado aferrándose como parte de sí mismo y como parte de su vida, incluso la confianza en las riquezas del mundo?
Y me intrigaron las palabras de Jesús: "dalo a los pobres". La demanda práctica era clara e inequívoca. Pero busqué también la significación espiritual más profunda de esta demanda. Uno puede pensar en dar a los pobres en el sentido espiritual más elevado, como orar para entender que, como el amado hijo de Dios, cada individuo ya tiene todo lo que necesita. En verdad, el hombre es completo como imagen de Dios, porque incluye todo lo que Dios da. Considerando el relato de la Biblia desde este punto de vista, pude sentir que me pedían que viera que mi hogar ya incluía paz y armonía; ver que yo misma y mis familiares ya incluían salud y fortaleza; ver que mi hijo ya incluía amabilidad e integridad.
Y entonces, el mandato final: "sígueme". ¿Quiso decir Jesús que el hombre debía abandonar su hogar, su familia y obligaciones presentes y viajar con él? Sí, y ¿para hacer esto no estaba él alentando al hombre a pensar y actuar como él lo hizo; a imitar sus obras? Esto yo podría hacerlo en cualquier lugar: en mi casa, en mi comunidad, en mi trabajo, en mi iglesia.
Luego viene la recompensa por vender y dar: "tendrás tesoro en el cielo". Jesús le estaba prometiendo que todo lo que es realmente valioso y eterno le sería restaurado en el cielo. Sin embargo, ¿no incluye esto además la promesa de una paz, seguridad y bienestar celestiales y actuales, aquí mismo donde estamos, como una recompensa por pensar y actuar correctamente? Nada puede tener más valor que la comprensión de que nosotros ya tenemos todo aquello por lo que creíamos que teníamos que trabajar, no como cosas materiales que pueden perderse, destruirse o venderse, sino como pensamientos, como ideas permanentes de Dios, que se manifiestan en nuestra experiencia en forma de hogar, familia, salud y armonía. La Sra. Eddy declara en Ciencia y Salud: "La Ciencia divina, superando las teorías físicas, excluye la materia, resuelve cosas en pensamientos y reemplaza los objetos del sentido material con ideas espirituales".Ciencia y Salud, pág. 123.
Hace algunos años, cuando mi esposo estaba de viaje, mis padres vinieron a visitarme. Decidimos celebrar una reunión de familia. A medida que se iban desarrollando nuestros planes, mi madre me dijo: "Por favor, sé amable con Bárbara". Bárbara era su hermana. Ella parecía depender mucho del alcohol y muchos la consideraban una alcohólica. Mi madre sabía que yo, como Científica Cristiana, no tomaba alcohol y que no se servía en mi casa. Al pedirme que fuera "amable" con mi tía, sentí que me estaba pidiendo que dejara que mi tía tomara alcohol en la reunión. Yo quería mucho a esta tía, pero la bebida era un problema y no quería que nada estropeara la fiesta.
Me di cuenta de que mis preparativos no serían completos sin considerar en oración a quienes iban a venir, qué íbamos a hacer y dónde lo haríamos. En resumen, tenía que convertir esta cosa (una reunión de personas en mi casa para disfrutar de la compañía mutua) en un pensamiento (la reunión de las ideas de Dios en Su reino para glorificarlo a El).
Decidí que en lugar de ser simplemente "amable" con mi tía, iba a amarla como Jesús la amaba. No intentaría humanamente amar a una alcohólica que podía arruinar mi fiesta; iba a amarla como la hija espiritual misma de Dios, completa y perfecta en toda forma, que no necesitaba buscar consuelo, valor o una solución a problemas de cualquier fuente material. De ahí en adelante, siempre que pensaba en la velada me regocijaba en el gran amor que Dios sentía por mis huéspedes, y en la habilidad que Dios les dio para reconocer y aceptar todo el bien que El estaba manifestando continuamente, y para estar completamente satisfecha con ello. Además, afirmaba que mi verdadero hogar es el reino de los cielos, la atmósfera pura del Amor, que no puede ser invadida ni amenazada por nada que la contamine. A medida que oraba de esta forma, tuve la certeza de que la fiesta sería maravillosa. No se habló nuevamente sobre el tema de la bebida.
El día de la reunión el cielo estaba despejado y hacía calor. Realmente me sentía bien acerca de los planes y estaba deseosa de ver a todos nuevamente. Temprano por la tarde llegó mi hermano, quien trajo cerveza. Por ser un huésped frecuente en mi casa, sabía que no se iba a servir alcohol. El sentía que era necesario servir alcohol para que la fiesta fuera un éxito, y había decidido traerlo. La tentación de enojarme con él fue grande, especialmente cuando fue al refrigerador y acomodó las cosas de nuevo para hacer lugar para la cerveza. Pero me escuché pedirle calmadamente que la pusiera en la nevera portátil que estaba llena de hielo en el jardín del fondo, junto a los refrescos.
¿En qué me había equivocado? Me había sentido muy confiada en que mis oraciones protegerían la tertulia para que no se tomara alcohol. Con mucha fuerza me vino el pensamiento que debía aferrarme a la verdad de mis oraciones y dejar todo en manos de Dios. La verdad no dependía de la ausencia del alcohol para hacerse verdadera, ni tampoco podía ser anulada por la presencia del alcohol.
¿Era mi responsabilidad personal proteger a cada uno en la reunión para que no bebiera? Ciertamente todos tenemos la responsabilidad de cuidar de los demás, hasta de cumplir con el deber cristiano de ser "guardián" de nuestro "hermano". No obstante, comprendí que si bien yo jamás podría resolver la salvación de otro, siempre podía proteger mi propio pensamiento de la creencia de que hay otros poderes aparte de Dios, en este caso por ejemplo, denominados presión social, obstinación, adicción, que podrían desafiar Su supremacía, separar a las personas de Su amoroso cuidado, o imponerles deseos que no eran los suyos propios. Sabía que esto tendría una influencia sanadora.
Cuando llegaron los invitados, algunos tomaron cerveza, y mi tía tomó sus propias bebidas; pero la mayoría de ellos tomaron frescos. Despuès de la cena, vino un frente frío y la temperatura bajó precipitadamente. Todos entraron y comenzaron a tomar refrescos o bebidas calientes. Después encontré botellas de cerveza colocadas en fila en un estante cerca de la puerta del fondo, algunas todavía parcialmente llenas. Literalmente la cerveza no había entrado en la casa. ¿Y mi querida tía por la que había estado tan preocupada? Ella comenzó a tomar bebida sin alcohol, igual que todos los demás. Y todos lo pasamos de lo mejor.
Al reflexionar sobre esta experiencia desde la perspectiva de "vender, dar y seguir", me di cuenta de que, por lo menos hasta cierto grado, había seguido el consejo de Jesús. Había "vendido" al abandonar la creencia de que los hijos de Dios podían ser esclavos de un hábito adictivo. Había "dado" al reconocer que cada uno ya incluía la pureza y la inocencia que le permitían rechazar todo lo que pretendería contaminar al hombre. Y había "seguido" al rechazar la tentación de pensar que mis oraciones no habían sido eficaces y al aferrarme a la verdad que se me había revelado, no a pesar de la cerveza en el jardín del fondo, o la poca gente que la bebió, sino por lo que sabía que era verdadero acerca de Dios: Su presencia, Su poder y Su control supremo sobre todo. ¿Y mi prometido "tesoro en el cielo"? Fue una viva y maravillosa sensación de gratitud a Dios, no solo por la armonía que hubo en la reunión sino por la creciente confianza de que yo, como el Salmista, podía fiarme de que El "cumplirá su propósito en mí". Salmo 138:8.