Cuando la reina Isabel subió al trono en 1558, Inglaterra era un verdadero campo de batalla religioso. Desde el reinado de su padre, Enrique VIII, los protestantes y los católicos romanos habían estado envueltos en una virtual guerra civil. Esa guerra había comenzado con la reforma de Lutero, en Alemania y se había extendido con rapidez por toda Europa e Inglaterra. La razón principal de esa lucha era el conflicto sobre la Biblia en inglés.
En los comienzos del reinado de Isabel, todos los ojos estaban fijos en ella para ver si tomaba partido por los protestantes o por los católicos. La reina María, que la había precedido en el trono, había apoyado a los católicos, y había hecho todo lo posible por ahuyentar a los protestantes de Inglaterra. Muchos de ellos huyeron a Ginebra, donde produjeron la Biblia de Ginebra, una versión muy controvertida.
Después de la muerte de la reina María, esos protestantes fueron regresando a Inglaterra con la firme esperanza de que la nueva reina apoyaría su causa y su nueva Biblia, publicada en 1560. Pero Isabel no hizo tal cosa. Los exiliados de Ginebra habían lanzado demasiados ataques verbales contra la corona durante el reinado de María. Además, habían llenado los márgenes de su Biblia con notas que con frecuencia parecían más políticas que religiosas, dando evidencia de que no aprobaban las monarquías y las jerarquías de la iglesia.
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