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La fuerza vivificante de la espiritualidad

Del número de agosto de 1995 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Hay Algo Muy atrayente acerca de la espiritualidad que la vida de Cristo Jesús ejemplificó con tanta claridad. Cuando el corazón sediento contempla la paciencia, la pureza y el amor impersonal expresados por Jesús, se revitaliza con renovada esperanza y vigor, tal como una planta a punto de secarse se transforma gracias al chorrito de agua que tanto necesitaba. El corazón responde de esta manera porque, como dice la Sra. Eddy en Ciencia y Salud: "El pobre corazón adolorido necesita de su legítimo nutrimento, tal como paz, paciencia en las tribulaciones y un inestimable sentido de la bondad del amado padre".Ciencia y Salud, págs. 365–366. La fuerza vivificante de la verdadera espiritualidad proporciona este alimento.

La verdadera espiritualidad no es corporal; no se hereda materialmente, ni depende de alguna forma de materia etérea que desciende y se transforma en una personalidad mortal. Tampoco tiene nada que ver con las fuerzas eléctricas ni con cualquier otro fenómeno material. La espiritualidad no opera en un cuerpo material ni a través de él. Tampoco es simplemente una afición por contemplar ideas espirituales. La espiritualidad, como lo probó Jesús, es la sustancia e individualidad incorpóreas e inmortales del hombre como hijo de Dios, el Espíritu infinito, independiente de la materia e inalterado por ella. La espiritualidad triunfa sobre la debilidad humana y el pecado. Cuando uno cede a ella y la considera como su verdadero ser, capacita al individuo para reconocer y superar sus faltas humanas, considerar el bienestar de los otros por encima del propio, aferrarse al mayor bien cuando se es confrontado por el más flagrante error, encontrar e inspirar bondad y pureza en los demás, perdonar cuando es necesario el perdón, aliviar el sufrimiento y sanar la enfermedad; todo esto lo hace a través del poder del Espíritu divino.

Ciertamente la espiritualidad de Jesús provenía de su origen divino — nuestro Padre-Madre celestial, Dios — quien es la Vida divina, la Verdad y el Amor y también la fuente de nuestra espiritualidad. El Amor divino es la fuerza vivificante de la espiritualidad, el poder que vive y continúa viviendo y da vida a todo el ser verdadero. Las cualidades que asociamos con la espiritualidad no son simplemente buenas cualidades humanas; son cualidades que derivan de Dios y que no tienen la posibilidad de existir fuera o separadas de El. De tal manera que para cultivar nuestra propia espiritualidad, tenemos que reconocer que es la expresión de nuestra unidad con Dios, y debemos ceder humildemente a Su gobierno en pensamiento y en acción como lo hizo Jesús. Entonces nuestra espiritualidad dará fruto; nos nutrirá y nos revitalizará tanto a nosotros como a otros con la vitalidad de la Vida y el Amor.

En una ocasión Jesús habló de una vid y dijo que nosotros éramos como sarmientos cargados de frutos. Dijo así: "Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador", indicando así que la productividad tanto de la vid como de sus pámpanos — el poder de aumentar y crecer — viene del Amor divino, nuestro creador y sustentador. Y añadió: "El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano y se secará", indicando así que no podemos ser productivos y vivir si no residimos en la espiritualidad derivada del Amor que encontramos en el Cristo. Y para destacar que el Amor es la sustancia espiritual que da vida, dijo: "Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor". Véase Juan 15:1–17.

La espiritualidad es nuestra expresión de la Vida eterna, que no puede envejecer ni decaer, porque no depende de la materia. Vive y continúa viviendo por siempre. La verdadera espiritualidad — que expresa paciente e impersonalmente el amor de Dios — constituye nuestra identidad e individualidad verdadera y permanente como hijos de Dios. ¡Atesórela!

No hay nada abstracto acerca de nuestra verdadera espiritualidad o acerca de vivir para expresar el amor de Dios. No vivir con este propósito es abstracto e improductivo, frío y sin vida. Sin amor no puede haber vida, porque la Vida es Amor. La espiritualidad sin la expresión generosa del amor del Cristo no es espiritualidad; no tiene vitalidad. Aun la más aguda comprensión humana de Dios no nos capacita para vivir y continuar viviendo vidas productivas, a menos que permanezcamos en el amor del Cristo. Necesitamos este amor especialmente para practicar la curación cristiana como la enseñó Jesús y la explica la Ciencia Cristiana. Como dice la Sra. Eddy: "La parte vital, el corazón y el alma de la Ciencia Cristiana, es el Amor. Sin éste, la letra es sólo el cuerpo muerto de la Ciencia — sin pulso, frío, inanimado".Ciencia y Salud, pág. 113.

Sentimos el amor revitalizador del Cristo cuando permanecemos en el propósito de la vida da Jesús, cuando apreciamos cada día como una oportunidad para incorporar y expresar el amor de Dios. El vivir con este propósito es dejar que el amor divino nos nutra tanto a nosotros como a los que sean tocados por nuestro pensamiento y vida. Esto es experimentar la vitalidad de nuestra espiritualidad.

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