Hay Algo Muy atrayente acerca de la espiritualidad que la vida de Cristo Jesús ejemplificó con tanta claridad. Cuando el corazón sediento contempla la paciencia, la pureza y el amor impersonal expresados por Jesús, se revitaliza con renovada esperanza y vigor, tal como una planta a punto de secarse se transforma gracias al chorrito de agua que tanto necesitaba. El corazón responde de esta manera porque, como dice la Sra. Eddy en Ciencia y Salud: "El pobre corazón adolorido necesita de su legítimo nutrimento, tal como paz, paciencia en las tribulaciones y un inestimable sentido de la bondad del amado padre".Ciencia y Salud, págs. 365–366. La fuerza vivificante de la verdadera espiritualidad proporciona este alimento.
La verdadera espiritualidad no es corporal; no se hereda materialmente, ni depende de alguna forma de materia etérea que desciende y se transforma en una personalidad mortal. Tampoco tiene nada que ver con las fuerzas eléctricas ni con cualquier otro fenómeno material. La espiritualidad no opera en un cuerpo material ni a través de él. Tampoco es simplemente una afición por contemplar ideas espirituales. La espiritualidad, como lo probó Jesús, es la sustancia e individualidad incorpóreas e inmortales del hombre como hijo de Dios, el Espíritu infinito, independiente de la materia e inalterado por ella. La espiritualidad triunfa sobre la debilidad humana y el pecado. Cuando uno cede a ella y la considera como su verdadero ser, capacita al individuo para reconocer y superar sus faltas humanas, considerar el bienestar de los otros por encima del propio, aferrarse al mayor bien cuando se es confrontado por el más flagrante error, encontrar e inspirar bondad y pureza en los demás, perdonar cuando es necesario el perdón, aliviar el sufrimiento y sanar la enfermedad; todo esto lo hace a través del poder del Espíritu divino.
Ciertamente la espiritualidad de Jesús provenía de su origen divino — nuestro Padre-Madre celestial, Dios — quien es la Vida divina, la Verdad y el Amor y también la fuente de nuestra espiritualidad. El Amor divino es la fuerza vivificante de la espiritualidad, el poder que vive y continúa viviendo y da vida a todo el ser verdadero. Las cualidades que asociamos con la espiritualidad no son simplemente buenas cualidades humanas; son cualidades que derivan de Dios y que no tienen la posibilidad de existir fuera o separadas de El. De tal manera que para cultivar nuestra propia espiritualidad, tenemos que reconocer que es la expresión de nuestra unidad con Dios, y debemos ceder humildemente a Su gobierno en pensamiento y en acción como lo hizo Jesús. Entonces nuestra espiritualidad dará fruto; nos nutrirá y nos revitalizará tanto a nosotros como a otros con la vitalidad de la Vida y el Amor.
En una ocasión Jesús habló de una vid y dijo que nosotros éramos como sarmientos cargados de frutos. Dijo así: "Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador", indicando así que la productividad tanto de la vid como de sus pámpanos — el poder de aumentar y crecer — viene del Amor divino, nuestro creador y sustentador. Y añadió: "El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano y se secará", indicando así que no podemos ser productivos y vivir si no residimos en la espiritualidad derivada del Amor que encontramos en el Cristo. Y para destacar que el Amor es la sustancia espiritual que da vida, dijo: "Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor". Véase Juan 15:1–17.
La espiritualidad es nuestra expresión de la Vida eterna, que no puede envejecer ni decaer, porque no depende de la materia. Vive y continúa viviendo por siempre. La verdadera espiritualidad — que expresa paciente e impersonalmente el amor de Dios — constituye nuestra identidad e individualidad verdadera y permanente como hijos de Dios. ¡Atesórela!
No hay nada abstracto acerca de nuestra verdadera espiritualidad o acerca de vivir para expresar el amor de Dios. No vivir con este propósito es abstracto e improductivo, frío y sin vida. Sin amor no puede haber vida, porque la Vida es Amor. La espiritualidad sin la expresión generosa del amor del Cristo no es espiritualidad; no tiene vitalidad. Aun la más aguda comprensión humana de Dios no nos capacita para vivir y continuar viviendo vidas productivas, a menos que permanezcamos en el amor del Cristo. Necesitamos este amor especialmente para practicar la curación cristiana como la enseñó Jesús y la explica la Ciencia Cristiana. Como dice la Sra. Eddy: "La parte vital, el corazón y el alma de la Ciencia Cristiana, es el Amor. Sin éste, la letra es sólo el cuerpo muerto de la Ciencia — sin pulso, frío, inanimado".Ciencia y Salud, pág. 113.
Sentimos el amor revitalizador del Cristo cuando permanecemos en el propósito de la vida da Jesús, cuando apreciamos cada día como una oportunidad para incorporar y expresar el amor de Dios. El vivir con este propósito es dejar que el amor divino nos nutra tanto a nosotros como a los que sean tocados por nuestro pensamiento y vida. Esto es experimentar la vitalidad de nuestra espiritualidad.
    