Tanto Los Niños como los adultos necesitan del cuidado materno; necesitan alimento, descanso, protección y en especial, un amor que sea imparcial y constante. Mary Baker Eddy afirma que este cuidado material es esencialmente espiritual. Ella escribe en Ciencia y Salud: "El Espíritu alimenta y viste debidamente todo objeto a medida que se evidencia en la línea de la creación espiritual, así expresando tiernamente la paternidad y la maternidad de Dios".Ciencia y Salud, pág. 507. El amor tierno que comúnmente relacionamos con las madres puede llegarle a un niño a través de un padre adoptivo, de un familiar, un vecino o a través de su verdadero padre. Para un adulto puede presentarse por medio del abrazo de un amigo, por medio de palabras de aliento o a través de alguien que está dispuesto a escuchar. Pero como la verdadera fuente de este amor es nuestro divino Padre, Dios, está al alcance de todos porque nuestra identidad es espiritual.
El cuidado maternal tiene sus raíces en el Amor divino, que no titubea ni por un instante. La comprensión de esta verdad nos trae la seguridad de que este cuidado amoroso continuará, de alguna manera, durante toda nuestra vida.
El diccionario nos proporciona una extensa definición de la palabra cuidado, la cual incluye ideas de protección, vigilancia, responsabilidad, provisión y afecto. El reflexionar sobre estas cualidades nos ayuda a conocer mejor a nuestro Padre-Madre Dios y a saber algo más acerca de ese cuidado maternal que podemos experimentar por ser Sus hijos.
Dios nos acompaña permanentemente en nuestra rutina diaria; está con nosotros cuando dejamos nuestra labor diaria y nos vamos a dormir confiados en que despertaremos nuevamente al otro día en los brazos del Amor divino. Este pasaje de la Biblia es bien específico en cuanto al lugar donde moramos: "En paz me acostaré, y asimismo dormiré; porque solo tú, Jehová, me haces vivir confiado". Salmo 4:8. Tenemos derecho a esta paz mental que se basa en la realidad del cuidado maternal permanente de Dios. Podemos comenzar a sentir este apoyo, este cuidado, esta bondad y este consuelo, más a menudo en dondequiera que nos encontremos, porque vivimos en el Amor.
No hace mucho tiempo tuve la oportunidad de profundizar mi comprensión de la maternidad de Dios. El tener que ir a vivir a otra ciudad significaba dejar atrás todas las buenas amistades que había cosechado durante muchos años. No conocía a nadie en esta ciudad; sin embargo yo sabía que mi divino Padre ya había preparado un lugar para mí. Hubo momentos en que temía que iba a estar indefensa y sola en medio de un ambiente extraño. Con gran esfuerzo pude reemplazar cada una de estas sugestiones con la verdad de que debido al amor maternal de Dios, yo podía confiar en que en caso de necesidad, Su protección formaría parte de mi experiencia dondequiera que yo estuviera. Percibí que la calidez que yo anhelaba experimentar me pertenecía eternamente porque era hija de Dios.
Busqué un lugar para vivir en mi nueva ciudad, pero aparentemente no había un hogar apropiado para mí. No obstante, la provisión del Amor no me faltó durante todo ese tiempo. Continué mi búsqueda consciente de que como Dios está siempre vigilante, no hay un instante en que nuestro Padre no sepa lo que necesitamos. Y dado que Dios todo lo sabe y es todo amor, podemos esperar confiados que Él suplirá exactamente lo que necesitamos. Dejé de tratar de planear cuál sería el lugar apropiado para mí, y simplemente me dediqué a escuchar. La residencia que finalmente encontré no solo satisfizo todas mis necesidades, sino que también reunió las cualidades que yo siempre había anhelado encontrar en un hogar. Tenía más comodidades de las que yo podría haberme imaginado cuando buscaba un lugar para vivir; la bondad de Dios había satisfecho necesidades en las cuales yo ni siquiera había pensado.
Todos formamos parte de la creación que nuestra Madre divina, el Amor, ha ideado tan tiernamente.
El traslado resultó ser armonioso, con mucho progreso y alegría. Desde el principio, los vecinos se mostraron amables, y siempre recibí la ayuda que necesitaba, en el momento preciso. Me hice de varias amistades íntimas que fueron surgiendo en forma natural, lo cual nos bendijo a todos. Y lo mejor del caso fue que encontré muchas oportunidades para expresar el mismo amor y la misma amabilidad que yo misma estaba aprendiendo a valorar tanto.
Todos formamos parte de la creación que nuestra Madre divina, el Amor, ha ideado tan tiernamente. Cualquiera sea la situación en que aparentemente nos encontremos, ya sea una relación discordante o una experiencia desdichada en el trabajo, en realidad estamos en el centro mismo de la armonía de Dios, bajo Su cuidado permanente. Por lo tanto, tenemos el derecho de negarnos a aceptar que algún tipo de discordancia pueda entrar en nuestra vida.
En tiempos difíciles podemos contrarrestar las sugestiones negativas, reconociendo con alegría el cuidado constante que nos brinda Dios. No tenemos que luchar penosamente para acercarnos a Dios, ni rogar ni hacer algo para que este amor se manifieste. Dios ya está cuidando de nosotros y lo ha hecho desde toda la eternidad. ¿Acaso no es ésta la verdad que Cristo Jesús vino a enseñarnos? El reconocer que el cuidado que recibimos a través del cariño maternal humano es simplemente un reflejo del Amor divino, nos puede ayudar a comprender que este cuidado no está limitado a una sola persona ni a un solo momento en nuestra vida. Cuando dejemos de limitar nuestro concepto de maternidad, veremos esta cualidad manifestada en nuestra vida de maneras inimaginables.