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¿Qué les voy a decir a los niños?

Del número de octubre de 1996 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La Perspectiva De Dar clase en una Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana es maravillosa. Sin embargo, hay veces en que uno puede sentirse acobardado de estar al frente de una clase. Cuando los niños derriban las sillas, se dan puntapiés debajo de la mesa o bostezan porque la noche anterior se acostaron tarde, podemos sentirnos tentados a creer que enseñar en la Escuela Dominical ¡no es para uno! Sin embargo, nuestros corazones anhelan compartir con esos niños las verdades espirituales acerca de Dios y el hombre y ayudarlos a comprender la manera de aplicar estas verdades en sus experiencias diarias. Además, sabemos que esos niños lo necesitan mucho, a fin de poder enfrentar el materialismo de esta época. ¿Qué podemos hacer entonces, para superar esta brecha entre querer enseñar y no sentirse capacitado para hacerlo?

Nuestra Guía, la Sra. Eddy, nos lo indica en esta declaración que hace en Ciencia y Salud: "El deseo es oración; y nada se puede perder por confiar nuestros deseos a Dios, para que puedan ser modelados y elevados antes que tomen forma en palabras y en acciones".Ciencia y Salud, pág. 1. Cuando deseamos hacer algo bueno, como enseñar en la Escuela Dominical, podemos confiar este deseo a Dios. Al escuchar y permitir que Él nos guíe, podremos saber cómo ayudar a los niños.

En primer lugar, es útil ser persistentes en reconocer que todos somos, en realidad, hijos de Dios, el preciado linaje del Espíritu.

La creación de Dios, no es humana ni mortal, compuesta de hombres, mujeres y niños. Su creación se compone de ideas espirituales e inmortales. El sentido material limitado del hombre, no es en absoluto el hombre, sino una visión distorsionada o invertida del linaje de Dios, que presenta al hombre como nacido en la materia, de padres materiales, con una personalidad finita y un cerebro con capacidad limitada.

La vida y el entendimiento del hombre están gobernados entera y armoniosamente por Dios.

Parecería que todos somos mortales que pasan por etapas de desarrollo y aprendizaje, en las que incluso la educación espiritual está a merced de la edad, las inclinaciones, la herencia, las circunstancias y así sucesivamente. Pero esta visión material del hombre, no es de Dios, el bien, el único creador; por lo tanto, no es la realidad de la vida y carece de verdadero origen, sustancia y ley que pueda proporcionarle apoyo.

La vida y el entendimiento del hombre están gobernados entera y armoniosamente por Dios. Ésta es la eterna realidad del verdadero ser del hombre, como total semejanza del Creador. El ser del hombre es espiritual. Por lo tanto, cada uno de nosotros tiene una capacidad innata para entender las cosas del Espíritu.

El entendimiento de Dios, no es en realidad, algo que se nos debe agregar. Es el desarrollo de lo que ya conocemos como semejanza de la inteligencia divina infinita y el que gobierna ese desarrollo es Dios. Por lo tanto, ¿cuál es la función que cumple el maestro de la Escuela Dominical? Como maestros, tenemos el privilegio y la oportunidad de ser testigos de la espiritualidad de cada uno de los niños de la clase. Debemos ver que la verdadera naturaleza de cada niño es la representación y expresión directa de Dios. Esto implica mirar más allá de la evidencia exterior que muestra falta de madurez, resistencia, desazón entre otras características, y en cambio, discernir a la imagen y semejanza de Dios. El maestro puede regocijarse en saber que los hijos de Dios, entre quienes él está incluido, son perfectos, responden, son maduros y están bien dispuestos; puede reconocer, tal como leemos en Isaías, que: "Todos tus hijos serán enseñados por Jehová; y se multiplicará la paz de tus hijos". Isa. 54:13.

Mi enfoque habitual para enseñar en la Escuela Dominical consistió siempre en prepararme con dedicación antes de concurrir a la clase para evitar, de este modo, que puedan presentarse momentos tensos de silencio o bien, posibles distracciones. Hubo ocasiones en que no me fue posible prepararme de esta manera, pero a menudo, esas clases fueron las más sanadoras e inspiradas, debido a que fui realmente obligada a apoyarme en Dios, para que me indicara qué era lo que debía enseñar. Hace un tiempo, tuve una clase que aparentemente reunió lo mejor de ambos enfoques.

Me avisaron con una semana de anticipación que iba a tener una clase con jóvenes en edad de concurrir a la universidad. El lunes comencé a orar por la clase y en lugar de delinear un plan acerca de lo que iba a enseñar, abrí mi pensamiento a las ideas que Dios pondría a mi alcance para compartirlas. Me vino muy claramente al pensamiento, que sería muy adecuado hablar acerca del relato cuando Cristo Jesús perdona a la mujer adúltera y que se encontraba en la Lección-Sermón de esa semana. En lugar de seguir el procedimiento habitual de preparar un plan sobre este relato, me sentí impulsada, a pensar simplemente en él durante toda la semana y a mantenerme atenta para escuchar a Dios y así recibir Su guía.

Al entrar ese domingo a la clase, continuaba esforzándome por oír a Dios. Por poco cedo a la tentación de sentirme nerviosa y de que carecía de la preparación adecuada, considerando que no había llevado conmigo la agenda donde anotaba mis planes para hablar de la lección. Pero silencié el temor con la comprensión de que Dios está desarrollando eternamente la verdad ante Sus hijos de la manera exacta en que la necesitan.

Cuando la superintendente dijo: "Pueden comenzar con las clase", sentí de pronto, que todo lo que tenía en mente con respecto al relato y aún el relato en sí, desaparecía de la escena y empecé a hablar acerca de un suceso reciente que había sido ampliamente publicitado durante el fin de semana. Se trataba de acusaciones de acoso sexual contra una figura pública. Cuando les pregunté a los alumnos cómo pensaban ellos que se debería orar ante esa situación, se entabló una animada discusión, llena de curación.

Muy pronto pude ver que el relato de la mujer adúltera se aplicaba maravillosamente al tema que discutíamos. Comenzamos a desmenuzar la historia para ver la manera en que Jesús había encarado todo lo referente a acusaciones, pecados, condenación, vidas arruinadas y hechos semejantes. Pudimos ver el impacto sanador de un pensamiento basado en el Cristo y cuando la clase terminó, ya no tratábamos de imaginarnos quien estaba en lo cierto y quien estaba equivocado, sino que nos esforzábamos por ver con mayor claridad, la integridad de cada uno de los implicados en el problema, incluyendo a los que estaban a cargo de las audiencias. Estábamos reconociendo que el comprender la naturaleza espiritual del hombre, no significa de ninguna manera pasar por alto problemas morales, sino por el contrario, nos permite invocar la ley de Dios para corregirlos y sanarlos, trayendo a la superficie el verdadero ser de Dios, totalmente impecable.

La edad de los alumnos tampoco es un obstáculo para la Mente divina.

Salí de la clase sorprendida. Yo no había dirigido la clase, sino que había presenciado cómo se iba desarrollando. Aprendí tanto como los alumnos y quedé maravillada acerca de como "todos fuimos enseñados por Jehová".

Moisés aprendió esta lección, cuando fue guiado por Dios para conducir fuera de Egipto a los hijos de Israel. Al principio, estaba lleno de temor, pensando que nadie le creería de que Dios lo había enviado para llevar a cabo esa misión y, por lo tanto, no lo iban a seguir. Pero cuando fue obediente al mandato de Dios, descubrió que podía contar con toda la ayuda que necesitaba. Dios le proporcionó las palabras que Moisés debía pronunciar y lo guió en cada paso de su camino. Aunque al principio, Moisés no se sintió capacitado para llevar a cabo la tarea que se le había encomendado, comprobó que el tener confianza y apoyarse en Dios, lo ayudaba a alcanzar un sentido de confianza y de autoridad como representante de Dios. Cuando la gente sentía temor y se rebelaba, él personalmente no se sentía afectado; sabía que todo estaba bajo el control de Dios y que Su ley lo respaldaba por completo.

Nosotros también tenemos que sentir la confianza que emana de Dios, cuando se nos presenta la oportunidad de enseñar en la Escuela Dominical. Dios nos enseñará a todos, pues estamos respaldados por Su ley. Podemos establecer lo que Dios quiere exactamente que digamos, cómo debemos establecer comunicación y la manera de apoyar la clase por medio de la oración durante toda la semana.

Nuestra disposición espiritual, también nos permite responder afirmativamente cuando se presenta de pronto, la necesidad de ser maestro suplente. El tiempo no es un obstáculo para Dios, la única Mente, y su guía es precisa, infalible y oportuna.

La edad de los alumnos tampoco es un obstáculo para la Mente divina, y podemos aprender a no tener temor cuando se nos pide que enseñemos a grupos de diferentes edades. Así como la Verdad no tiene edad, tampoco tiene edad el verdadero ser de cada uno. En la creación de Dios, no hay falta de madurez, no hay inquietud, no hay resistencia al bien, no hay perversidad, no hay falta de espiritualidad.

Podemos orar con las palabras que la Sra. Eddy incluye en uno de sus poemas:

"Padre, do Tus hijos están
quiero vivir.
Es mi oración hacer el bien,
por Ti, Señor;
de Amor ofrenda pura es,
do guía Dios".Escritos Misceláneos, pág. 397.

Cuando pensamos "¿Qué les voy a decir a los niños?", podemos regocijarnos al saber que la Palabra de Dios, que se manifiesta continuamente a través de la inspiración que obtenemos cuando oramos y estudiamos la Biblia y Ciencia y Salud, nos mostrará lo que debemos enseñar. Y las enseñanzas de Dios nos llegarán a todos. La experiencia de enseñar en la Escuela Dominical es tan rica en bendiciones, que podemos emprender esa tarea con el corazón lleno de gozo.

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