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En Una De Las Paredes...

Del número de octubre de 1996 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


En Una De Las Paredes de nuestra iglesia se encuentra la cita de nuestro Señor: "Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres" (Juan 8:32). Hace algunos años me alejé de la Ciencia Cristiana, de mis anotaciones, mis libros, mi iglesia, de todo. Y me iba muy bien. (En definitiva, ¿a quién le hacía falta la Ciencia Cristiana?) Entonces, una mañana al levantarme, lo que parecía como si fuera una descarga eléctrica cruzó mi cabeza y mi rostro. Me quedé sin aliento.

Puesto que no podía hacer movimiento facial alguno sin sufrir de tales "descargas", no podía cepillarme los dientes ni lavarme la cara ni mover los ojos. De repente, me sentí aterrorizada. A partir de ese instante mi vida se convirtió en un tormento, y pasaba los días postrada en un sillón, no me atrevía a moverme. Sólo podía tomar sopa.

Un día, al salir del consultorio médico, me encontré a mi misma clamando: "¡Padre, ayúdame!" De repente, fue como si dos palabras aparecieran frente a mí, y aquellas palabras fueron Ciencia Cristiana. Cuando mi esposo llegó a casa, le dije que iba a confiar nuevamente en la Ciencia Cristiana para sanarme. Aceptó brindarme su apoyo. Juntos, nos deshicimos de todos los medicamentos que había estado tomando. Esta enfermedad había sido diagnosticada clínicamente como neuralgia del nervio trigémino, raro, considerado incurable, y que, ocasionalmente, los medicamentos podían aliviar.

Entonces, mi esposo llamó por teléfono a algunos amigos íntimos para que nos ayudaran a encontrar a un practicista de la Ciencia Cristiana, quien comenzó a orar por mí.

Así fue que empezó un verdadero período de prueba. Había eliminado abruptamente la ingestión de medicamentos y, al principio, el suicidio no estuvo muy lejos de mi pensamiento debido al dolor. El practicista me habló acerca de muchas verdades, muy útiles y consoladoras. Se produjeron breves períodos de alivio, pero no podía librarme de mis temores. La Sra. Eddy escribió en Ciencia y Salud: "Cuando desaparece el temor, desaparece la base de la enfermedad" (pág. 368).

Una noche, mi esposo falleció, y poco después el problema volvió a presentarse con más fuerza. Nunca me había sentido tan sola, ahora que no tenía su presencia amorosa y física en la que apoyarme.

Sin embargo, ¡no estaba sola! Dios estaba allí mismo, y de repente recordé que cuando mi esposo y yo habíamos estado leyendo la Biblia juntos, habíamos descubierto que Jesús no solo había dicho, "Conoceréis la verdad", sino que había dicho anteriormente, "Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos" (Juan 8:31). Entonces supe que iba a continuar y que no permitiría que se perdiera la verdad que habíamos hallado juntos.

Pasó el tiempo y el practicista se fue del país, pero de todas formas, Dios seguía junto a mí. Al inicio de otro ataque terrible, me vino a la mente el nombre de alguien de mi iglesia filial. Inmediatamente, me reuní con esa persona y le conté todo lo que tenía en mi corazón.

Este practicista se mostró muy amoroso y paciente. Parecía como si no pudiera dejar de llamarlo. Las llamadas comenzaban con una gran dosis de temor, pero al poco tiempo, me recostaba, con los ojos cerrados, escuchando sus declaraciones acerca de la verdad de mi identidad espiritual. Dos verdades que me dio, y a las cuales me aferré, fueron: "Torre fuerte es el nombre de Jehová; a él correrá el justo, y será levantado" (Prov. 18:10); y la realidad de que estoy gobernada absolutamente por el Amor divino, por el Espíritu, no por la materia.

Copié esas declaraciones en unas tarjetitas, y las coloqué en cada habitación de la casa, de manera que esas verdades siempre estuvieran en mi pensamiento. Sin embargo, el temor persistía. Parecía como si no pudiera apartarlo de mí.

Una noche, me encontraba al límite de mis fuerzas. Mientras llamaba al practicista, no podía mantenerme tranquila: así de grande era mi terror. Me dijo: "Levántate, acércate al espejo más cercano y afirma: ¡Ésta es la imagen y semejanza de Dios; ésta es Su hija perfecta!"

He llegado a reconocer que ese fue el momento decisivo, debido a que, aunque todavía me faltaba mucho camino por recorrer, después de ese instante pude enfocar el problema con más determinación, negándolo más vigorosamente y afirmando la verdad con mucha más vehemencia. Un día, luego de varios meses de espléndida libertad, salí a dar un paseo. Tropecé, y la conocida sensación atravesó mi cabeza. Grité: "¡No, no vas a hacerlo! ¡Tú no eres parte de Dios y no eres parte de mí! ¡Tú no existes!" Y entonces comencé a reír. No había temor ¡Era libre! Eso sucedió hace cuatro años.

El haber podido dar este testimonio ha significado mucho para mí debido a su contenido, y en parte a que parecía que nunca iba a poder hacerlo. Pero, durante todo ese tiempo, se produjo una nota de humor, y con ella me gustaría terminar. Cuando le dije a mi médico que iba a confiar en el tratamiento de la Ciencia Cristiana, me respondió muy dulcemente algo así como que "Muy bien, querida, si eso es lo que quieres. ¡Pero ten cuidado, porque esos Científicos Cristianos hacen cosas muy curiosas!"

Y ahora, quiero expresar mi gratitud al primer practicista, quien oró larga y amorosamente por mí; a mi esposo, porque durante todo ese tiempo su amor y respaldo nunca titubearon; a la Sra. Eddy, Descubridora de la Ciencia Cristiana; y especialmente al segundo practicista, puesto que aquella noche realmente me tocó con el Amor divino. Y, sobre todo, le doy gracias a Dios, quien (aunque no siempre me daba cuenta) estuvo junto a mí todo el tiempo.



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