En Una De Las Paredes de nuestra iglesia se encuentra la cita de nuestro Señor: "Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres" (Juan 8:32). Hace algunos años me alejé de la Ciencia Cristiana, de mis anotaciones, mis libros, mi iglesia, de todo. Y me iba muy bien. (En definitiva, ¿a quién le hacía falta la Ciencia Cristiana?) Entonces, una mañana al levantarme, lo que parecía como si fuera una descarga eléctrica cruzó mi cabeza y mi rostro. Me quedé sin aliento.
Puesto que no podía hacer movimiento facial alguno sin sufrir de tales "descargas", no podía cepillarme los dientes ni lavarme la cara ni mover los ojos. De repente, me sentí aterrorizada. A partir de ese instante mi vida se convirtió en un tormento, y pasaba los días postrada en un sillón, no me atrevía a moverme. Sólo podía tomar sopa.
Un día, al salir del consultorio médico, me encontré a mi misma clamando: "¡Padre, ayúdame!" De repente, fue como si dos palabras aparecieran frente a mí, y aquellas palabras fueron Ciencia Cristiana. Cuando mi esposo llegó a casa, le dije que iba a confiar nuevamente en la Ciencia Cristiana para sanarme. Aceptó brindarme su apoyo. Juntos, nos deshicimos de todos los medicamentos que había estado tomando. Esta enfermedad había sido diagnosticada clínicamente como neuralgia del nervio trigémino, raro, considerado incurable, y que, ocasionalmente, los medicamentos podían aliviar.
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