Una Mañana Durante las vacaciones, unos amigos y yo estábamos en un helicópero sobrevolando una de las islas hawaianas; nuestro guía nos había dicho que ésta era la mejor forma de admirar toda su agreste belleza. Me habían asignado el asiento delantero y yo no me sentía capaz de contar las cascadas, tal como un amigo mío al que le gustaba volar en helicópteros (y que precisamente se había bajado de uno), me había sugerido.
Cuando estábamos a punto de sobrepasar una montaña que parecía estar a sólo unos centímetros, me invadió un temor abrumador. Pensé en David y Goliat. Véase 1 Sam., cap. 17. De repente, me di cuenta de que David no había consentido en verse a sí mismo como una víctima de circunstancias atemorizantes. Por el contrario, se había ofrecido como voluntario para pelear contra el gigante Goliat, quien se estaba jactando de que iba a tomar como esclavos a los compatriotas de David.
¿Por qué no tuvo miedo David? Porque él estaba seguro de que iba a salir victorioso. Confiaba en que Dios estaría con él en el campo de batalla. Después de todo, ya había tenido prueba de que su confianza en Dios no era en vano. En su trabajo como pastor en las colinas de Belén, Dios lo había librado de los ataques de un león y de un oso.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!