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Estoy Inmensamente...

Del número de octubre de 1996 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Estoy Inmensamente agradecido a mis padres por haberme educado dándome a conocer la Ciencia Cristiana. Varias veces mi hermana y yo fuimos sanados por sus oraciones, y algunas veces por las de practicistas de la Ciencia Cristiana. Como resultado de haber sido criado de esta manera, siempre me he sentido capaz de confiar en Dios, sea cual fuere la necesidad.

Una fuerte influencia en mi vida ha sido el hecho de que Dios guía y cuida con amor a Sus hijos. En una ocasión, cuando tenía diez años, un amigo me convenció de que visitáramos un estanque de agua peligroso y lóbrego, al cual mis padres me habían dicho que no fuera. Al momento de llegar ahí, comenzó a llover a cántaros. Sin fijarme donde estaba caminando, pisé un pedazo de vidrio, y me hice una herida profunda en el pie. En ese momento, escuchamos el rodar de una bicicleta para montaña. Cuando iba cojeando de regreso hacia mi bicicleta, mi amigo me advirtió acerca de los peligros de encontrarnos con los ciclistas de montaña. Entonces él simplemente se marchó.

Me sentí muy solo. El ciclista apareció y se me acercó, ofreciéndome ayuda, lo cual me sorprendió. Mirando con preocupación el pie que sangraba mucho, me sorprendió aún más al sugerir que oráramos. Sentí la presencia de Dios. Sin más molestias por la herida, pude aceptar su ofrecimiento de llevarme a casa, sintiéndome agradecido por aquél ciclista enviado por Dios.

Durante el resto de ese día la herida aún se veía mal, pero ya no me dolía. Pensé que Dios nos ama y cuida como un ave cuida sus crías, (Salmo 91) manteniéndolos seguros, saludables y felices. Estaba agradecido por sentir su amor, y ver que la herida desaparecía rápidamente. Esta fue una buena lección para mí, porque me demostró la presencia constante del Amor: "El eterno Dios es tu refugio, y acá abajo los brazos eternos" (Deut. 33:27).

En una ocasión estuve en un campamento del ejército durante dos semanas. Era difícil adaptarse a la vida en este medio, y tuve muchas oportunidades de probar que Dios es el Principio divino. Por ejemplo, manteniendo mi ropa de acuerdo con la norma del regimiento, pude expresar las cualidades del Principio. A muchos reclutas le salieron ampollas en los pies porque usaban botas todo el día. En las dos semanas completas no tuve una sola ampolla, sabiendo que el Principio no sostiene a la discordancia. En una ocasión, nos dividimos en pelotones de diez y fuimos a hacer un ejercicio de navegación en el monte. Cada uno de nosotros tenía un turno para usar la brújula y dirigir al grupo por varios kilómetros hasta un lugar de control específico. Yo sabía que Dios, como Principio, es preciso, y que como Su reflejo yo expreso exactitud. Afirmé este hecho mientras viajábamos. Cuando alcanzamos nuestro destino, mi líder de pelotón me informó que yo había conducido al grupo a menos de un par de metros del punto exacto en el que necesitábamos estar.

Como estudiante, a menudo tenía una gran angustia por los exámenes de la universidad, y temía fracasar a pesar de haber trabajado diligentemente. Me di cuenta de que tenía que orar por esto, y pensé acerca de lo que sabía de Dios. La Sra. Eddy indica en Ciencia y Salud que Dios es la sola y única Mente divina. Supe que la Mente divina, la inteligencia infinita, sabe todo y es infinitamente exacta en este conocimiento. Como reflejo de la Mente, me di cuenta de que yo sabía todo lo que necesitaba saber, y que no necesitaba temer al fracaso en ninguna forma; lo que yo sabía lo sabía perfectamente, con exactitud. Comprendí que no podía fracasar al hacer lo que se necesitaba hacer en un examen. La angustia desapareció, y me fue bien en los exámenes. Como resultado de este mayor entendimiento de que Dios es la Mente ilimitada, pude sentir más confianza y más alegría con otras formas de evaluación académica.

También he sanado de verrugas. Unas quemaduras que tuve sanaron cuando rechacé rápidamente la tentación de creer que la idea indestructible de Dios, el hombre, puede de algún modo ser dañada. En una ocasión, tuve varicela y obtuve la valiosa ayuda de un practicista de la Ciencia Cristiana, quien me mostró la conexión entre la curación de la inflamación y la destrucción del temor. Cuando me di cuenta de que la enfermedad era tan solo temor, y que no necesitaba temer porque Dios me protege, sané.

Agradezco a Dios por Su Consolador, la Ciencia divina.



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