Mi Hermana Menor fue la primera en nuestra familia que compró un rizador eléctrico para el cabello. En aquel tiempo ella estaba en la escuela secundaria, y yo vivía y trabajaba en una ciudad a varias horas de distancia.
Cuando fui a casa de vacaciones, ella me preguntó si quería usar el nuevo invento de belleza. Yo había visto rizadores eléctricos en los negocios, pero nunca los había probado. Mi hermana me enseñó cómo usarlo y lo intenté. No era tan fácil como parecía. Mi poca destreza, mi torpeza al intentar usarlo produjo en mí un peinado inusual, y en mi hermana una risita entrecortada.
"iOlvídate!" Le grité llena de frustración. "Yo no puedo hacer esto". Ella se rió un poco, pero no me permitió darme por vencida, y pacientemente continuó con sus instrucciones. Por fin, logré manejarlo y recibí muchos elogios por mi elegante peinado. No obstante, el incidente me produjo un inexplicable sentimiento de incomodidad.
En mi estudio de la Ciencia Cristiana yo había aprendido a no ignorar esos sentimientos, con la esperanza de que desaparecerían solos. Yo sabía que cualquier clase de desarmonía, por muy pequeña que parezca, es el resultado de un concepto equivocado acerca de Dios y Su creación, de modo que oré en silencio para saber qué necesitaba entender para estar en paz. La respuesta me llegó como una instrucción simple y directa: "Basta de pensar que eres la hermana mayor".
Desde que podía recordar, el orden en que nacimos había definido nuestra relación.
Me sorprendí, pero al recordar la experiencia del peinado me di cuenta de que lo que me disgustó no fue no saber usar el rizador. Lo que en realidad me molestó fue ver que ¡mi hermana menor sabía cómo usarlo! Yo no estaba acostumbrada a que ella me diera instrucciones. Durante nuestra niñez las cosas habían sido al revés. Me dije a mí misma: "Voy a tener que aceptar que en algunas cosas mi hermana sabe más que yo".
Sin embargo, aceptar que mi hermana era una experta con el rizador, no fue el pensamiento que me vino en respuesta a mi oración. El mensaje fue que dejara de pensar que yo era la hermana mayor. "¿Cómo puedo hacer esto?", me pregunté. ¡Después de todo, yo había nacido primero, yo era la hermana mayor! Desde que podía recordar, el orden en que nacimos había definido nuestra relación. Comprendí que tenía que pensar con más detenimiento acerca de esta identificación.
Recordé que el orden en que nacimos nos dio tanto a mi hermana como a mí, privilegios, responsabilidades y papeles diferentes en nuestra familia. También recordaba haber oído hablar de libros que describen cómo la fecha de nacimiento determina la personalidad de la gente, afecta su relación con los demás, y tiene influencia sobre toda clase de elecciones en la vida, desde la carrera hasta el matrimonio. Teorías y terapias que se han desarrollado para ayudar a la gente a entender la importancia que tiene en su vida la fecha de nacimiento.
Pensando en todas estas ideas y en cómo aplicarlas a mi hermana y mí, de repente comprendí que el concepto de hermana mayor y menor estaba basado en la creencia de vida en la materia. El nacimiento material fue el punto de partida para calcular la edad y hacer comparaciones entre la menor y la mayor. Pero como estudiante de la Ciencia Cristiana yo aprendí cada vez más sobre la verdadera naturaleza espiritual del hombre como la semejanza eterna de Dios.
Aprendí que la creencia de que el hombre es mortal — que nace y muere en la materia — es un concepto falso acerca del ser real. En ese momento entendí porqué era importante dejar de pensar en mí misma como la hermana mayor. Desde un punto de vista espiritual, eso no era ni científico ni verdadero.
En Ciencia y Salud leemos: "El hombre en la Ciencia no es ni joven ni viejo".Ciencia y Salud, pág. 244. Y en su descripción de la palabra año en el glosario del mismo libro, ella escribe: "El tiempo es un pensamiento mortal, cuyo divisor es el año solar. La eternidad es la medida de Dios para los años llenos de Alma".Ibid., págs. 598–599. Entonces, la eternidad es lo opuesto del tiempo. No tiene principio ni fin.
Si la eternidad, la medida de Dios, no tiene principio ni fin (ni parte media) — ni primero ni último, ni juventud ni vejez — ¿era posible que las medidas del tiempo material pudieran legítima y exactamente ser aplicadas a mi hermana o a mí? ¿Acaso pueden los años mortales definir, de alguna forma, nuestra relación? ¿Acaso Dios me había creado a mí varios años antes que a mi hermana? Y si fuera así, ¿podríamos entonces nosotras ser la evidencia de la naturaleza eterna de Dios? ¡Por supuesto que no! En la única realidad verdadera — en el Espíritu — mi hermana y yo siempre coexistimos con Dios, cada una como una idea individual que lo expresa a Él. La creencia en el nacimiento del ser basada en la edad, es engañosa. En la medida que yo aceptara que esta creencia era una medida del tiempo para mi hermana, para mí o para otros, estaba negando la naturaleza verdadera, espiritual y eterna de la creación de Dios. Yo me estaba limitando a mí misma y a los demás a un concepto falso y mortal de la vida.
Percibí que debía obedecer la instrucción de dejar de pensar que era la hermana mayor. Cuando lo hice, ocurrieron cosas maravillosas. Primero, sentí una nueva sensación de libertad. ¡Nunca me había dado cuenta de que aceptar el rol de "hermana mayor" fuera tan agobiante y limitativo! Luego, la relación con mi hermana se hizo más intensa y se fortaleció. La veía con nuevos ojos y comencé a apreciarla como a una amiga. Nuestra relación no estuvo más subordinada a los conceptos sobre la edad, y ambas nos sentimos libres de expresar abiertamente las cualidades que Dios nos había dado. Como resultado nos sentimos más cerca una de la otra.
Hoy por lo general, se acostumbra a medir la edad para establecer un orden, lugar o posición, no sólo en las familias, sino también en otras áreas, y tenemos que estar alertas al efecto que produce. Por ejemplo, los sistemas formales de antigüedad, que miden la duración del empleo de acuerdo con la facha del contrato e ignoran el cumplimiento y el talento individual, pueden llevar a restricciones innecesarias, en la participación y la contribución que hace el empleado y el reconocimiento en el trabajo. Lo mismo puede ocurrir en consideraciones menos formales de antigüedad, como cuando se organizan iglesias, y se considera que el tiempo transcurrido como miembro es un factor importante al asignar un trabajo a un comité o en la elección para ocupar un cargo.
Esto no significa que no debemos respetar la experiencia de los otros, o que no debemos prestar atención a lo que dicen nuestros padres. Significa, que el hombre es la semejanza inmortal de Dios y este hecho nos capacita para vencer las limitaciones relacionadas con la edad.
En Escritos Misceláneos, la Sra. Eddy dice: "En obediencia a la naturaleza divina, la individualidad del hombre refleja la ley y el orden divinos del ser".Esc. Mis., pág. 104. Un entendimiento del orden divino del ser nos libera de las restricciones resultantes de medir la edad y revela nuestro verdadero ser como el reflejo de Dios, el Amor divino.