Hace Unos Años tuve que llenar unos formularios especiales para un censo, y todo fue bien hasta que llegué a la pregunta: "¿De qué raza es usted?" Fácil, dirá el lector, pero el formulario presentaba una enorme variedad de posibilidades, desde el afro-americano al blanco-europeo, pasando por latinos, hispanos, indios americanos, árabes, etc.
Al principio me sentí desorientada, pero después comencé a recordar lo que enseña la Ciencia Cristiana acerca de la naturaleza del hombre, y esto me ayudó a aclarar el pensamiento. La Sra. Eddy, al descubrir la Ciencia Cristiana, elevó el concepto que la humanidad tiene del hombre. Con el profundo estudio de la Biblia que realizó, fue obvio para ella que Dios es Mente divina y que Su creación, incluso el hombre, está compuesta de ideas espirituales y perfectas. Esta idea genérica, hombre, constituye nuestra verdadera identidad, y por lo tanto todos, sin excepción, somos Sus hijos, bajo Su gobierno armonioso. Cuando aplicamos esta verdad a nuestra vida, el temor, la animosidad y la discriminación sanan y se restaura la armonía.
No recuerdo qué puse en el formulario, pero me di cuenta de que es muy importante no catalogar a las personas de acuerdo con su aspecto físico, raza, sexo, nacionalidad y creencias religiosas, y de lo injusto que es hacer esto.
A menudo escuchamos que tales grupos son revoltosos e incultos, y que estos otros son terroristas y fanáticos. Hasta somos llevados a creer que la gente de ciertas regiones son menos inteligentes que los demás. Frente a esta imposición, siempre me ayuda pensar que Dios creó espiritualmente un solo reino y un solo linaje, el del Cristo, y que todos compartimos ese mismo linaje. La Sra. Eddy escribe en Ciencia y Salud: "En la Ciencia el hombre es linaje del Espíritu. Lo bello, lo bueno y lo puro constituyen su ascendencia. Su origen no está, como el de los mortales, en el instinto bruto, ni pasa él por condiciones materiales antes de alcanzar la inteligencia. El Espíritu es la fuente primitiva y última de su ser; Dios es su Padre, y la Vida es la ley de su existencia".Ciencia y Salud, pág. 63.
También leemos en la Biblia acerca de la igualdad entre el hombre y la mujer. El Génesis dice que "creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó", y más adelante les da a ambos señorío. Véase Gén 1:27, 28. ¿Acaso no nos está diciendo esto que Dios los creó para que expresen con todo fulgor las cualidades espirituales que reflejan de Dios? Cuando leemos estos pasajes bíblicos no podemos menos que recapacitar y ver cuántas oportunidades tenemos a diario de percibir en nuestros semejantes al Hijo de Dios, creado para que exprese sólo bondad.
La obra de Cristo Jesús nos demuestra que Dios y Su creación buena se manifiesta en la vida trayendo curación. En el Evangelio según Marcos se encuentra el relato cuando Jesús sana a un ciego. En primer lugar, le hace ir con él fuera de la aldea, lo que sugiere, a mi entender, que Jesús hizo que se apartara de las creencias que lo tenían sujeto a la ceguera. Luego, le pregunta al ciego qué está viendo, y éste responde que ve a los hombres como árboles que se mueven, dando la idea de que no los ve con precisión. Pero Jesús pone "otra vez las manos sobre los ojos, y le hizo que mirase; y fue restablecido, y vio de lejos y claramente a todos". Marcos 8:22—25. Esta curación me hizo ver cómo el Cristo cambia nuestro punto de vista y así nos sana.
Recuerdo que cuando estaba cursando el tercer año de secundaria, tenía dificultades con una materia. Si bien estudiaba mucho, no lograba obtener las calificaciones que esperaba. Estaba convencida de que la profesora no me quería. Cuando le comenté esto a mi abuela, una Científica Cristiana de muchos años, me dijo que yo debía cambiar mi forma de pensar acerca de mi profesora, que tenía que verla como amiga y no como enemiga, porque tanto ella como yo teníamos un mismo Padre y Madre, que es Dios. Ella insistió en que la profesora, como hija de Dios, en realidad no podía menos que apreciarme y querer lo mejor para mí, porque Dios, que es todo Amor, expresaba ese aprecio e intención en ella.
Le hice caso a mi abuela, y cada vez que entraba a esa clase miraba a la profesora y pensaba en estas ideas. El resultado fue que poco tiempo después mis calificaciones comenzaron a mejorar y finalmente pude aprobar la materia sin problema alguno.
Esta experiencia me enseñó la importancia de analizar nuestro pensamiento para ver si los sentimientos que albergamos hacia los que nos rodean son puros y buenos.
Cuando obedecemos la Regla de Oro, haciendo con los demás como quisiéramos que ellos hicieren con nosotros, vemos cuán genuino es nuestro amor por el prójimo. A medida que cambiamos los conceptos llenos de odio y división que a veces el mundo nos pone delante, y los reemplazamos con las ideas que provienen de Dios y que presentan al hombre como espiritual, puro y perfecto, también estamos fomentando este cambio en los demás, permitiendo que la humanidad cambie sus conceptos por modelos más espirituales. Así, nuestros esfuerzos por reconocer la identidad espiritual de nuestro prójimo, por pequeños que sean, bendecirán a toda la humanidad.