En La Página 4 de Ciencia y Salud, la Sra. Eddy dice: "Simplemente pedir que podamos amar a Dios, nunca nos hará amarle; pero el anhelo de ser mejores y más santos, expresado en vigilancia diaria y en el esfuerzo de asimilar más del carácter divino, nos modelará y formará de nuevo hasta que despertemos a Su semejanza". Tengo dos pruebas de cuán eficaz puede ser esta actividad.
Durante mis años de primaria y secundaria, sufría de un severo eczema que me cubría manos y brazos. Mi apariencia provocaba mucha inquietud entre mis compañeros y maestros. Pero mis padres estaban firmes en la oración conmigo, a menudo en el medio de la noche, cuando la condición empeoraba. En varias ocasiones llamamos a varios practicistas de la Ciencia Cristiana para que me ayudaran a comprender la verdad sanadora de que Dios es el único Padre divino, y que yo era Su hija bienamada. Fui alentada a aprender todo lo posible sobre los ejemplos que Jesús y la Sra. Eddy manifestaron en su vida. Cuando hice esto, me sorprendió el amor incondicional que demostraron estos dos seres hacia los demás, y comencé a hacer un esfuerzo consciente para expresar el mismo paciente y persistente amor cuando me relacionaba con mis amigos y hermanos.
A diferencia de otras curaciones físicas que había tenido, la curación de eczema se efectuó después de poner en práctica por años lo que había aprendido en la Ciencia Cristiana. Como resultado de mis esfuerzos por expresar amor me convertí en una mejor persona. También obtuve una más sólida convicción del amor siempre presente que tiene Dios por el hombre. Mi piel se volvió totalmente suave, y ha permanecido así por más de veinte años. Las uñas de mis manos, que mi abuelo que es médico me dijo que jamás me crecerían, crecieron derechas y fuertes.
Sentí que no podía pasar otra vez por ese episodio mensual.
Otra curación que me llevó mucho tiempo, y que produjo un cambio muy necesario en mi carácter, fueron los períodos menstruales muy dolorosos. La semana antes de que empezara mi período, el temor me consumía, cambiaba mi programa de trabajo, mis entrevistas, vacaciones, etc., sabiendo que estaría imposibilitada. El primer día de cada período hacía todo lo posible para continuar con mis actividades, esperando tener un día normal y activo; pero siempre terminaba en la cama. Sabía muy bien que no debía desalentarme, por lo cual empezaba a reconocer que Dios me había cuidado todo el día, y que se había manifestado en el amor que me expresaba mi compañera de cuarto, un miembro de la iglesia, un compañero de trabajo, o en alguien que yo no conocía y que me había ofrecido su ayuda. Cada una de estas instancias me alentaba tiernamente a que confiara en Dios en todo momento.
Sin embargo, llegó el momento en que me sentí muy desalentada, sintiendo que no podía pasar otra vez por ese episodio mensual. Una compañera de trabajo me confesó que ella se había hecho una operación por el mismo problema, y después de pensarlo mucho le dije a mi madre que yo también me quería operar. Me aseguró de una manera muy amorosa, que si ésa era mi decisión, ni la familia ni los miembros de la iglesia me criticarían, y agregó: "Tu has puesto todo tu empeño".
Este fue un momento decisivo para mí, me pregunté: ¿había honestamente hecho todo lo necesario? La respuesta fue que no, y renové mi compromiso de esforzarme por "asimilar más del carácter divino". Cada semana encontraba una verdad espiritual en la Lección Bíblica de la Ciencia Cristiana que podía aplicar a la situación, entendiendo que ésta era verdad no solo para mí sino para todas las mujeres. La lección que había aprendido de la curación anterior, de que Dios era mi único Padre divino, me había brindado un sólido fundamento a mi entendimiento espiritual. Me aferré al mensaje de la Biblia en Romanos 8:15: "Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!"
También comencé a ser más diligente y fiel en servir a mi iglesia filial, en la Comisión Directiva y en los comités. Este trabajo me brindó muchas oportunidades para verme a mí misma y a los demás miembros como los hijos de Dios.
Lentamente mi temor respecto a mis períodos menstruales fue disminuyendo, y pude comer un poco el primer día de mi período, algo que no podía hacer anteriormente. Después de algunos meses no tenía que permanecer en cama todo el día. Dejé de cancelar mis actividades para esos días, y pronto las hojas de mi agenda estuvieron llenas de actividades que podía realizar sin dolor ni sufrimiento.
Ya hace tres años que no tengo que faltar ni un solo día a mi trabajo por este problema, y mis períodos han sido normales y naturales. Y lo mejor de todo, mi carácter ha sido "moldeado y modelado a nuevo", y siento que soy más generosa y desinteresada.
Espero que esta experiencia aliente a otros que han estado orando y esperando una curación por largo tiempo.
Chicago, lllinois, E.U.A.