Una Curación que tuve cuando acababa de graduarme en la universidad, fue algo decisivo para mi práctica de la Ciencia Cristiana, y me enseñó algo sobre lo que significa ser persistente con la oración. Era mi segundo año en este muy atareado empleo como profesora y celadora en el dormitorio de una escuela de pupilos.
A fines de marzo, tuve dos semanas de vacaciones, y regresé a la casa de mis padres para pasar unos días con ellos. Durante la segunda semana comencé a sentirme afiebrada y débil, y luego muy enferma. Había otros síntomas de enfermedad que realmente me asustaron.
Siempre ha sido muy natural para mí recurrir a Dios en busca de curación, y apoyarme completamente en Él en esas ocasiones, por lo cual comencé a orar. Quería percibir más claramente que Dios gobernaba y mantenía mi vida. Cuando me pareció que no estaba mejorando, llamé a una practicista de la Ciencia Cristiana pidiéndole ayuda.
La declaración de Pablo en la Biblia: "Todo lo puedo en Cristo que me fortalece" (Filip. 4:13), significó mucho para mí cuando regresé al horario de trabajo tan exigente que tenía a diario. Fue un gran desafío continuar enseñando mis clases, pero la oración me guiaba para que enfrentara lo que la Biblia dice que se opone a Dios: "Los designios de la carne son enemistad Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden" (Rom. 8:7). Comprendí que esta enfermedad era la manifestación de algo opuesto a Dios y que, por lo tanto, no tenía ninguna realidad divina. Llegué a la conclusión de que no podía permitir que se me impidiera llevar una vida diaria normal.
¿Era yo material o espiritual, o una mezcla de ambos?
Sólo tenía muy pocos momentos para mí misma, y le dije a la practicista que me preocupaba el hecho de no tener suficiente tiempo para orar diariamente. Ella me recordó que ciertamente podía orar con mi vida. Entonces decidí que oraría incesantemente a lo largo del día haciendo lo mejor que podía para expresar las cualidades cristianas de alegría, generosidad, pureza y otras. Me negué a aceptar que no podía expresar estas cualidades, a pesar de lo mal que me sentía.
Otro profesor asumió algunas de mis otras responsabilidades como entrenadora de deportes, y pude cuidar de las chicas de mi piso con la ayuda de otros celadores del dormitorio. Me hicieron pocas preguntas acerca de mi salud. Los momentos libres que tenía los pasaba en mi habitación en cama, leyendo y estudiando la Lección Bíblica semanal, del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana, y escuchando con humildad a Dios.
Terminó el año escolar, y no observé ninguna mejoría física. De hecho parecía que había empeorado. Volví a casa sintiéndome bastante enferma y desalentada. Me comunicaba a diario con la practicista, y pronto me di cuenta de que tenía que tomar una decisión sobre qué iba a creer acerca de mí misma: ¿Era yo material o espiritual, o una mezcla de ambos? Comprendía que mientras me sintiera desalentada o temerosa, estaba creyendo que no tenía esperanza, que era mortal, y estaba de alguna forma separada de Dios. En el primer capítulo de la Biblia dice que el hombre es totalmente espiritual, creado "a imagen de Dios" (Gén. 1:27).
Tomé la decisión de comenzar a orar de nuevo desde este punto de vista tan radical. Ello significaba apartarme totalmente de todo síntoma de enfermedad, y recurrir a los hechos espirituales que aprendía al estudiar y hablar con la practicista. También comencé a reconocer el progreso que estaba haciendo en mi comprensión de mi identidad espiritual. Esta declaración me decía que el progreso espiritual era el único criterio por medio del cual yo podía medir la verdadera mejoría: "La purificación de los sentidos y del yo es prueba de progreso: (Ciencia y Salud, pág. 324).
La oración había purificado mis afectos
Como resultado de un profundo examen de consciencia y oración, supe que mi pensamiento se estaba purificando. Mis pensamientos naturalmente empezaron a expresar más del Cristo. Me di cuenta de que amaba más y no me perturbaba el temor, la crítica ni los celos. Pensamientos de voluntad propia y justificación propia, dieron lugar a una mayor humildad. Esta disciplina de llevar "cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo" (2 Cor. 10:5), requería de mí mucha persistencia y vigilancia, pero yo sabía que mi sincero deseo de ser obediente a Dios tenía que producir la curación, tal como lo hizo en tiempos de Jesús. Para Dios ser obediente significaba que tenía que disciplinar mi pensamiento de este modo. Comencé a sentir una paz que provenía de la certeza de que Dios era mi Vida misma, de modo que nada podía quitarme la vida.
Esto se confirmó a fines de agosto de ese año, cuando se produjo la curación completa. Me desperté una mañana y sentí que expulsaba algo del cuerpo. Muy pronto comprendí que era un tampón que, para sorpresa mía, se debió de haber perdido en mi cuerpo hacía ya algún tiempo. Recordé las advertencias sobre los síntomas de intoxicación que aparecen en las cajas de tampones. Yo había tenido muchos de esos síntomas. Estas advertencias terminan diciendo que la condición puede ser fatal si ese producto no se extrae de inmediato (después de experimentar los primeros síntomas de enfermedad).
La practicista y yo estábamos muy contentas, porque sentimos que éramos testigos de que el apoyarse solamente en Dios, sana. Decidimos continuar orando ese día con una idea del "Himno de Comunión" de la Sra. Eddy, que me encanta y que parecía resumir mi experiencia con exactitud:
"El Espíritu te hará puro, y libre sanarás de tus penas y de todo mal".
(Himnario de la Ciencia Cristiana, N° 298)
Muy pronto recuperé la salud. Dios siempre me había estado sosteniendo, y la oración había purificado mis afectos durante todos esos meses que estuve luchando con la enfermedad.
¡Puedes imaginarte porqué la Ciencia Cristiana es mi tesoro más preciado!
Cambridge, Massachusetts
E.U.A.