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Carta a una joven de Oslo...

Del número de mayo de 1997 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Es Muy Probable que no me recuerdes. Le hablaste a mi amiga cuando bajamos del trolebús. Le dijiste que tenías hambre y que no tenías un lugar donde vivir. Y que necesitabas dinero. Entonces tociste y te arropaste con el suéter finito que llevabas para protegerte del frío viento nocturno.

Yo no entendía noruego, pero no me fue difícil comprender que tenías problemas. Me alegró que mi amiga te diera algo de dinero. Y ella no pudo resistir la tentación de decirte: "Cuídate". Por un segundo, tus ojos azules brillaron desafiantes. Entonces asentiste con la cabeza, sonreíste un poco, y caminaste hacia las sombras.

Desde esa noche he pensado mucho en ti. Hasta te he dado un nombre: Inger. Y lo más gracioso, es que yo nunca antes te había visto, pero a pesar de ello inmediatamente sentí que ya te conocía. Tal vez porque ya había visto esa mirada. La había visto en los ojos de mujeres y hombres jóvenes en Nueva York y en Londres, en París y en Atenas, en Kingston, en Estocolmo y en Boston. La he visto en los ojos de niños de mi propia familia.

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