Mi Esposa Y Yo nos casamos cuando yo tenía 21 años y ella tan solo 16. Durante el primer año de matrimonio, descubrimos que éramos una pareja con muchos problemas. Comencé a trabajar una semana después del día de la boda y pronto comencé a ingerir bebidas alcohólicas con mis compañeros de trabajo. En poco tiempo, comencé a beber y a fumar mucho.
Tuvimos tres hijos en seis años, y cuando mi último hijo tenía nueve meses, emigré a los Estados Unidos. Pocos meses después, mi esposa y mis hijos se reunieron conmigo en Nueva York. Los sufrimientos de mi familia continuaron, puesto que me convertí en un alcohólico, bebiendo grandes cantidades todos los días. A mi esposa y a mis hijos les faltaba de todo: alimentos, ropas, calzado y, lo más importante de todo, amor.
Un día, cuando mi esposa y yo nos encontrábamos en medio de una enconada discusión, y los niños lloraban, alguien fue a visitarnos. Un vecino tocó a la puerta y entró a vernos. Durante nuestra conversación, aquel hombre nos preguntó si asistíamos a alguna iglesia y nos preguntó si creíamos en Dios. Le respondí que no creía en Dios porque si Dios existiera, yo habría sanado del alcoholismo y no estaríamos viviendo una vida de amargura y necesidades. ¡Qué ebrio estaba!
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