¿Cómo Podemos creer en esta promesa en un mundo que parece tan volátil? El primer paso, es saber que no somos mortales indefensos. Somos los hijos de Dios. Todos. Toda la creación de Dios es espiritual y buena. Nadie queda excluido de Su reino de bondad.
Este hecho me comenzó a resultar claro cuando me di cuenta de que yo misma me consideraba una víctima. Durante mi infancia me ocurrió algo devastador. Había sido violada y por lo tanto me sentía llena de ira, era desconfiada y apartaba constantemente a los que intentaban acercarse. Estos sentimientos continuaron hasta que llegué a la edad adulta. Pero cuando me di cuenta de que la vida de mis amigos se desenvolvía en un sentido positivo y por sendas de progreso, percibí que debía hacer algo para cambiar mi forma de ser.
Mientras iba creciendo, concurrí a una Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, donde aprendí muchas cosas acerca de mi verdadero ser y de Dios, pero nunca pude aplicar para mí esas enseñanzas porque sentía que no lo merecía. Yo debía revertir ese modo de pensar. Un día, abrí la Biblia y las siguientes palabras tomaron un significado especial para mí: "Yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz y no de mal". Jer. 29:11. Puesto que todos esos pensamientos de odio que eran parte de mi manera de pensar no provenían de Dios, era evidente que yo había permitido que el mal gobernara mi pensamiento. Los pensamientos de Dios encierran paz, bondad y amor. Cristo Jesús nos recordó constantemente la manera que Dios piensa acerca de nosotros, Sus hijos. No tenemos dos creadores: Dios y la materia. Todos hemos sido creados por Dios, el Espíritu, puros y completos; nuestro linaje es divino. Necesitaba llenar mi consciencia con los pensamientos de mi Padre, plenos de paz, y saber que mi derecho sobre ellos era mi herencia.
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