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¡Qué pacificadora!

Del número de marzo de 1998 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Habia Sólo veintiocho alumnos en toda la escuela a la que yo asistía cuando tenía nueve años de edad. Tenía que caminar como un kilómetro y medio para llegar. Y casi todos los días, iban conmigo dos niñas, mayores que yo en edad y en altura, quienes vivían más lejos por nuestra ruta.

Más o menos por este mismo tiempo mi madre, padre y yo nos habíamos interesado en la Christian Science. La estudiábamos juntos en familia. Algunas veces mi padre se recostaba en el sofá con dolor de cabeza, y yo le leía a él de Ciencia y Salud, y siempre nos ayudaba a ambos, ¡aún cuando yo no leía del todo bien!

Vivíamos muy lejos como para que yo asistiera a la Escuela Dominical, de modo que aprendí mucho por mi cuenta. Cuando comencé a aprender las Bienaventuranzas, que Cristo Jesús nos dio, pensé que la que dice “Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios”, era muy importante. ¡Yo quería ser llamada hija de Dios, de modo que me propuse ser una seria pacificadora!

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