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Existe una norma de conducta

Conversaciones

Del número de marzo de 1998 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Hace poco, un representante de la revista Christian Science Sentinel habló con el diputado estadounidense sobre el tema de la honestidad. Este es un extracto de sus conceptos.

La Mayoría de la gente que ha demostrado tener altas normas éticas, las ha ido desarrollando a lo largo del tiempo, desde su niñez. Pienso en mis padres; a ellos jamás se les hubiera ocurrido hacerme decir, al atender el teléfono: “Lo siento, pero mi mamá y mi papá no están”, estando ellos en casa. Hubiese sido una tremenda ironía escuchar, por un lado, sus consejos acerca de la importancia de decir siempre la verdad y por el otro, hacerme decir una mentira, aunque ésta no tuviese mayor trascendencia.

No es solo lo que los padres nos enseñan, sino también cómo actúan en su propia vida. Desde que conozco a mi padre, en una sola ocasión lo vi luchar para determinar si había hecho algo carente de ética. Cuando yo tenía dieciséis años, mi padre me acompañó a sacar un permiso para conducir. El requisito básico consistía en haber conducido 500 millas en compañía de la persona que gestionaba el permiso.

Habíamos pedido la fecha para el examen de conducir dos meses antes. Pasé el examen, pero además, mi padre debía firmar una declaración jurada diciendo que habíamos recorrido juntos las 500 millas. En realidad, habíamos recorrido 496. Miré a mi papá en el momento en que iba a firmar y vi que se había puesto rojo y se lo veía enojado consigo mismo, pero firmó. Yo di “Gracias a Dios”, porque si no hubiera firmado, habría tenido que esperar otros dos meses. Por lo tanto, me dieron el permiso, pero tan pronto entramos en el auto, me dijo: “Hijo, vas a tener que conducir conmigo otras diez millas”. Esa fue la única vez que vi a mi padre en una situación en que se vio comprometido, y tuvo la solución.

Mis padres decían, básicamente: “Si eres honesto y justo, vas a tener una vida mucho más gratificante; en cambio si no lo eres, tendrás que enfrentar problemas muy serios”. Y recuerdo momentos en que tuvieron que enfrentar situaciones difíciles debido a mi mala conducta.

Cuando estaba en la escuela primaria, por ejemplo, sentía mucha curiosidad por la colección de monedas de mis hermanos, y tomé prestada una de las monedas, aunque en realidad, no la tomé prestada: la estaba robando. Luego, tomé otra más. Eran monedas de valor que mis hermanos habían ido coleccionando, pero no podía dejar de hacerlo, era más fuerte que yo. Hasta que finalmente me atraparon con algunas de esas monedas en el bolsillo. Mi papá me mandó llamar y cuando me vi frente a él, me puse a llorar y le dije: “Gracias por haberme descubierto”. ¡Sentí como si me hubieran sacado un peso de encima! Luego, tuve que reintegrarles a mis hermanos lo que les había quitado y eso significó privarme de ciertas actividades durante algunos meses, porque lo que yo había hecho, era muy grave. Pero gracias a Dios, aprendí esa lección.

Recuerdo otro ejemplo de mis tiempos de estudiante. Tenía mucho interés en que mi profesor de francés tuviera un buen concepto de mí. Me propuse obtener una nota alta en el examen de su clase y escribí en la palma de mi mano parte de la conjugación de un verbo. Llegó el momento del examen y miré lo que tenía escrito. El profesor me vio y se acercó a mí. Hizo que le mostrara la palma de mi mano y vio que tenía algo escrito. Me miró fijamente y me sentí como si fuese el ser más bajo del mundo. No dijo una sola palabra ni tampoco me sacó la hoja del examen, pero me aplazó. Después del examen, le pedí disculpas.

Cuando pienso en esas lecciones, doy gracias a Dios por haber sido castigado con severidad. Esta clase de lecciones que aprendí de niño, son de gran ayuda cuando somos adultos. Pienso que los errores que cometen algunos adultos, se deben a que nunca aprendieron estas lecciones.

Existen también otros conceptos que aprendí como Científico Cristiano y que me ayudan a ser honesto. Por ejemplo, aprendí que uno construye su propio cielo o su propio infierno, ahora mismo, no en un futuro. Lo vamos formando mientras vivimos nuestra vida, y aprendí que cuando uno no es honesto, tiene que pagar la pena correspondiente. Tal vez no se pague de inmediato, pero inevitablemente, uno las paga. Además, uno puede verel perjuicio ocasionado a los demás cuando no se vive de acuerdo con las normas más elevadas.

Ahora que he mencionado todo esto, si miro en forma retrospectiva recuerdo algunas cosas que han sucedido en mi vida, y puedo decir: “Caramba, realmente no estuve a la altura de la norma más elevada”. Pero gracias a Dios, sé que existe una norma. Gracias a Dios sé que hay una diferencia entre la verdad y el error. Sé que hay una norma que me proporciona un patrón de conducta dentro del cual regir mi vida. Lógicamente, amo mi religión por muchas razones, pero una de ellas es que me permite conocer la diferencia que existe entre lo que es correcto y lo que es incorrecto. Alguien podrá decir: “Bueno, no siempre se puede ver con claridad”. Pero lo que sé es que se debe vivir de acuerdo con el sentido más elevado de lo que es correcto.

Y estoy convencido de que todos podemos hacerlo. Estoy convencido de que Dios es el bien, que Él expresa amor, verdad y vida eterna. Sé que Él es la única Mente, el único Principio. Estoy convencido de que nosotros somos Sus hijos y que por lo tanto, reflejamos, en realidad, todas las cualidades de Dios.

En el Congreso de mi país, hay mucha gente que todos los días ora a Dios, leyendo la Biblia. Yo pertenezco a un pequeño grupo de personas con una amplia gama de creencias religiosas, que se reúnen para reconocer las bendiciones que hemos recibido por creer en Dios, en lo bendecidos que hemos sido por tener una familia maravillosa y en lo bendecidos que somos por tener una noción de la dirección que deseamos tomar en la vida, gracias a nuestra confianza en Dios. Es un ancla maravillosa que nos brinda la seguridad de que estamos haciendo lo correcto.

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